jueves, 31 de agosto de 2017

En Japón, una mujer en la oficina es atacada por un espíritu


Cuento original y sin censura de Barba azul

En otro tiempo vivía un hombre que tenía hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles muy adornados y carrozas doradas; pero, por desgracia, su barba era azul, color que le daba un aspecto tan feo y terrible que no había mujer ni joven que no huyera a su vista.

Una de sus vecinas, señora de rango, tenía dos hijas muy hermosas. Pidiole una en matrimonio, dejando a la madre la elección de la que había de ser su esposa. Ninguna de las jóvenes quería casar con él y cada cual lo endosaba a la otra, sin que la otra ni la una se resolvieran a ser la mujer de un hombre que tenía la barba azul. Además, aumentaba su disgusto el hecho de que había casado con varias mujeres y nadie sabía lo que de ellas había sido.

Barba Azul, para trabar con ellas relaciones, llevolas con su madre, tres o cuatro amigos íntimos y algunas jóvenes de la vecindad a una de sus casas de campo en la que permanecieron ocho días completos, que emplearon en paseos, partidos de caza y pesca, bailes y tertulias, sin dormir apenas y pasando las noches en decir chistes. Tan agradablemente se deslizó el tiempo, que a la menor pareciole que el dueño de casa no tenía la barba azul y que era un hombre muy bueno; y al regresar a la ciudad celebraron la boda.

Al cabo de un mes Barba Azul dijo a su esposa que se veía obligado a hacer un viaje a provincias, que a lo menos duraría seis semanas, siendo importante el asunto que a viajar le obligaba. Rogole que durante su ausencia se divirtiese cuanto pudiera, invitara a sus amigas a acompañarla, fuera con ellas al campo, si de ello gustaba, y procurara no estar triste.

-Aquí tienes, añadió, las llaves de los dos grandes guardamuebles. Estas son las de la vajilla de oro y plata que no se usa diariamente; las que te entrego pertenecen a las cajas donde guardo los metales preciosos; estas las de los cofres en los que están mis piedras y joyas, y aquí te doy el llavín que abre las puertas de todos los cuartos. Esta llavecita es la del gabinete que hay al extremo de la gran galería de abajo. Ábrelo todo, entra en todas partes, pero te prohíbo penetrar en el gabinete; y de tal manera te lo prohíbo, que si lo abres puedes esperarlo todo de mi cólera.

Prometiole atenerse exactamente a lo que acababa de ordenarle; y él, después de haberla abrazado, metiose en el carruaje y emprendió su viaje.

Las vecinas y los amigos no esperaron a que les llamasen para ir a casa de la recién casada, pues grandes eran sus deseos de verlo todo, que no se atrevieron a realizar estando el marido, porque su barba azul les espantaba. Acto continuo pusiéronse a recorrer los cuartos, los gabinetes, los guardarropas, siendo sorprendente la riqueza de cada habitación. Subieron enseguida a los guardamuebles, donde no se cansaron de admirar el número y belleza de los tapices, camas, sofás, papeleras, veladores, mesas y espejos que reproducían las imágenes de la cabeza a los pies y en los que los adornos, los unos de cristal, de plata dorados los otros, eran tan bellos y magníficos que iguales no se habían visto. No cesaban de ponderar y envidiar la dicha de su amiga, que no se divertía viendo tales riquezas, pues la dominaba la impaciencia por ir a abrir el gabinete de abajo.

Empujola la curiosidad, sin fijarse en que faltaba a la educación abandonando a sus amigas, bajó por una escalerilla reservada, con tanta precipitación que dos o tres veces corrió peligro de desnucarse. Al llegar a la puerta del gabinete detúvose algún tiempo, pensando en la prohibición de su marido y reflexionando que la desobediencia podía atraerle alguna desgracia; pero la tentación era tan fuerte que no pudo vencerla, y tomando la llavecita abrió temblando la puerta del gabinete.

Al principio nada vio, debido a que las ventanas estaban cerradas. Al cabo de algunos instantes comenzaron a destacarse los objetos y notó que el suelo estaba completamente cubierto de sangre cuajada y que en ella se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas y sujetas a las paredes. Estas mujeres eran todas aquellas con quienes Barba Azul había casado, a las que había degollado una tras otra. Creyó morir de miedo ante tal espectáculo y se le cayó la llave del gabinete que acababa de sacar de la cerradura.

Después de haberse repuesto algo, cogió la llave, cerró la puerta y subió a su cuarto para dominar su agitación, sin que lo lograse, pues era extraordinaria.

Habiendo notado que la llave del gabinete estaba manchada de sangre, la enjugó dos o tres veces, pero la sangre no desaparecía. En vano la lavó y hasta la frotó con arenilla y asperón, pues continuaron las manchas sin que hubiera medio de hacerlas desaparecer, porque cuando lograba quitarlas de un lado, aparecían en el otro.

Barba Azul regresó de su viaje la noche de aquel mismo día y dijo que en el camino había recibido cartas noticiándole que había terminado favorablemente para él el asunto que le había obligado a ausentarse. La esposa hizo cuanto pudo para que creyese que su inesperada vuelta la había llenado de alegría.

Al día siguiente le dio las llaves y se las entregó tan temblorosa, que en el acto adivinó todo lo ocurrido.

-¿Por qué no está con las otras la llavecita del gabinete? -Le preguntó.

-Probablemente la habré dejado sobre mi mesa, contestó.

-Dámela enseguida, añadió Barba Azul.

Después de varias dilaciones, forzoso fue entregar la llave. Mirola Barba Azul y dijo a su mujer:

-¿A qué se debe que haya sangre en esta llave?

-Lo ignoro, contestó más pálida que la muerte.

-¿No lo sabes? -replicó Barba Azul-; yo lo sé. Has querido penetrar en el gabinete. Pues bien, entrarás en él e irás a ocupar tu puesto entre las mujeres que allí has visto.

Al oír estas palabras arrojose llorando a los pies de su esposo y pidiole perdón con todas las demostraciones de un verdadero arrepentimiento por haberle desobedecido. Hubiera conmovido a una roca, tanta era su aflicción y belleza, pero Barba Azul tenía el corazón más duro que el granito.

-Es necesario que mueras, le dijo, y morirás en el acto.

-Puesto que es forzoso, murmuró mirándole con los ojos anegados en llanto, concédeme algún tiempo para rezar.

-Te concedo diez minutos, replicó Barba Azul, pero ni un segundo más.

En cuanto estuvo sola llamó a su hermana y le dijo:

-Anita de mi corazón; sube a lo alto de la torre y mira si vienen mis hermanos. Me han prometido que hoy vendrían a verme, y si les ves hazles seña de que apresuren el paso.

Subió Anita a lo alto de la torre y la mísera le preguntaba a cada instante.

-Anita, hermana mía, ¿ves algo?

Y Anita contestaba:

-Sólo veo el sol que centellea y la hierba que verdea.

Barba Azul tenía una enorme cuchilla en la mano y gritaba con toda la fuerza de sus pulmones a su mujer:

-Baja enseguida o subo yo.

-¡Un instante, por piedad! -le contestaba su esposa; y luego decía en voz baja-: Anita, hermana mía, ¿ves algo?

Su hermana respondía:

-Sólo veo el sol que centellea y la hierba que verdea.

-Baja pronto, bramaba Barba Azul, o subo yo.

-Bajo -contestó la infeliz; y luego preguntó-, Anita, hermana mía, ¿viene alguien?

-Sí, veo una gran polvareda que hacia aquí avanza…

-¿Son mis hermanos?

-¡Ay!, no, hermana mía; es un rebaño de carneros.

-¿Bajas o no bajas? -vociferaba Barba Azul.

-¡Un momento, otro instante no más! -exclamó su mujer; y luego añadió-: Anita, hermana mía, ¿viene alguien?

-Veo -contestó-, dos caballeros que hacia aquí se encaminan, pero aún están muy lejos. ¡Alabado sea Dios!, exclamó, poco después; ¡son mis hermanos! Les hago señas para que apresuren el paso.

Barba Azul se puso a gritar con tanta fuerza que se estremeció la casa entera. Bajó la infeliz mujer y fue a arrojarse a sus pies llorosa y desgreñada.

-De nada han de servirte las lágrimas, le dijo; has de morir.

Luego agarrola de los cabellos con una mano y levantó con la otra la cuchilla para cortarle la cabeza. La infeliz hacia él volvió la moribunda mirada y rogole le concediese unos segundos.

-No, no, rugió aquel hombre; encomiéndate a Dios.

Y al mismo tiempo levantó el armado brazo…

En aquel momento golpearon con tanta fuerza la puerta, que Barba Azul se detuvo. Abrieron y entraron dos caballeros, quienes desnudando las espadas corrieron hacia donde estaba aquel hombre, que reconoció a los dos hermanos de su mujer, el uno perteneciente a un regimiento de dragones y el otro mosquetero; y al verles escapó. Persiguiéronle tan de cerca ambos hermanos, que le alcanzaron antes que hubiese podido llegar a la plataforma le atravesaron el cuerpo con sus espadas y le dejaron muerto. La pobre mujer casi tan falta de vida estaba como su marido y ni fuerzas tuvo para levantarse y abrazar a sus hermanos.

