Con este nombre se designan en las tradiciones populares a unos seres fantásticos, enanos o de pequeña estatura, si bien ésta, según la fantasía popular, es una simple apariencia que los duendes cambian a voluntad. Se les considera como seres intermedios entre los espíritus y los hombres, y con poderes sobrenaturales, comos los que se atribuyen a los hechicheros y a las brujas. Este poder mágico les permite adoptar diferentes formas o comunicarlas a los mortales, y hacerse invisibles, con una capa, un sombrero o cualquier prenda u objeto. Viven en comunidad, ocupados con preferencia en la metalurgia, como los gnomos o kobolds de la mitología germánica, o permanecen aislados como en el leprecham irlandés.
La habilidad metalúrgica que se les atribuye se explica por lo misterioso de este arte en las primeras edades de la humanidad, y porque se supone que lo duendes viven, en general, bajo tierra, de donde se extraen los metales.
En el Edda se distinguen dos clases: los duendes blancos o liozalfar, que viven sobre la tierra, y los negros o dackalfar, que habitan en viviendas subterráneas. El país habitado por ellos se ha situado en diversos lugares. En Irlanda se identificaba con los montículos funerarios conocidos por sid, y Gervasio de Tilbury dice que se entraba a dicho país por un pasaje subterráneo. En otras tradiciones el país de los duendes está en islas fabulosas o en las aguas de ciertos ríos, lagos o mares, y en accesible por pozos o por excavaciones profundas. También se ha representado este país como íntimamente unido al nuestro, pero invisible a los mortales. Los salvajes de las islas Fidji creen en duendes del mar, a los que rinden culto secreto, mientras en Nueva Guinea suponen que existe un pueblo subterráneo habitado por los duendes, semejante al inghal de Nueva Bretaña, y como él maléfico y peligroso. En cambio, los célebres jiun o jan de los árabes, mencionados ya en Las mil y una noches, también invisibles, viajan en las nubes tempestuosas de arena y sólo se les puede dominar por el hierro o con la evocación de nombres divinos; el pueblo, para congraciarse con ellos, los llama mubarakin o «los benditos».
Los duendes son hermosos y bien proporcionados, como los de algunas leyendas españolas, o feos, y en ocasiones contrahechos, como los kobolds germánicos; sus vestidos son verdes, rojos o pardos, como los de los gnomos, o grises, como en las leyendas alemanas. Tienen gran afición a la música, al canto y al baile, a los que se dedican durante la noche, y en ocasiones engañan a los mortales llevándolos a sus danzas nocturnas o arrastrándolos a su reino. Si se les hace algún daño son vengativos y crueles, y golpean, hacen tropezar y caer al que los ha molestado o le producen graves enfermedades o la muerte.
Roban el ganado, dejando en su lugar otro ilusorio, y en ocasiones hacen caminar a los mortales durante la noche, recorriendo largas distancias y hasta sirviéndoles de cabalgadura, cuando no los atormentan de diversos modos. Desaparecen con el alba, disgustándoles que los sorprendan los mortales, a los que en tal caso embrujan, ofuscan o ciegan.
En uno de sus Caprichos pone Goya el siguiente comentario a la escena por él representada: «Luego amanece huyen, cada cual por su lado, brujas, duendes, visiones y fantasmas».
Se les atribuye la facultad de dar ilusorias apariencias de un gran valor a objetos de materias despreciables, y de aquí el misterioso oro de los duendes, y asimismo se les achaca un prodigioso conocimiento de los poderes de la Naturaleza, que les permite adivinar dónde se encuentran las cosas desaparecidas y descubrir las invisibles. En los países celto-teutónicos se les atribuyen ciertas torres misteriosamente iluminadas de noche, y se cree que son obra suya los túmulos y demás monumentos funerarios, más o menos toscos, suponiéndolos sucesores de los muertos los llamados hangbuye en los países escandinavos y vazimba en Madagascar. Análoga creencia aparece en los pueblos teutónicos, donde el divergar está íntimamente relacionado con el nair o fantasma.
