Mary M., súbdita alemana, cayó redonda a la salida de una taberna en Colonia. Media casi 1,80m de altura y pesaba cerda de 140 kilos, y fue muy difícil meterla en la ambulancia. No había cumplido aún los 30 y, hasta ese día, había disfrutado intensamente la vida. Era madre de dos niñas rubias como el sol y tenía un marido tan rotundo como ella que la amaba desde la primera vez que la vio, cuando ella tenía sólo 13 años y una belleza desbordante.
El infarto había sobrevenido por la ayuda de los últimos litros de cerveza y los últimos kilos de salchicha, y sin previo aviso. Cuando ingresó en la clínica estaba prácticamente muerta.
Su último recuerdo vivo fue el toldo de la taberna. Después todo sucedió de una manera muy extraña.
Mary recuerda haber salido de su cuerpo y haber paseado por el hospital atravesando paredes y puertas cerradas sin el menor esfuerzo. No sabe si fue su cuerpo astral o su espíritu el que volaba por aquellas habitaciones, sólo sabe que era ella misma en estado étereo. En este estado vio desde lo alto cómo los médicos luchaban por su vida, y cómo transcurrían otros sucesos dentro del hospital.
Los médicos no parecían muy contentos y, de un instante a otro, Mary se encontró caminando por un túnel negro que la llevaba hacia arriba, donde se encontraba una límpida luz que la llamaba. Cuando llegó hasta la luz se sintió aliviada, una paz infinita le inundaba los sentidos. Caminó mas allá, atraída por una especie de paraíso compuesto por hermosas viviendas, jardines bellísimos y gente sin apariencia física, pero no pudo llegar hasta ahí porque un ser, distinto a la gente que veía en los jardines, se le acercó para preguntarle si estaba segura de querer llegar al final. Entonces recordó a sus hijas y a su marido, y dudó.
Estaba confundida, tenía muchas ganas de quedarse allá arriba, en esa paz y armonía infinitas, pero también deseaba volver al lado de los suyos. Así que se quedó en el umbral contemplando miles de cosas hermosas, oyendo las más bellas melodías, por un espacio de tiempo indeterminado, hasta que comprendió que tenía que volver a la Tierra.
Empezó a descender por el túnel oscuro, poco a poco, y pudo ver otras ramificaciones que había pasado por alto, en ellas vislumbró otros seres, tanto míticos, y religiosos como humanos. También le pareció ver seres que nunca había ni siquiera imaginado, y por unos instantes se sintió perdida, sin saber como bajar hasta su cuerpo ni atinar a encontrar de nuevo el camino hacia la luz.
Sintió miedo, entre otras cosas porque de pronto sintió que había pasado mucho tiempo, demasiado como para poder encontrar a su cuerpo físico en condiciones de volver a ser habitado por ella. Por fin pudo bajar más. Después descendió por el cielo entre las nubes y llegó hasta el hospital.
En el hospital volvió a sentirse perdida porque no encontraba su cuerpo físico y se desesperaba al ver que no había manera de comunicarse con el personal de la clínica. Cuando más abatida se sentía, sintió una fuerza enorme que la atraía a toda velocidad había un punto desconocido. Subió volando a toda velocidad y volvió a caer vertiginosamente, en una caída que ya había percibido en sueños, aunque de una forma menos real y menos violenta. Cuando terminó de caer se encontró de nuevo en su cuerpo y el corazó le empezó a latir con arritmia y violencia. Abrió los ojos, se sentó de golpe y escuchó cómo se interrumpía bruscamente la música de un órgano. Todos la miraban sorprendidos y hubo alguno que otro desmayo. Ella mismo estuvo a punto de perder el sentido nuevamente al descubrir que estaba sentada en un ataúd, pero hizo un esfuerzo y salió de él para correr a abrazar a sus hijas, que también se lanzaban hacia ella con los ojos bañados en lágrimas.
Los médicos no se explicaban lo que había pasado y calificaron el caso de Mary como una extraña catalepsia, de la que despertó, afortunadamente, para no ser enterrada viva, 3 días después de haber sido considerada clínicamente muerta, sin actividad cardíaca ni cerebral. Durante esos 3 días, Mary M. se paseó, posiblemente, por los caminos del más allá.
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