Resultó que Barba Azul no tenía herederos, con lo cual todos sus bienes pasaron a su esposa, quien empleó una parte en casar a su hermanita con un joven gentilhombre que hacía tiempo la amaba, otra parte en comprar los grados de capitán para sus hermanos y el resto se lo reservó, casando con un hombre muy digno y honrado que la hizo olvidar los tristes instantes que había pasado con Barba Azul.

martes, 29 de agosto de 2017

Cosas que se deben saber sobre los Duendes domésticos (III): Tipología y variedad

Existe una variedad increíble de duendes, aunque solamente nos circunscribamos a España. Sin embargo, aunque su número ha disminuido, toda vez que también a ellos les afecta el progreso de los hombres, en lugares alejados de las ciudades todavía es posible encontrados inquietando a los pobres campesinos que tienen la desgracia de que su casa les resulte atractiva. Con todo, los duendes se han adaptado al mundo moderno de muy desigual forma, si bien algunos, como los tardos y los trasgos, han conseguido un notable éxito en su adaptación y es fácil sufrir sus implacables bromas y travesuras. Otros se han transformado o disfrazado de personajes en los cuales los humanos estén dispuestos a creer, puesto que son conscientes de que ya en los duendes apenas nadie cree en esta época tecnológica, y por eso, gracias a sus facultades transformistas, pueden hacerse pasar por tripulantes de OVNIS, visitantes nocturnos o lo que se tercie. La transformación de estos seres en otras variadas formas, sobre todo de animales, es algo característico del mundo del que proceden. En nuestro mundo físico y material, todas las formas son estables y no suelen cambiar con facilidad, pero en el «mundo astral» o «mundo de los deseos» es muy distinto, porque, según afirman casi todas las doctrinas herméticas, allí las formas cambian a voluntad de la vida que las anima, y los «elementales» en general, como habitantes de ese plano, tienen esta facultad de modificar su forma, aunque, como iremos viendo en las páginas de este libro, suelen inclinarse siempre por algunas muy concretas y determinadas.

Debido a estas circunstancias, los autores hemos tenido difícil el clasificar a estos pequeños seres,
principalmente porque en ocasiones es casi imposible rastrearlos y mucho menos distinguirlos de otro
tipo de manifestaciones, y sobre todo porque su recuerdo se ha ido perdiendo en muchas zonas y regiones españolas. Además, por si esto fuera poco, hay una absoluta falta de claridad y unidad de criterios entre los pocos que se han ocupado de estudiar este fenómeno en el pasado.


Por tanto, para una mayor comprensión, decidimos crear tres grupos fundamentales, teniendo en
cuenta que, como hemos visto, y como denominador común, todos ellos están asociados de una manera directa a los hogares de los seres humanos:

1. Duendes domésticos


Viven en el interior o en los alrededores de las casas humanas, donde se manifiestan preferentemente de noche, momento en el que aprovechan para jugar y divertirse. Algunos pueden llegar incluso a colaborar con los hombres, y es frecuente que, además de traviesos, puedan ser muy molestos. Serían los trasgos, follets y duendes en general, que llegan a alcanzar el medio metro de altura, actúan siempre en la oscuridad o por la noche, huyendo del sol, amando, sin embargo, la luz de la luna o de los pequeños candiles, y esto es así porque, al parecer, las descargas de los vientos fotónicos, emanadas del sol, lastiman su piel etérica, como a nosotros una fuerte tormenta de arena la piel física. Sobre todo, cometen sus fechorías amparados en su invisibilidad, norma que rompen pocas veces, pero las suficientes para que nos hayan llegado algunos datos fragmentarios sobre su aspecto físico. Pueden cambiar de forma a voluntad, pero normalmente se manifiestan como hombrecillos bien proporcionados, salvo la cabeza, que es mucho más grande en relación con el resto de su cuerpo. Reseñable es también el matiz diferenciador existente entre trasgos, duendes y follets, ya que, a pesar de pertenecer al mismo grupo, forman familias separadas. Los primeros —los trasgos— prefieren escoger casas más campestres y rurales, habitando en desvanes o cuadras, a diferencia de los duendes, que son mucho más señoriales (o señoritos) y gregarios. A éstos les gusta habitar, o al menos manifestarse, en hogares más refinados, con más nivel de desarrollo y muchas veces ubicados en ciudades o villas muy pobladas. Los duendes son, por lo general, más inteligentes que sus parientes los trasgos, no tienen agujero en la mano, no cojean y visten ropas más ostentosas, siendo sus bromas mucho más crueles. El follet participa de las cualidades de unos y otros, manteniéndose en un justo término medio en cuanto a sus contactos con el género humano, pues, por un lado, sí tienen agujero en la mano y, por consiguiente, se les conjura como a los trasgos, pero, por otro, siguen a los dueños de la casa, como hacen preferentemente los duendes.

2. Diablillos familiares


Considerados como duendecillos, generalmente con aspecto de diablillos, están ligados no a una casa, sino a una persona, a la que ayudan, convirtiéndose ésta en su dueño. Como tal, puede venderlos, transmitidos en herencia, cederlos, etc. La forma de conseguirlos es, por tanto, muy variada: pueden ser «fabricados», capturados, recibidos como regalo, comprados e incluso invocados mediante determinados rituales secretos, razón por la cual están muy vinculados históricamente a la brujería.
Respecto al tamaño que adoptan, son extremadamente pequeños, ya que caben varios de ellos en un acerico o alfiletero. Actúan en colectividad y, prácticamente, su rastro ha desaparecido en la época actual.

3. Duendes dañinos de dormitorio


Extraña familia de duendes (utilizando esta palabra con ciertas reservas) individualistas y agresivos, viven de absorber la energía vital a los seres humanos y de tener contactos carnales con ellos, provocando pesadillas y enfermedades a los que eligen como víctimas, sobre todo a los niños y mujeres. Actúan generalmente en casas solitarias, donde construyen sus guaridas, y su presencia,
por fortuna, es menos abrumadora que la de los domésticos. Su tamaño oscila desde unos pocos milímetros hasta el medio metro, pudiendo adoptar formas muy variadas, desde grandes manos peludas, perros negros, enanos o pequeñas formas indefinidas. Hemos hecho dos sub categorías dentro de este grupo para entender mejor su complejidad: duendes vampirizantes y duendes lascivos o íncubos.

Además, hablaremos de los «Minúsculos Malignos», que se introducen en el interior del organismo humano para provocar algunas dolencias, aunque lo vamos a hacer con las reservas que en su momento comentaremos y sin cuya presencia no estaría completa en una obra de estas características.

El juego de la copa

Aunque estos chicos juegan solo por diversión, aseguran que la copa se mueve sola... ¿Te atreverías a jugar?


lunes, 28 de agosto de 2017

Preparación para el largo "viaje"

LA MAGIA, ligada en íntima conexión con las observancias religiosas, es sólo uno de los muchos procedimientos por los que el hombre busca el camino y dominio de los poderes sobrenaturales. Otro, que está mucho más íntimamente vinculado a la religión, se encuentra en el ritual y el ceremonial, generalmente dirigidos a la súplica y apaciguamiento de los seres sobrenaturales.

Mientras la magia es utilizada como fuerza de ayuda sobrenatural de varias maneras, el rito o ritual y las ceremonias actúan bajo la suposición de que los seres divinos, al igual que los hombres, pueden ser movidos a la piedad, escuchar las llamadas de la justicia, ser complacidos con sacrificios y ofrendas, y si su disposición es malévola, propiciados e incluso, por qué no, sobornados mediante la satisfacción de sus deseos y apetitos.

Un ritual puede definir mejor, quizás, como medio prescrito de ejecutar actos religiosos; es decir, de orar, entonar cantos sagrados, danzar para los dioses, hacer sacrificios o preparar ofrendas. Una ceremonia, por el contrario, abarca cierto número de rituales trabados y relacionados entre sí, ejecutados en un tiempo dado.

Puede sin embargo trazarse una más clara distinción o utilidad respecto a las funciones de los ritos y ceremonias. En un extremo están aquellos que se centran en las crisis de la existencia del individuo, rituales y ceremonias que señalan ocasiones tales como el nacimiento, la imposición del nombre, la pubertad, el matrimonio, la enfermedad y la muerte. "Estos son vulgarmente conocidos como ritos de tránsito".

En el otro extremo están los llamados rios de intensificación, es decir, rituales y ceremonias que marcan sucesos o crisis en la vida de la comunidad en su conjunto, tales como la falta de lluvia, la defensa contra una epidemia o pestilencia, la preparación de la siembra, las cosechas, la iniciación de actividades comunales de caza o de pesca y el regreso victorioso de una partida de guerra. Algunos rituales y ceremonias pueden desempeñar ambas funciones; un ejemplo se halla en la ceremonia de los navajos llamada el "Canto de la noche", que se hace ostensiblemente para curar a un individuo de alguna enfermedad; pero que, en realidad, sirve también para acrecentar su bienestar particular, así como el de la propia comunidad entera.

Terminada esta breve introducción diferenciando el ritual de las ceremonias, podemos pasar directamente a los diferentes aspectos de ambos que a través de la historia antropológica del hombre se vienen dando en las diversas tribus, encaminados a afianzar las creencias en la supervivencia del alma después de la muerte, y concretamente, los destinados a la reencarnación. Tema que sin duda está ampliamente condicionado en todas las sociedades por primitivas que sean.

Fantasmas grabados en cementerios


sábado, 26 de agosto de 2017

Grabación de un jóven explorador en una casa abandonada en Irlanda


Chucky, el muñeco diabólico

El nombre completo de Chucky, “Charles Lee Ray”, se deriva de los nombres de los famosos asesinos “Charles” Manson, “Lee” Harvey Oswald y James Earl “Ray”. Aunque el muñeco era creado por la producción, muchas personas en el set aseguraban que este se movía de lugar y no entendían por qué.


Chucky iba a ser una película más fuerte de lo que fue


La idea de la trama original era que los “Good Guys” tuvieran realmente piel de latex y venas, si los niños lastimaban al muñeco ellos deberían ponerle una de las banditas oficiales de los Good Guy. En cierto punto de la historia Andy haría un pacto con el muñeco, cortándose la mano y juntándola con la de Chucky , esto causaría que volviera de la vida Charles Lee Ray dentro del muñeco.



La verdadera historia detrás de Chucky


Chucky es sin dudas el muñeco poseído más famoso del cine pero ¿sabías que su historia está basada en hechos reales? 