Su existencia es, según las leyendas, más dilatada que la de los humanos, y procuran reproducir su raza, ya robando niños, ya muchachas jóvenes para unirse con ellas, o bien haciendo que las mujeres que crían amamanten a sus hijos, suplantando en tal caso al niño con un duendecillo.
No siempre los duendes se entretienen en jugar malas pasadas y causar daño graves a las gentes; hay otros cuyas jugarretas no tienen graves consecuencias, limitándose a dar formas risibles o ridículas, pero transitorias a aquel que los trata mal; a cambiar de sitio los muebles, o a echarlos fuera de casa, como el poltergeist alemán, que además enciende el fuego, echa llamas por el aire o toca la cara del burlado con su mano fría como el hielo. Leyendas semejantes se encuentran en el mediodía de Francia y en Cataluña, atribuidas a los follets. Para preservarse de los duendes maléficos o burlones se recomiendan varios artificios, en los que figuran, entre otras cosas, el hierro, la escoba y el agua corriente. Los duendes, en cambio, asisten en ocasiones a los mortales en sus quehaceres o apuros, y son muy generosos, contentándose con poco, como el duende doméstico, que se satisface con una escudilla de leche. Este duende, mencionado ya en el siglo XIII por Gervasio de Tilbury, habita en la casa o el establo y es enemigo de la pereza, trabajando a favor del amo de la casa que habita, sin recibir más recompensa que una capa o un sombrero nuevo, a lo sumo, al cabo del año.
Goya, interpretando las creencias populares, dice de estos duendes, comentando un aguafuerte de sus Caprichos: «Los duendecitos son la gente más hacedora y servicial que puede hallarse; como la criada los tenga contentos, espuman la olla, cuecen la verdura, friegan, barren y acallan al niño». En este sentido, el duende doméstico tiene sus analogías con los lares romanos, con los griegos theoi ephestioi, el italiano lacio y el eslavo dedushka domovaj o abuelo de la casa.
Este mito se supone relacionado con los enterramientos domésticos, tal como los practicaban los primitivos pueblos micénicos y semitas, además de los indios. El duende doméstico toma, en ciertas leyendas, la forma de un animalito, como, por ejemplo, una serpiente (genius loci, de los romanos). Los chuds del norte tienen también sus espíritus domésticos y lo propio ocurre con los lituanos, que los llaman kaukas y los suecos tomse o nisasart. Por esto quizá la superstición de los duendes tiene íntimas analogías con el culto a los muertos, las leyendas de las hadas y las brujas y la meteorología mitológica.
La creencia en tales seres parece ser principalmente céltica y teutónica, pero existe igualmente en pueblos eslavos y latinos y en los países más remotos. La pequeña estatura que en general se les atribuye se relaciona con su semejanza con las almas de los muertos, representadas en la antigua cerámica griega como diminutos hombrecillos, lo mismo que en los bajorrelieves egipcios y en el Mahabharata de la India. En Sumatra, los battaks creen en enanos de las montañas que se llevan hombres y mujeres; en Formosa se relatan maravillosas leyendas de hombrecillos de las selvas que causan la muerte o graves enfermedades, y lo mismo ocurre en Thailandia con los phi. En África, los bagandas creen en duendes, a los que llaman ugagw, y los bantús en los asikis, duendes que aparecen de noche conduciendo una vaca que confiere eterna riqueza al que puede apoderarse del codiciable animal. Los malagasi creen, a su vez, en enanos llamados kately, duendes domésticos de vocecilla débil como la de un pájaro, que ayudan en las faenas caseras, y análogas creencias se encuentran entre los pieles rojas, donde los chochones suponen que hay duendes que roban niños; los ojiwas, que les arrojan piedras; los nircmacs que les atan cuando duermen, y los muesquakie, que les inspiran riñas y melancolía.
