En 1939, cuando China trataba de resistir ante los avances del mecanizado ejército japonés, fue enviada una llamada a las fuerzas chinas para que intentasen una última resistencia al sur de Nanking. A unos 30 kilómetros de una posición importante, próxima al único puente que cruzaba el río, unos 3.200 chinos mandados por el coronel Li Fu Sien, se atrincheraron para combatir hasta el final. El coronel inspeccionó las posiciones de sus hombres y después se retiró a su cuartel general a 2 kilómetros tras las líneas de combate.
Cuando a la mañana siguiente se despertó el coronel, quedóse asombrado ante la insistencia de sus ayudantes de campo: según ellos, el flanco derecho de la línea defensiva no contestaba a las señales. Cuando el coronel volvió a inspeccionarlas, halló sólo 113 hombres estacionados junto al puente. Los demás, osea unos 3.000 se habían desvanecido.
Los cañones y otras armas estaban todavía emplazadas en sus repectivos lugares. Las hogueras todavía conservaban el arroz y el té calientes. No había señal alguna de lucha, y todo el equipo militar y personal se hallaba esparcido en torno a las fogatas, tal como había quedado la noche anterior. ¡Había desaparecido casi todo un ejército!
Si las patrullas nocturnas japonesas hubiesen logrado cruzar el puente o nadar a trvés del río y atacar el campamento, es inconcebible que unos comandos se hubiesen llevado a unos 3.000 hombres sin que al menos éstos hubiesen cogido sus armas y municiones.
Y hubiese sido preciso un fuerte contingente de tropas japonesas para dominar silenciosamente a 3.000 chinos. Aunque esto hubiese sido posible llevarlo a cabo, resulta todavía inconcebible que los japoneses no hubiesen proclamado tal hazaña en su intensa propaganda.
Igualmente, si los chinos hubiesen desertado en masa, pasándose a las filas japonessa, tal acto de cobardía hubiese servido como excelente propaganda para los nipones. De cualquier modo, o se hubiese publicado algo de tal rendición de chinos o de la proeza japonesa, pero los récords oficiales japoneses no mencionan en absoluto la entrega de tantos chinos en tal fecha ni en tal lugar.
Los chinos que estaban en el puente y los centinelas de noche juraron que nadie, ni amigo ni enemigo, había cruzado el puente aquella noche. Los ayudantes del coronel también juraron que nadie había entrado en el campamento.
¡Lo cierto es que de los 3.000 chinos desaparecidos, ninguno volvió a ser visto nunca más!
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