Chucky nos sorprendió a todos en 1988 contándonos la historia de un muñeco que es poseído por el espíritu asesino de Charles lee Ray.

Días más tarde Andy, un pequeño niño, recibe como regalo a Chucky sin saber que está por vivir la peor pesadilla de su vida.

Así es como Chucky comienza a matar a todos los que estuvieron involucrados en su muerte, como una forma de venganza e intento de regresar a la vida en el cuerpo del pequeño Andy.

Con los años, Chucky se ha convertido en un muñeco de culto entre los amantes del cine de terror.

La historia tuvo tanto éxito que se hicieron varias películas al respecto, inclusive tuvo una novia y hasta un hijo.

Pero pocos saben que Chucky está basado en hecho reales, en un muñeco que durante años aseguran que está poseído.

viernes, 25 de agosto de 2017

Graban presunto fantasma en un palacio de Carolina del Norte

Visitantes del Palacio de Tryon, en Carolina del Norte (EE.UU) hacían un vídeo para Snapchat en el que se coló una “figura fantasmal”. Parece corresponder a una mujer vestida de época cruzando detrás del umbral de una puerta.


Se trata, aparentemente, de un vídeo fortuito. Danielle Hyde, y Savanna Brown, efectuaban una visita turística guiada al Palacio de Tryon, en Carolina del Norte, (Estados Unidos) el pasado domingo 16 de julio de 2017. Mientras recorrían Ias estancias de este lugar con fama de «embrujado» iban grabando con su teléfono móvil para subirlo a su cuenta de Snapchat. De repente, cruzó por detrás de una puerta una figura fantasmal que pasó inadvertida por las jóvenes.

La joven explicó al tabloide británico Daily Mirror que no vio la figura fantasmal sino que fue su primo advirtió la presencia de una mujer vestida de época al ver el vídeo en Snapchat.

«Sólo detecté la figura fantasmal cuando mi primo me envió un mensaje diciendo: “¿Es un fantasma?”», declara Danielle.

Al llegar a casa, la joven de 21 años buscó en Internet la historia del palacio y descubrió que se había producido un trágico incendio en 1798. El fuego comenzó en la bodega y destruyó gran parte de la edificación.

En efecto, el Palacio de Tryon se erige en New Bern, población del condado de Craven, en el estado de Carolina del Norte. Su construcción se completó en 1770 y sirvió como el primer capitolio permanente del estado. En 1798, un incendio destruyó el edificio original. Fue reconstruido y reabierto en 1959.

Savanna de 23 años de edad, cree que la figura podría ser el espíritu de una sirvienta que murió en el incendio, aunque los más escépticos temen que el vídeo es simplemente un montaje y el presunto fantasma no es otra cosa que una persona disfrazada.

Una «mujer fantasma» se hace viral gracias a un cantante paquistaní

La autenticidad de esta imagen viral aún no se ha probado pero ha animado el debate en torno a la existencia de las chudail de una suerte de espíritus de demonios femeninos en la cultura del sudeste asiático.


Esta sorprendente imagen se ha hizo viral en internet a medidados del mes de mayo de 2017 gracias al cantante y compositor paquistaní Faakhir Mehmood que la publicó en su perfil de Facebook –con cerca de un millón de seguidores- con la siguiente descripción: “¿Alguien puede verificarla? La supuesta imagen de la Churel tomada por muchas personas en medio de la noche en Hyderabad.”

Pero hasta aquí las certezas. Es obvio que la foto no fue tomada por el popular cantante y nadie ha determinado el lugar donde fue obtenida. Según “India News” Hyderabad podría hacer referencia a una ciudad de la provincia paquistaní de Sind, pero Hyderabad también es el nombre de otra ciudad en el estado indio de Telangana. Así las cosas, dependiendo del medio, el suceso pudo tener lugar en Pakistán o en la India.

Mehmood alude en su descripción la palabra Churel que, dentro de la cultura del sudeste asiático, es una suerte de mujer demonio o, también, el fantasma de una madre no purificada, es decir, es el espíritu de una mujer que murió durante el embarazo o durante el parto.
La sugerente imagen muestra el presunto fantasma de una mujer vestida de blanco que está sentada en un muro mientras un gran número de personas la miran o le hacen fotografías con el teléfono móvil.
Caben dos posibilidades: O se trata de una campaña viral encaminada a promover la carrera de Faakhir Mehmood quien desde 2011 no ha publicado nuevos álbumes o, se trata de una foto real aunque de ningún fantasma.

Según detalla el portal MEP la mujer que se puede ver en las fotografías, probablemente, esté enferma o en estado de embriaguez y las personas que se encuentran delante del muro están haciendo lo posible para que baje o haciendo fotos y vídeos para publicarlos en Facebook.

miércoles, 23 de agosto de 2017

Hay alguien más en esta casa


¿Son gnomos o enanos?

Lo decimos sin rodeos: otro de los nombres con los que se designa a los gnomos es el de «enanos».

Ciertamente, algunos autores han tratado de ver diferencias entre unos y otros, pero nosotros, tras
seguirles la pista, tanto en su aspecto físico como en sus costumbres, hemos llegado a la conclusión de que la mente popular y las tradiciones identifica a unos y otros, con la salvedad de que, según las zonas, los denominan de una manera o de otra. Los términos duende, gnomo y enano son usados de forma indistinta, lo que hace muy difícil determinar la naturaleza de un elemental si nos atenemos solamente a la palabra con la que es identificado en un cuento o en la narración de un testigo del suceso. Es frecuente encontrar leyendas de enanos mineros, llamados gnomos o de duendes domésticos llamados enanos. En otras ocasiones se habla de hombrecillos o de gente menuda.

En España el desconcierto respecto a su nomenclatura es similar al del resto de los países europeos,
si bien hay excepciones. Adriano García Lomas, en su excelente trabajo sobre mitología de Cantabria, clasifica en el capítulo de «los genios del hogar y los gnomos del campo» a muchos de los seres a los que nos referimos en este libro. El escritor cántabro utiliza, por lo tanto, la palabra gnomo de forma genérica, tal y como la concibió Paracelso, pero de forma aún más amplia, pues con ella engloba no sólo a elementales de la tierra que custodian tesoros o velan por la riqueza del planeta, sino a otros muchos con formas de vida muy variadas, aunque casi todos ellos bajitos, feos, con abundantes arrugas en su piel y con predilección por cuevas y antros de la peor especie. Eso sí, cuanto más escabrosas y espeluznantes, mejor que mejor…

La escritora María Luisa Vallejo recopiló en los años cincuenta, con gran mérito por su parte,
Leyendas de algunas regiones españolas. En una de ellas hizo una curiosa interpretación del duende
madrileño de la calle Fuencarral (a la que nos referimos en nuestra obra Duendes), adornada para niños con elementos de su cosecha, como la descripción de estos seres, que ella denomina «enanitos», y a los que hace aparecer vistiendo caperuzas, botas y ricas ropas, que obtenían gracias a las «inmensas riquezas que acumulaban en sus talleres subterráneos». En cuanto a su aspecto, todos tienen largas barbas blancas, y el protagonista parece un anciano. La descripción no es sino una mezcla de leyendas sobre seres custodiadores de tesoros con cuentos de origen nórdico.

Los exagerados adornos de los que hacen gala algunos escritores de leyendas adulteran el contenido
originario de las mismas e impiden su comprensión. Un ejemplo de esto lo personifica Manuel Llano,
pues muy frecuentemente engalanó sus historias con leyendas tomadas de otras mitologías europeas, eso cuando no se las inventaba pura y simplemente. No se preocupa de elegir con cuidado la palabra con la que nombra a los diferentes seres que aparecen en sus obras, siendo frecuente que denomine duendes a los enanucos, y viceversa.

El otro factor de confusión es la utilización del término «gnomo» como correspondiente, en exclusiva, a la mitología germánica o escandinava, lo que no es correcto, pues en estas tierras tampoco hay ningún elemental expresamente denominado así, usándose la palabra gnomo para identificar a una multitud de seres diversos, lo que añade más confusión, si cabe, al problema. Así, por ejemplo, Ramón Baragaño, en su obra sobre mitología asturiana, recoge la idea sobre el trasgu asturiano de Menéndez Pelayo y dice que «el trasgo es de origen céltico-romano, y procede de aquellos gnomos, silfos, kobolds, etc., que surgieron como antiguas mitologías en el norte de Europa cuando las viejas divinidades célticas fueron arrinconadas por el cristianismo».


¿Son gnomos o son enanos? Lo cierto es que en las leyendas de todo el mundo que hablan de ellos no distinguen bien estas dos acepciones, porque sencillamente están hablando de los mismos personajes con distintos nombres.

Esta tesis está tan extendida que ha sido aplicada o recogida por multitud de autores, siendo, sin
embargo, incorrecta. Los silfos son seres del aire, los kobolds no son otra cosa que los duendes
domésticos de Europa central, siendo parientes de los trasgos, con análogas costumbres, en tanto que
«gnomos» no corresponde en Europa a ningún ser en especial, sino que la palabra se aplica a una gran variedad de seres míticos. Igualmente, Rogelio Jove y Bravo, mucho antes que él, incurre en idéntico error y considera a los gnomos unos pequeñitos y vaporosos seres sajones, como si en realidad su nombre sólo pudiese aplicarse a elementales del norte de Europa.

Este término es más confuso de lo que parece a primera vista. Arrowsmith y Moorse no utilizan en su
libro sobre los elfos europeos la palabra gnomo para identificar ni a uno solo de ellos, ya que, como
sabemos, el término no surge hasta el siglo XVI, razón por la cual fue usado por cultos escritores
conocedores de la obra de Paracelso y sólo en tiempos muy recientes por el pueblo llano, cuando un gran número de cuentistas —en el mejor sentido de la palabra— habían utilizado ya dicha palabra en sus narraciones.