También los esquimales creen en el ingnersiut y en la Polinesia en los ponatui y los vius, sencillos duendes a los que se engaña fácilmente.
Por su estatura y atribuciones se ha supuesto si serían formas de degeneración de antiguas divinidades, como los dasine sidue irlandeses y los pliscas de la Galia celta, puesto que los romanos también tuvieron sus luinuti dei.
Otros autores opinan que los duendes representaban una raza pequeña y desposeída por conquistadores de mayor estatura, y así se ha supuesto que los feiun de Irlanda, transformados en duendes por la fantasía popular, no eran más que los aborígenes fineses, despojados de sus tierras por los celtas. Otros mitólogos han expuesto la teoría de que los duendes eran un recuerdo de las tradiciones titulares, de una raza neolítica precaria, pero tal hipótesis no se ha comprobado.
También se ha considerado a los duendes como espíritus de la Naturaleza, entre los árboles y los bosques, como el rumano masau padura o el eslavo ljesyj, que viven en el agua como los meri-manni y mix teutónicos y celtas, o con formas de animales, como los kolpie, afauac, cach y nisge.
En Francia, a los duendecillos los llaman lutin, y según la tradición, viven cerca de las aguas estancadas o en cuevas montañosas. Asimismo, viajan a campo través, o habitan en los dólmenes y menhires. También hay lutins en Rusia.
En España y Portugal existen numerosas leyendas referentes a los duendes, particularmente en relación con sus travesuras, siendo una de ellas enredar el cabello de dos personas que duermen juntas, como marido y mujer, con lo que al despertarse tendrán grandes dificultades para desenmarañar sus cabelleras, con gran regocijo del duendecillo autor de la hazaña, que puede contemplar la escena disimulado detrás de un mueble o una cortina.
William Shakespeare inmortalizó el duendecillo que desde entonces se ha convertido en el más popular de todos, el travieso Puck, que interviene eficazmente con sus engaños y travesuras en la "El sueño de una noche de verano".
Otro de los duendecillos más traviesos que se conocen es el servan, que habita en Suiza y el norte de Italia. El servan es ladrón, y suele robar los objetos domésticos más necesarios, como tijeras, alfileres, gafas, plumas o cubiertos de mesa. Y cuando la gente se vuelve loca buscando los objetos «perdidos», el servan se congestiona de risa. Por supuesto, los objetos reaparecen siempre, pero en los lugares más insospechados; por ejemplo, las cucharas pueden estar en una caja de zapatos, las tijeras en el lavadero, y las gafas en el bolsillo de un ciego. Así se divierte, el travieso servan.
En cambio, cuando se halla de buen humor, ayuda en las labores hogareñas, y su magia es eficaz para lograr buenas cosechas. Como pago a su trabajo se conforma con un plato de sopa o unas natillas, que hay que dejar todas las noches en el tejado de la casa.
Su estatura es de unos 35 cm, viste de colorado y su rostro es el de un niño travieso. A veces aparece bajo la figura de una cabra o un perro.
El servan también vive en los Pirineos vascos. Allí, un servan se divertía convirtiendo el vino de un tabernero en agua, por lo que el buen hombre se desesperaba continuamente. Finalmente, el tabernero tomó la costumbre de dejar todas las noches un vaso de vino tinto en el tejado de la taberna... y a partir de entonces, el servan no sólo dejó de convertir el vino en agua sino que ayudó al tabernero a barrer y fregar el local todas las noches después de cerrar.
El monaciello es un duendecillo italiano que se viste de fraile y comete mil travesuras llevando su disfraz. Tira piedras, roba gallinas, llama a los timbres cuando la gente duerme... También puede tomas la forma de un gato. Solamente están tranquilos si a su lado se coloca un cedazo, ya que son tan curiosos y tan torpes con la aritmética, que pasan días enteros intentando contar todos los agujeros, y mientras tanto se olvidan de gastar bromas.
Estos monaciellos miden menos de 25 cm de estatura, y llevan una caperuza dos veces mayor que ellos.
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