Como ejemplo sirva la obra de Katharine Brigss, una de las mejores conocedoras de la mitología y el
folclore de las Islas Británicas, quien hace referencia a los gnomos de la siguiente forma:

Los gnomos de las Shetland (trows o trolls) son parecidos a los pequeños gnomos escandinavos, por supuesto que no a los gnomos gigantes de varias cabezas, sino a aquellas criaturas más pequeñas que los humanos, traviesas y malignas, que se convierten en piedra a la luz del sol, aunque les hace menos daño que a sus parientes escandinavos. Si, por equivocación, la salida del sol les sorprende sobre la superficie de la tierra, no pueden escaparse durante todo el día, y permanecen asustados, con ganas de esconderse y refunfuñando para sus adentros, porque, para gran sorpresa, temen tanto a los hombres como los hombres los temen a ellos.

La autora británica identifica a los gnomos con los trolls, seres peludos y pérfidos, enemigos de los
bondadosos y pacíficos protagonistas de la obra de Huygen y Poortvliet. En realidad, el folclore
escandinavo no sólo usa la palabra gnomo como término genérico, sino que lo mismo hace con la palabra «troll», sobre todo en Suecia, donde originariamente casi todos los seres de los bosques se englobaban bajo el nombre de trolls.

La mayor parte de los seres que Brigss identifica como gnomos son pequeños, vestidos de gris,
semejantes a las «hadas y a los duendes comunes y, como todos estos personajes, grandes amantes de la música». Respecto a lo poco que habla de sus costumbres, éstas no parecen diferir de las de los duendes, lo que nos hace suponer que, como ocurre frecuentemente, Brigss está tan desconcertada con el uso de la palabra gnomo como todo el mundo que se ocupa de ellos.

Tal vez, si se pudiera acceder al mundo de los elfos, se podría ver claramente estas diferencias, pero
desde la documentación y los conocimientos actuales que tenemos creemos que sería bastante más
caótico intentar hacer clasificaciones y diferencias entre gnomos y enanos que asimilarlos a una misma categoría, con las pequeñas diferencias que se irán indicando en cada momento.

martes, 22 de agosto de 2017

Annabelle 2 La creación


En Annabelle 2, varios años después del trágico fallecimiento de su hijita, un fabricante de muñecas y su mujer acogen en su hogar a una monja y varias niñas procedentes de un orfanato clausurado, quienes pronto se convierten en el objetivo de la poseída creación del fabricante de muñecas, Annabelle.

Fecha de Estreno: Jueves, 12 de Octubre de 2017 

Cámaras de seguridad captan Fantasma en el Overlook hotel, Plainview


La Licantropía entre los antiguos

¿Qué es la licantropía? La transformación de un hombre o una mujer en lobo, bien por medios mágicos, para permitirles disfrutar del sabor de la carne humana, bien por sentencia de los dioses, para castigar algún delito grave.

Ésta es la definición popular. En realidad se trata de una forma de locura, como se puede comprobar en la mayoría de los manicomios. Entre los antiguos, esta clase de demencia recibía los nombres de «licantropía», «kuantropía» o «boantropía», porque quienes la padecían creían transformarse en lobos, perros o vacas. Pero, como veremos, la forma de lobo en el norte de Europa y la de hiena en África, son a menudo las preferidas. ¡Simple cuestión de gusto! Según Marcelo Sidetes, de cuyo poema περὶλυκαυθρώπου existe un fragmento, esta locura atacaba a los hombres sobre todo a comienzos de año, y se volvían más violentos en febrero; se retiraban por las noches a cementerios solitarios y vivían exactamente como perros y lobos.

Escribe Virgilio en su Égloga octava:
Has herbas, atque hæc Ponto mihi lecta venena
Ipse dedit Moeris; nacuntur plurima Ponto.
His ego sæpe lupum fieri, et se conducere sylvis
Moerim, sæpe animas imis excire sepulchris,
Atque satas alio vidi traducere messes. 
Y Heródoto: «Al parecer, los neuros son brujos, si se da crédito a los escitas y a los griegos establecidos en Escitia, porque cada neuro cambia su forma por la de lobo una vez al año, y permanece con esta forma durante varios días, después de los cuales recupera su antigua forma» (libro IV, cap. 105).

Véase también Pomponio Mela (libro II, cap. 1): «Hay un momento preciso en el que los neuros, si quieren, se transforman en lobo, y vuelven otra vez a su estado anterior». Pero, entre los antiguos, la historia más sobre Licaón, rey de Arcadia, que invitó un día a Júpiter y para poner a prueba su omnisciencia puso ante él un pedazo de carne humana, después de lo cual el dios lo:
En vano intentó hablar; desde ese mismo instante
sus mandíbulas se llenaron de baba, y su sed sólo la sangre
podía saciar, y rugía entre las ovejas y ansiaba matar.
Su ropa se convirtió en piel, sus miembros se encorvaron;
un lobo… aún conserva vestigios de su antigua faz,
canoso es como antes, su expresión rabiosa,
los ojos relumbran salvajes, imagen de la furia.
Plinio cuenta, tomado de Evantes, que en la fiesta de Júpiter Liceo, se elegía al azar a un miembro de la familia de Anteo y se le conducía a la orilla del lago de Arcadia. Allí colgaba sus ropas de un árbol y se metía en el agua, tras lo cual se transformaba en lobo. Si al cabo de nueve años no había probado la carne humana, era libre de volver a sumergirse y recuperar su forma anterior, que entre tanto, había envejecido como si la hubiera gastado nueve años.

Agriopas cuenta que Demeneto, tras asistir a un sacrificio humano a Júpiter Liceo, comió de la carne, e inmediatamente se convirtió en lobo, en cuya forma vagó durante unos diez años, después de los cuales recuperó su forma humana y participó en los Juegos Olímpicos.

La historia que sigue es de Petronio:
«Mi amo había ido a Capua a vender ropas viejas. Aprovechando la oportunidad, persuadí a nuestro huésped para que me acompañara hasta el quinto miliario; era soldado, y tan audaz como la muerte. Salimos con el canto del gallo, y la luna iluminaba como el día, cuando, al llegar a unos monumentos, mi hombre comenzó a invocar a las estrellas, mientras yo trotaba cantando y contándolas. Al rato volví la vista hacia él, y vi que se desnudaba y dejaba su ropa en el borde del camino. El corazón se me subió a la garganta instantáneamente, y quedé como muerto cuando, de repente, se transformó en lobo. No creáis que bromeo: no os mentiría ni por todo el oro del mundo. 
»Pero continúo: una vez convertido en lobo, lanzó un aullido y huyó al bosque. Al principio yo no sabía si me encontraba cabeza arriba o cabeza abajo; pero después fui a recoger sus ropas: las hallé convertidas en piedra. […] Empecé a sudar, y pensé que no iba a sobreponerme nunca. Melisa se extrañó de que llegara tan tarde. “Si hubieras venido un poco antes”, dijo, “habrías podido echarnos una mano, porque ha entrado un lobo en la granja y nos ha matado todo el ganado; pero aunque ha escapado, no ha sido cosa de risa para él, porque uno de nuestros criados lo ha atravesado con una lanza”. Después de oír esto no pude pegar ojo, pero en cuanto fue de día corrí a casa como un vendedor ambulante al que le han aligerado la carga. Al pasar por el lugar en el que las ropas se habían convertido en piedra, no vi sino un charco de sangre; y cuando llegué a casa, encontré a mi soldado echado en la cama, como un buey en el establo, y a un cirujano vendándole el cuello. Comprendí enseguida que se trataba de un sujeto que podía cambiar de piel), y ya nunca pude sentarme a la mesa con él, ni aunque me matasen. Los que piensen distinto sobre el caso, que digan lo que quieran, ¡Que los genios me confundan si miento!» 
Como todos sabemos, Júpiter se transformaba en toro, Hécuba en perra, Acteón en ciervo, los compañeros de Ulises fueron convertidos en cerdos, y las hijas de Preto corrían por los campos creyéndose vacas, y no dejaban que se les acercase nadie, no fuera que las atrapase y las unciese, que conoció a una anciana de la que se decía que convertía a los hombres en asnos con encantamientos, en la que el héroe, al utilizar de manera imprudente un ungüento mágico, se transforma en dicho animal de largas orejas.

Hay que señalar que el principal lugar de la licantropía es Arcadia, y se ha sugerido muy verosímilmente que la causa podría atribuirse a la siguiente circunstancia: los naturales eran un pueblo de pastores, y sin duda sufrían frecuentes ataques y depredaciones de los lobos. Establecieron un sacrificio para conseguir la liberación de esa plaga y protección para sus rebaños. Este sacrificio consistía en la ofrenda de un niño, y fue instituido por Licaón. Debido a que el sacrificio era humano, y dada la particularidad del nombre de su creador, surgió el mito.

Pero, por otra parte, la historia está demasiado extendida como para que le atribuyamos un origen accidental, o una fuente local.

Medio mundo cree, o creía, en los hombres lobo, y quienes nunca habían tenido ni siquiera una remota relación con Arcadia pensaban que vagaban por los bosques de Noruega: probablemente la superstición había arraigado profundamente entre los escandinavos y teutones años antes de la existencia de Licaón; y no tenemos más que echar una mirada a la literatura oriental para verla firmemente grabada en la imaginación de los orientales.

domingo, 20 de agosto de 2017

The ritual


Un grupo de amigos de la universidad se reúnen para emprender un viaje de senderismo por los montes de Suecia, con la finalidad de rendir homenaje a uno de ellos, muerto de forma violenta. Cuando se internan en el bosque, una presencia amenazante empieza a acosarles.

Fecha de Estreno: Viernes, 10 de Noviembre de 2017 

Leyenda de los Niños Llorones

Bruno amadio (Allias: Bragolin), siendo observador de la Segunda Guerra Mundial, retrató el sufrimiento que veía por las calles, pintando cuadros de niños que vivían en orfanatos. Creando una serie de 27 retratos conocidos como “Los Niños Llorones”.

A pesar de ello permanecía en el anonimato, su fama como pintor no existía, y optó por hacer un pacto con el Demonio para que sus pinturas alcanzaran celebridad. Estos cuadros pronto se comercializaron por el mundo y a mediados de siglo eran un tesoro muy preciado. A raíz del convenio con el diablo, cosas extrañas empezaron a suceder.

Una de esas terribles situaciones sucedió con su primera pintura, la cual Bragolin habría regalado al orfanato donde se encontraba aquel niño. Al poco tiempo, ocurrió un voraz incendio que acabó con todo y todos. Pero extrañamente el cuadro, no sufrió daño alguno. Dicen que el espíritu del pequeño quedó atrapado en la pintura y que este lleva desgracias a todo aquel que lo posee.

Si este cuadro se gira 90 grados, es posible observar una figura monstruosa que devora al pequeño, probablemente por eso muchos han tachado la pintura de maléfica.

A inicios de los años 70, las pinturas se popularizaron y con ello las desgracias y situaciones paranormales. Unos aseguraban que cuando se descolgaba el cuadro, detrás de él aparecían gusanos. Que, invirtiendo el cuadro a la medianoche, se podía hacer un pacto con el Diablo o que si miras con calma, podrás descubrir la misma cara de Satanás plasmada.

Se hablaba de casas incendiadas donde siempre lo único que permanecía, era el mencionado cuadro, colgado en la pared sin un solo rasguño.

Las copias dejaron de realizarse por falta de pedidos, y la gente fue arrumbándolos poco a poco en algún rincón.

Algunos propietarios grabaron psicofonías en las que se escucha la voz de un niño saliendo del cuadro.

sábado, 19 de agosto de 2017

Pasajero fantasma

Desde el tsunami de Japón en el 2011 donde murieron miles de personas, muchos taxistas que pasan por la zona reportaron haber tenido alguna vez una experiencia con un "Pasajero fantasma".

Una cámara de seguridad de un edificio en Japón captó esta imágen cuando un pasajero tomaba un taxi.

John Wesley Harding, el más buscado del Oeste

Las películas del Oeste han presentado siempre a los pistoleros como almas nobles, luchadoras y sobre todo, de manos ágiles. En la pantalla, las balas de los Colt silban alrededor de las callejas e impactan en los cuerpos de sus oponentes, dejando un reguero de cadáveres que sabemos son ficticios.

Pero el antiguo Oeste americano tuvo su momento cruel, también en la realidad. Una época en la que la vida era sesgada sin miramientos y con nombres que brillaban en la Crónica Negra de su Historia con luz propia.

Rápido con su revolver, temido por su mirada de hielo, perseguido por el asesinato de varias decenas de personas, John Wesley Harding fue el prototipo del pistolero que vimos en el cine, y que nunca debió de existir.

Nacido en el seno de una humilde familia en 1853, fue el segundo de los once hijos que tuvo Mary Elizabeth Dixon, esposa de un pastor metodista que recorría junto a su familia el estado de Texas ofreciendo la palabra de Dios a quien quisiera escuchar.

Al contrario de otros muchos psicópatas, de los que hemos ido leyendo su vida en esta sección, su infancia no fue particularmente terrible, aunque sí tuvo que sufrir las penalidades de pertenecer a una familia no muy adinerada y en un territorio todavía en construcción. Aún así, su carácter comenzó a forjarse de manera dura, cruel.

Era amigo de pendencias y pillerías, y en más de una ocasión su padre tuvo que ponerse estricto con él para intentar encauzar a su ya díscolo hijo. Su corta edad, sin embargo, provocó que todo se interpretara como tropelías de niño y todos esperaban que con la edad y la responsabilidad iría encauzando su vida.

Pero al contrario, John incrementó sus actividades beligerantes con la edad. En una de sus habitúales peleas, en esta ocasión por las atenciones de una jovencita, sacó un cuchillo y lo clavó en el cuerpo de su rival. Tenía catorce años.

La víctima no murió y esta circunstancia evitó que John fuera a prisión. Un grave error, ya que con la idea de la impunidad en su mente, su psicopatía fue en aumento.

Poco más de un año después de este episodio, la primera víctima mortal decoró su particular currilum. Se trataba de un esclavo liberado, de nombre Mage. El corpulento hombre había podido poner fin a sus días de penuria gracias a la finalización del conflicto que asoló EE.UU. años antes, pero John no compartía esas liberales ideas del norte, y su actitud dejaba mucho que desear.

Se encontraron en un callejón estrecho, por el cual andaba Mage y John pretendía atravesar montado en su caballo. El hombre no se apartó, ya que entre ambos había surgido una enemistad anterior, y el joven actuó sin pensarlo. Sacó su revolver del cinto y vació el cargador sobre el desprevenido viandante.

Con quince años, ya tenía una muesca en su revolver.

Huyó de la ciudad y comenzó una carrera en la que los asesinatos y las carreras se multiplicaron y con dieciseis años, dió con sus huesos en un fortín del ejército, donde fue recluído.

Allí consiguió un arma, al parecer vendida por un prisionero que la mantenía oculta y organizó un plan de fuga. Se fingió enfermo y al entrar el enfermero a la celda, a comprobar su estado de salud le descerrajó varios disparos y salió huyendo. En la persecución abatió a tres soldados que le perseguían y su leyenda comenzó a circular por el estado de Texas.

Buscó refugio en un rancho, el Chisolm, en una época donde se contabilizaron al menos siete nuevos homicidios. Juego, mujeres y su mente perturbada fueron las excusas.

Es en este episodio cuando tuvo lugar una de las mayores “hazañas” del pistolero. Durante una noche de juerga en la cantina, aparecieron cinco cuatreros mexicanos, que buscaban gresca. Todos los compañeros de John optaron por retirarse, pero él no. De manera mecánica y fría, los abatió uno a uno y después, pidió al cantinero que le sirviera la cena.

Se casó con Jean Bowen y tuvo con ella cuatro hijos, pero esto no impidió que continuará con su macabra carrera.

Sus correrías ya tenían un precio: 40,000 dólares se ofrecían por su cabeza.

El azar le llevó hasta una mítica ciudad, Abilene, donde ejercía como Sheriff una de las grandes figuras de la época: Wild Bill Hickok. Este había oído que Harding merodeaba por la zona y había extremado las precauciones.

John lo sabía y estaba tenso. En la habitación del hotel donde se escondía medraba nervioso. De repente, escuchó un terrible sonido que provenía de la habitación de al lado. Se trataba del ronquido de su vecino. Sin pensarlo, apoyó el cañón de su arma en la pared, construida de fina madera y disparó. El ronquido cesó, pero él tuvo que escapar.

Finalmente, decidió mudarse a la más tranquila Florida, y a borde de un tren con su familia, fue localizado por dos rangers de Texas, que lo detuvieron. Por fortuna para él, no existía la pena de muerte allí y fue condenado a 25 años de prisión. En ella aprendió leyes y obtuvo el título de abogado. Cuando salió, 17 años después, comenzó a trabajar en El Paso como abogado, pero como bien se dice, “quien a hierro mata...”.

Durante una partida de dados en el saloon, sonó un fuerte disparo. John Wesley Harding cayó, abatido por el arma de un antiguo sherirf John Selman.

Su vida ha sido llevada al cine, interpretada por Rock Hudson y una conocida canción de Dylan recorre su trayectoria, tan vital como nefasta.

jueves, 17 de agosto de 2017

¿Han desaparecido las Hadas?

Creo que es conveniente hacer unas pequeñas reflexiones sobre la posible existencia de estos personajes, pues de poco serviría entrar en su vida y milagros si después resulta que todo ha sido fruto de la fantasía de nuestros abuelos. ¿Han dejado alguna huella o prueba de su existencia? ¿Existen abundantes testimonios de gente seria que dice haberlas visto? ¿Hay que creer realmente en estos seres de la mitología? Realmente, es un tema que no deja indiferente a nadie. O se cree en ellos o no se cree.

El mundo de los devas, ángeles, duendes y hadas parece resurgir de nuevo; se está poniendo de moda,
y así lo ponen de manifiesto muchos indicios actuales. La gente se avergüenza cada vez menos de
reconocer que cree en estos seres e incluso que los ha visto —con los ojos del cuerpo o con los del alma—. Cada vez se escriben más artículos y libros sobre ellos, y hasta llegan a decirnos cómo invocarlos, cómo contactar con ellos y cómo descubrirlos, pero lo curioso es que este interés casi súbito por conocerlos no es nada nuevo. La historia nos demuestra que es cíclica en algunos de sus acontecimientos, y a lo largo de otras épocas el olvido por estos personajes ha sido estremecedoramente constante.

En España, al menos desde el siglo XIV, la creencia en las hadas se puso en tela de juicio, razón por
la cual para la doctrina escolástica era la mejor prueba de que éstas existían. En estas lejanas épocas, al parecer, su creencia era tal y sus prácticas estaban tan extendidas, que un cronista de la Corte de
Alfonso XI tuvo que escribir un libro didáctico contra las supersticiones relacionadas con estos seres,
denominado Tratado contra las hadas, cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca de El Escorial. El autor de dicho libro fue Alfonso de Valladolid (1270-1349). Eso no impidió que las hadas se siguieran manifestando masivamente, sobre todo en los siglos XVI y XVII, en los cuales, por cierto, la penetración de los elementales fue intensísima en todos los rincones de Europa, para ir progresivamente decayendo a partir del siglo XVIII.

Las hadas, a pesar de que a algunos les moleste su presencia y a pesar del tiempo transcurrido, siguen
interesando a los hombres y se sigue hablando de ellas (este libro es una clara muestra). No caen nunca en el olvido. En todo caso, es su apariencia y su actitud la que cambia respecto a nosotros. Permanecen agazapadas en la invisibilidad y en los cada vez más reducidos espacios naturales y frondosos de la naturaleza. Se transforman en animales, se metamorfosean en nubes o en vientos, se confunden deliberadamente con otras entidades. Permiten formar parte de cuentos distorsionados donde no quedan muy favorecidas, e incluso aceptan de buen grado ser las protagonistas de chistes, bromas o juegos de palabras.

Las hadas han sido vistas en contadas ocasiones porque no tienen costumbre de dejarse observar en
lugares cuyo entorno natural originario esté deteriorado. Al ser consideradas como espíritus de la
naturaleza, protectoras de las flores, de los árboles, de sus aromas y sus esencias, les duele en el alma
ver los bosques talados y calcinados indiscriminadamente, los viejos robles arrancados, las fuentes —
antaño de agua cristalina— sucias, los ríos contaminados y los peces muertos. Sufren enormemente con el deterioro progresivo de nuestra naturaleza, ya que ellas están estrechamente vinculadas a la misma; por tal razón, han ido abandonando poco a poco nuestros bosques, ríos y montes.

Las hadas no podían seguir contemplando totalmente impasibles todo lo que estamos haciendo a
nuestro planeta Tierra, porque nuestro mundo —no lo olvidemos— es el suyo también. En él viven y en él mueren. En la medida que su estado de conservación sea el adecuado, esta raza de seres sobrenaturales sobrevivirá en el tiempo y se seguirán manifestando a su modo, porque están vinculadas tan íntimamente a nuestro planeta que forman parte de su conciencia.

Es cierto que ya no se oyen sus dulces susurros entre los hayedos o junto a los arroyos. Las etéricas
hadas se han ido marchando, y las plantas marchitas o los árboles dañados ya no reciben sus protecciones y sus caricias. Las setas ya no brotan en círculo a sus pies cuando danzan, y en los montes no se siente su presencia acompañada de un suave aroma y un ligero viento.

Apenas se menciona a las xanas en Asturias, salvo por algún entrañable autor que siente y anhela su
presencia. Hace más de cien años que en Cantabria no existen testimonios de haberse visto alguna anjana.

La que vieron por última vez, según Manuel Llano, fue en un atardecer a la orilla de un río. Llevaba un vestido blanco y sobre su cabeza portaba una corona de flores. Al ser descubierta por un aldeano, éste logró retenerla, pero ella le susurró suavemente estas palabras:
Dios me jizo pa
jacer el bien
de noche y de día.
Que tengas alegría
pa toa la vida
si no jaces el mal.
Que Dios te castigue
con el tou su poder
si no me dejas volver.
El aldeano la dejó marchar y le dio algo de comida. Desde entonces ninguna anjana, en su manera
tradicional, se ha dejado ver. No obstante, para los soñadores y los poetas, las hadas siempre han estado vivas, y si, por azar, no hubieran existido nunca, ellos las hubieran creado. El poeta nicaragüense Rubén Darío lo expresó así en un pequeño poema infantil:
Las hadas
las bellas hadas,
existen, mi dulce niña.
Una leyenda sitúa su declive en el advenimiento del cristianismo. Hasta entonces, las hadas reinaban
en las Galias felices y despreocupadas, sin hacer caso de la nueva religión que empezaba a extenderse
gracias a los apóstoles. Incluso las que habitaban en Bretaña no dejaron por eso de bailar, cantar e hilar.

La consecuencia moral es que fueron castigadas y condenadas a vivir reducidas de tamaño hasta el día del juicio final. Algunas, como la reina Mab, son tan pequeñas que caben en una cáscara de nuez. En España igualmente existen varias leyendas que identifican la extinción de las lamias con la llegada del cristianismo, a las cuales tendremos ocasión de echar un vistazo cuando hablemos de ellas en su capítulo correspondiente.

Aun así, las nuevas creencias no consiguieron desplazar del todo a estas criaturas, y su rescoldo se
hace notorio a través del entramado religioso de cualquier época. Están tan extendidas por las leyendas y el folclor de todo el mundo que incluso han servido como fuente de inspiración para un género tan moderno como es la literatura de ficción científica.

De todas formas, el misterio de la desaparición de las hadas a finales del siglo XIX está aún sin
resolver. En Francia, los campesinos de Bretaña consideran que se fueron porque, según explicaron ellas mismas, se aproximaba un terrible siglo «invisible» (el siglo XX). En los pueblos cántabros y astures dicen que se marcharon porque el hombre era egoísta y cruel, y no querían ver la muerte de los bosques, retornando a sus hermosas y subterráneas moradas y a sus lechos resplandecientes de oro y cristal.

Después de mediados del siglo XIX, todos los autores de cuentos y folcloristas de prestigio de Francia e Inglaterra se mostraban de acuerdo en que esta gentecilla se hacía cada vez más tímida a medida que la civilización avanzaba.

James Barrie, el autor de Peter Pan, tiene una personal explicación, mucho más poética y posiblemente mucho más real, sobre la desaparición paulatina de estas entidades: «Cuando un niño dice que no cree en las hadas, cae muerta una de ellas, por eso van quedando tan pocas».

Historia de una hacienda embrujada


miércoles, 16 de agosto de 2017

Verdad y leyenda del conde Drácula

El conde Drácula es, sin duda alguna, el vampiro más popular entre todos los conocidos desconocidos de todos los tiempos, desde las épocas más remotas.

¿A qué debe su popularidad el conde Drácula? Sólo a un escritor, aficionado a los temas parapsicológicos, a la brujería y, naturalmente, al vampirismo. Este escritor se llamó Bram Stoker, y aunque escribió otros muchos libros y relatos cortos, algunos de ellos sobre el mismo tema y otros semejantes, ha pasado a la posterioridad por una sola de sus obras: Drácula.

Bram Stoker, para pergeñar su Drácula se sirvió de un personaje histórico, nacido en Transilvania, y cuyo castillo (¿el auténtico o no?) y los parajes donde al parecer discurrió la mayor parte de la existencia del tristemente célebre conde Drácula, son hoy día objeto de peregrinación por parte de los aficionados a estos temas.

Pero, ¿quién fue en realidad el conde Drácula? Para saberlo, recurramos a la Historia.

Según todas las versiones más o menos veraces, el conde Drácula, de nombre Vlad, era el descendiente de una noble familia de Transilvania, allá por el siglo XIII. Poseedor de un castillo, encaramado en lo alto de una montaña, como se construían los castillos en la Edad Media, todas las tierras que desde aquel alto mirador se atalayaban eran de su propiedad.

El conde, lo mismo que sus antecesores, era de índole cruel, al menos con sus vasallos, a los que trataba peor que a esclavos, a los que azotaba cuando era su gusto y su conveniencia por la más mínima falta… o por su capricho.

El conde era de elevada estatura, cetrino, de larga cabellera, rostro enjuto y, rasgo especial, tenía unos ojos vidriosos, sumamente relucientes, que en la oscuridad brillaban como los de un gato. Y este aspecto, como es natural, sirvió para aumentar el terror que inspiraba a cuantos le veían.

Por otra parte, el conde gustaba también de las jovencitas de la región, que de acuerdo con las leyes de la época y con sus propios reglamentos, la pertenecían en cuerpo y alma. Y así fue cómo en aquella zona empezaron a desaparecer doncellas, que jamás fueron vistas de nuevo. Sin embargo, los atemorizados padres de tales inocentes víctimas no se atrevían a protestar ni a iniciar indagatoria alguna, puesto que sabían que la venganza del conde habría sido terrible.

En realidad, lo fue en varias ocasiones cuando, por cuestiones nimias hizo empalar a unos servidores, cosa que hallándose de su agrado repitió varias veces.

¿Cómo, os preguntaréis, la justicia no intervino para impedir tales desmanes? ¿Por qué el conde Drácula pudo seguir entregado a sus crueldades y abominaciones?

La respuesta es muy sencilla:

Vlad, señor de Valaquia, conde Drácula, era un héroe nacional.

En efecto, combatió denodadamente en favor de la liberación de su patria, fue herido en varias ocasiones, y sus hazañas bélicas obtuvieron el beneplácito del rey, que le condecoró y tuvo siempre en gran estima.

Por esto, el feroz conde Drácula consiguió librarse de las garras de la justicia, aunque vivió siempre odiado por sus servidores. La desaparición de las jóvenes, los empalamientos y, sobre todo, el aspecto de Drácula, ayudaron a crear una leyenda que ha llegado hasta nuestros días.

Hasta aquí la historia. A continuación se forjó la leyenda del conde Drácula, en la que se inspiró Bram Stoker para su famosa novela, en la que indudablemente grabó de manera indeleble todas las supersticiones y tradiciones que rodean a los presuntos vampiros.

En efecto, los vampiros no-muertos:
  • Sólo pueden abandonar sus tumbas a la luz de la luna, debiendo regresar a las mismas antes de la salida del sol.
  • No pueden penetrar en una casa si no son invitados “voluntariamente” a ello.
  • Sólo pueden “dormir” en los ataúdes que contengan tierra de su patria natal.
Por otra parte, para ahuyentar a los maléficos vampiros, es preciso proveerse de un crucifijo; de varias ramitas de muérdago (hay que tener en cuenta que esta planta desempeñó un gran papel en la brujería) y, a ser posible, una ristra de cabezas de ajo; también sirven para este fin los rosarios, los escapularios y hasta las imágenes sagradas de Dios y la Virgen.

¿Cómo hay que matar a un vampiro? Cortándole la cabeza y clavándole una estaca en el corazón. Solo así y al instante, el vampiro se desintegra, convirtiéndose en cenizas.

Cuando un vampiro ataca a un ser humano hincándole los colmillos en la garganta, precisamente en la yugular, el mordido se convertirá a su vez en vampiro, languidecerá y morirá pronto… sediento de sangre, por lo que también por las noches saldrá de su tumba y atacará a los demás mortales, con especial predilección por los miembros vivos de su familia.

¿Cómo se han ido forjando estas supersticiones? Como todas las demás… al correr de los tiempos. ¿Se apoyan en algún fundamento real? Esto es lo que seguramente jamás sabremos.

Y a continuación transcribiré unos breves fragmentos de la novela imaginada por Bram Stoker, que elevó la categoría de los simples vampiros a la de “no-muertos”, o Nosferatus, seres que, después de sufrir una muerte ficticia, resucitan todas las noches de sus tumbas para alimentarse con la sangre de otros seres humanos, a los que a su vez convierten en presuntos vampiros.

Ya se observó que Bram Stoker introdujo en su novela el elemento sexual en relación con la succión de sangre, lo que hasta cierto punto constituye una novedad en el vampirismo de leyenda, no así en el humano, puesto que, como hemos visto, en casi todos los casos de vampirismo y necrofilia, la sexualidad es el motor que impulsa tan reprobables acciones.

Sin embargo, casi puede asegurarse que uno de los factores que más contribuyeron al éxito literario de Drácula fue precisamente esa sexualidad soterrada que fluye a lo largo de todo el relato.

El fragmento que sigue forma parte del Diario del doctor Seward, uno de los protagonistas de la novela (que como es sabido es narrada mediante la intercalación de fragmentos de los Diarios llevados por diversos personajes que intervienen en la trama, o bien por sus cartas).


«3 de octubre —El tiempo nos pareció extremadamente largo mientras esperábamos a Arthur y a Quincey Morris. El profesor trataba de mantenernos distraídos, utilizando nuestras mentes sin descanso. Comprendí perfectamente cuál era el benéfico objetivo que perseguía con ello por las miradas que lanzaba de vez en cuando a Harker. El pobre hombre está abrumado por una tristeza que da dolor. Anoche era un hombre franco, de aspecto alegre, de rostro joven y fuerte, lleno de energía y con el cabello de color castaño oscuro. Hoy, parece un anciano macilento y enjuto, cuyo cabello blanco se adapta muy bien a sus ojos brillantes y profundamente hundidos en sus cuencas y con sus rasgos faciales marcados por el dolor. Su energía permanece todavía intacta, en realidad, es como una llama viva. Eso puede ser todavía su salvación, puesto que, si todo sale bien, le hará remontar el período de desesperación; entonces, en cierto modo, volverá a despertar a las realidades de la vida. ¡Pobre tipo! Pensaba que mi propia desesperación y mis problemas eran suficientemente graves; pero ¡esto…! El profesor lo comprende perfectamente y está haciendo todo lo que está en su mano por mantenerlo activo. Lo que estaba diciendo era, bajo las circunstancias, de un interés extraordinario. Estas fueron más o menos sus palabras:

—He estado estudiando, de manera sistemática y repetida, desde que llegaron a mis manos, todos los documentos relativos a ese monstruo, y cuanto más lo he examinado tanto mayor me parece la necesidad de borrarlo de la faz de la tierra. En todos los papeles hay señales de su progreso; no solamente de su poder, sino también de su conocimiento de ello. Como supe, por las investigaciones de mi amigo Arminius de Budapest, era, en vida, un hombre extraordinario. Soldado, estadista y alquimista…, cuyos conocimientos se encontraban entre los más desarrollados de su época. Poseía una mente poderosa, conocimientos incomparables y un corazón que no conocía el temor ni el remordimiento. Se permitió incluso asistir a la Escolomancia, y no hubo ninguna rama del saber de su tiempo que no hubiera ensayado. Bueno, en él, los poderes mentales sobrevivieron a la muerte física, aunque parece que la memoria no es absolutamente completa. Respecto a algunas facultades mentales ha sido y es como un niño, pero está creciendo y ciertas cosas que eran infantiles al principio, son ahora de estatura de hombre. Está experimentando y lo está haciendo muy bien, y a no ser porque nos hemos cruzado en su camino, podría ser todavía, o lo será si fracasamos, el padre o el continuador de seres de un nuevo orden, cuyos caminos conducen a través de la muerte, no de la vida.

Harker gruñó, y dijo:

—¡Y todo eso va dirigido contra mi adorada esposa! Pero ¿cómo está experimentando? ¡El conocimiento de eso puede ayudarnos a destruirlo!

—Desde su llegada ha estado ensayando sus poderes sin cesar, lenta y seguramente; su gran cerebro infantil está trabajando, puesto que si se hubiera podido permitir ensayar ciertas cosas desde un principio, hace ya mucho tiempo que estarían dentro de sus poderes. Sin embargo, desea triunfar, y un hombre que tiene ante sí puede ser muy bien su lema.

—No lo comprendo —dijo Harker cansadamente—. Sea más explícito, por favor. Es posible que el sufrimiento y las preocupaciones estén oscureciendo mi entendimiento. El profesor le puso una mano en el hombro y le dijo:

—Muy bien, amigo mío, voy a ser más explícito. ¿No ve usted cómo, últimamente, ese monstruo ha adquirido conocimientos de manera experimental? Ha estado utilizando al paciente zoófago para lograr entrar en la casa del amigo John. El vampiro, aunque después puede entrar tantas veces como lo desee, al principio solamente puede entrar en un edificio si alguno de los habitantes así se lo pide. Pero esos no son sus experimentos más importantes. ¿No vimos que al principio todas esas pesadas cajas de tierra fueron desplazadas por otros? No sabía entonces a qué atenerse, pero, a continuación, todo cambió. Durante todo este tiempo su cerebro infantil se ha estado desarrollando, y comenzó a pensar en si no podría mover las cajas él mismo. Por consiguiente, más tarde, cuando descubrió que no le era difícil hacerlo, trató de desplazarlas solo, sin ayuda de nadie. Así progresó y logró distribuir sus tumbas, de tal modo que sólo él conoce ahora el lugar en dónde se encuentran. Es posible que haya pensado en enterrar las cajas profundamente en el suelo de tal manera que solamente las utilice durante la noche o en los momentos en que puede cambiar de forma; le resulta igualmente conveniente, ¡y nadie puede saber dónde se encuentran sus escondrijos! ¡Pero no se desesperen, amigos míos, adquirió ese conocimiento demasiado tarde! Todos los escondrijos, excepto uno, deben haber sido esterilizados ya, y antes de la puesta del sol lo estarán todos. Entonces, no le quedará ningún lugar donde poder esconderse. Me retrasé esta mañana para estar seguro de ello. ¿No ponemos en juego nosotros algo mucho más preciado que él? Entonces, ¿por qué no somos más cuidadosos que él? En mi reloj veo que es ya la una y, si todo marcha bien, nuestros amigos Arthur y Quincey deben estar ya en camino para reunirse con nosotros. Hoy es nuestro día y debemos avanzar con seguridad, aunque lentamente y aprovechando todas las oportunidades que se nos presenten. ¡Vean! Seremos cinco cuando regresen nuestros dos amigos ausentes.

Mientras hablábamos, nos sorprendimos mucho al escuchar una llamada en la puerta principal de la casona: la doble llamada del repartidor de mensajes telegráficos. Todos salimos al vestíbulo al mismo tiempo, y van Helsing, levantando la mano hacia nosotros para que guardáramos silencio, se dirigió hacia la puerta y la abrió. Un joven le tendió un telegrama. El profesor volvió a cerrar la puerta y, después de examinar la dirección, lo abrió y leyó en voz alta: “Cuidado con D. Acaba de salir apresuradamente de Carfax en este momento, a las doce cuarenta y cinco, y se ha dirigido rápidamente hacia el sur. Parece que está haciendo una ronda y es posible que desee verlos a ustedes. Mina”.

Se produjo una pausa, que fue rota por la voz de Jonathan Harker.

—¡Ahora, gracias a Dios, pronto vamos a encontrarnos! Van Helsing se volvió rápidamente hacia él, y le dijo:

—Dios actuará a su modo y en el momento que lo estime conveniente. No tema ni se alegre todavía, puesto que lo que deseamos en este momento puede significar nuestra destrucción.

—Ahora no me preocupa nada —dijo calurosamente—, excepto el borrar a esa bestia de la faz de la tierra. ¡Sería capaz de vender mi alma por lograrlo!

—¡No diga usted eso, amigo mío! —dijo van Helsing—. Dios en su sabiduría no compra almas, y el diablo, aunque puede comprarlas, no cumple su palabra. Pero Dios es misericordioso y justo, y conoce su dolor y su devoción hacia la maravillosa señora Mina, su esposa. No temamos ninguno de nosotros; todos estamos dedicados a esta causa, y el día de hoy verá su feliz término. Llega el momento de entrar en acción; hoy, ese vampiro se encuentra limitado con los poderes humanos y, hasta la puesta del sol, no puede cambiar. Tardará cierto tiempo en llegar… Es la una y veinte…, y deberá pasar un buen rato antes de que llegue. Lo que debemos esperar ahora es que lord Arthur y Quincey lleguen antes que él.

Aproximadamente media hora después de que recibiéramos el telegrama de la señora Harker, oímos un golpe fuerte y resuelto en la puerta principal, similar al que darían cientos de caballeros en cualquier puerta. Nos miramos y nos dirigimos hacia el vestíbulo; todos estábamos preparados para usar todas las armas de que disponíamos…, las espirituales en la mano izquierda y las materiales en la derecha. Van Helsing retiró el pestillo y, manteniendo la puerta entornada, dio un paso hacia atrás, con las dos manos dispuestas para entrar en acción. La alegría de nuestros corazones debió reflejarse claramente en nuestros rostros cuando vimos cerca de la puerta a lord Arthur y a Quincey Morris. Entraron rápidamente y cerraron la puerta tras ellos, y el último de ellos dijo, al tiempo que avanzábamos todos por el vestíbulo:

—Todo está arreglado. Hemos encontrado las dos casas. ¡Había seis cajas en cada una de ellas, y las hemos destruido todas!

—¿Las han destruido? —inquirió el profesor.

—¡Para él! Guardamos silencio unos momentos y, luego, Quincey dijo:

—No nos queda más que esperar aquí. Sin embargo, si no llega antes de las cinco de la tarde, tendremos que irnos, puesto que no podemos dejar sola a la señora Harker después de la puesta del sol.

—Ya no tardará mucho en llegar aquí —dijo van Helsing, que había estado consultando su librito de notas—.

En el telegrama de la señora Harker decía que había salido de Carfax hacia el sur, lo cual quiere decir que tenía que cruzar el río y solamente podría hacerlo con la marea baja, o sea, poco antes de la una. El hecho de que se haya dirigido hacia el sur tiene cierto significado para nosotros. Todavía sospecha solamente, y fue de Carfax al lugar en donde menos puede sospechar que pueda encontrar algún obstáculo. Deben haber estado ustedes en Bermondsey muy poco rato antes que él. El hecho de que no haya llegado aquí todavía demuestra que fue antes a Mile End. En eso se tardará algún tiempo, puesto que tendrá que volver a cruzar el río de algún modo. Créanme, amigos míos, que ahora ya no tendremos que esperar mucho rato. Tenemos que tener preparado algún plan de ataque, para que no desaprovechemos ninguna oportunidad. Ya no tenemos tiempo. ¡Tengan todos preparados las armas! ¡Manténganse alerta!

Levantó una mano, a manera de advertencia, al tiempo que hablaba, ya que todos pudimos oír claramente que una llave se introducía suavemente en la cerradura.

No pude menos que admirar, incluso en aquel momento, el modo como un espíritu dominante se afirma a sí mismo. En todas nuestras partidas de caza y aventuras de diversa índole, en varias partes del mundo, Quincey Morris había sido siempre el que disponía los planes de acción y Arthur y yo nos acostumbramos a obedecerle de manera implícita. Ahora, la vieja costumbre parecía renovarse instintivamente. Dando una ojeada rápida a la habitación, estableció inmediatamente nuestro plan de acción y, sin pronunciar ni una sola palabra, con el gesto, nos colocó a todos en nuestros respectivos puestos. Van Helsing, Harker y yo estábamos situados inmediatamente detrás de la puerta, de tal manera que, en cuanto se abriera, el profesor pudiera guardarla, mientras Harker y yo nos colocaríamos entre el recién llegado y la puerta. Arthur detrás y Quincey enfrente, estaban dispuestos a dirigirse a las ventanas, escondidos por el momento donde no podían ser vistos. Esperamos con una impaciencia tal que hizo que los segundos pasaran con una lentitud de verdadera pesadilla. Los pasos lentos y cautelosos atravesaron el vestíbulo… El conde, evidentemente, estaba preparado para una sorpresa o, al menos, la temía.

Repentinamente, con un salto enorme, penetró en la habitación, pasando entre nosotros antes de que ninguno pudiera siquiera levantar una mano para tratar de detenerlo. Había algo tan felino en el movimiento, algo tan inhumano, que pareció despertarnos a todos del choque que nos había producido su llegada.

El primero en entrar en acción fue Harker, que, con un rápido movimiento, se colocó ante la puerta que conducía a la habitación del frente de la casa. Cuando el conde nos vio, una especie de siniestro gesto burlón apareció en su rostro, descubriendo sus largos y puntiagudos colmillos; pero su maligna sonrisa se desvaneció rápidamente, siendo reemplazada por una expresión fría de profundo desdén. Su expresión volvió a cambiar cuando, todos juntos, avanzamos hacia él.

Era una lástima que no hubiéramos tenido tiempo de preparar algún buen plan de ataque, puesto que en ese mismo momento me pregunté qué era lo que íbamos a hacer. No estaba convencido en absoluto de si nuestras armas letales nos protegerían. Evidentemente, Harker estaba dispuesto a ensayar, puesto que y le lanzó al conde un tajo terrible. El golpe era poderoso; solamente la velocidad diabólica de desplazamiento del conde le permitió salir con bien. Un segundo más y la hoja cortante le hubiera atravesado el corazón. En realidad, la punta sólo cortó el tejido de su chaqueta, abriendo un enorme agujero por el que salieron un montón de billetes de banco y un chorro de monedas de oro.

La expresión del rostro del conde era tan infernal que durante un momento temí por Harker, aunque él estaba ya dispuesto a descargar otra cuchillada. Instintivamente, avancé, con un impulso protector, manteniendo el crucifijo y la Sagrada Hostia en la mano izquierda. Sentí que un gran poder corría por mi brazo y no me sorprendí al ver al monstruo que retrocedía ante el movimiento similar que habían hecho todos y cada uno de mis amigos. Sería imposible describir la expresión de odio y terrible malignidad, de ira y rabia infernales, que apareció en el rostro del conde.

Su piel cerúlea se hizo verde amarillenta, por contraste con sus ojos rojos y ardientes, y la roja cicatriz que tenía en la frente resaltaba fuertemente, como una herida abierta y palpitante. Un instante después, con un movimiento sinuoso, pasó bajo el brazo armado de Harker, antes de que pudiera éste descargar su golpe, recogió un puñado del dinero que estaba en el suelo, atravesó la habitación y se lanzó contra una de las ventanas. Entre el tintineo de los cristales rotos, cayó al patio, bajo la ventana. En medio del ruido de los cristales rotos, alcancé a oír el ruido que hacían varios soberanos al caer al suelo, sobre el asfalto. Nos precipitamos hacia la ventana y lo vimos levantarse indemne del suelo. Ascendió los escalones a toda velocidad, cruzó el patio y abrió la puerta de las caballerizas. Una vez allí, se volvió y nos habló:

—Creen ustedes poder confundirme… con sus rostros pálidos, como las ovejas en el matadero. ¡Ahora van a sentirlo, todos ustedes! Creen haberme dejado sin un lugar en el que poder reposar, pero tengo otros. ¡Mi venganza va a comenzar ahora! Ando por la tierra desde hace siglos y el tiempo me favorece. Las mujeres que todos ustedes aman son mías ya, y por medio de ellas, ustedes y muchos otros me pertenecerán también… Serán mis criaturas, para hacer lo que yo les ordene y para ser mis chacales cuando desee alimentarme.

¡Bah! Con una carcajada llena de desprecio, pasó rápidamente por la puerta y oímos que el oxidado cerrojo era corrido, cuando cerró la puerta tras él. Una puerta, más allá, se abrió y se cerró nuevamente. El primero de nosotros que habló fue el profesor, cuando, comprendiendo lo difícil que sería perseguirlo por las caballerizas, nos dirigimos hacia el vestíbulo.

—Hemos aprendido algo… ¡Mucho! A pesar de sus fanfarronadas, nos teme; teme al tiempo y teme a las necesidades. De no ser así, ¿por qué iba a apresurarse tanto? El tono mismo de sus palabras lo traicionó, o mis oídos me engañaron. ¿Por qué tomó ese dinero? ¡Van a comprenderme rápidamente! Son ustedes cazadores de una bestia salvaje y lo comprenden. En mi opinión, tenemos que asegurarnos de que no pueda utilizar aquí nada, si es que regresa.

Al hablar, se metió en el bolsillo el resto del dinero; tomó los títulos de propiedad del montoncito en que los había dejado Harker y arrojó todo el resto a la chimenea, prendiéndole fuego con un fósforo.

Arthur y Morris habían salido al patio y Harker se había descolgado por la ventana para seguir al conde. Sin embargo, Drácula había cerrado bien la puerta de las caballerizas, y para cuando pudieron abrirla, ya no encontraron rastro del vampiro.

Van Helsing y yo tratamos de investigar un poco en la parte posterior de la casa, pero las caballerizas estaban desiertas y nadie lo había visto salir. La tarde estaba ya bastante avanzada y no faltaba ya mucho para la puesta del sol. Tuvimos que reconocer que el trabajo había concluido y, con tristeza, estuvimos de acuerdo con el profesor, cuando dijo:

—Regresemos con la señora Mina… Con la pobre señora Harker. Ya hemos hecho todo lo que podíamos por el momento y, al menos, vamos a poder protegerla. Pero es preciso que no desesperemos. No le queda al vampiro más que una caja de tierra y vamos a tratar de encontrarla; cuando lo logremos, todo irá bien.

Comprendí que estaba hablando tan valerosamente como podía para consolar a Harker. El pobre hombre estaba completamente abatido y, de vez en cuando, gemía, sin poder evitarlo… Estaba pensando en su esposa.

Llenos de tristeza, regresamos a mi casa, donde hallamos a la señora Harker esperándonos, con una apariencia de buen humor que honraba su valor y su espíritu de colaboración. Cuando vio nuestros rostros, el suyo propio se puso tan pálido como el de un cadáver; durante uno o dos segundos permaneció con los ojos cerrados, como si estuviera orando en secreto y, después, dijo amablemente:

—Nunca podré agradecerles bastante lo que han hecho. ¡Oh, mi pobre esposo! —mientras hablaba, tomó entre sus manos la cabeza grisácea de su esposo y la besó—. Apoya tu pobre cabeza aquí y descansa. ¡Todo estará bien ahora, querido! Dios nos protegerá, si así lo desea.

El pobre hombre gruñó. No había lugar para las palabras en medio de su sublime tristeza.

Cenamos juntos sin apetito, y creo que eso nos dio ciertos ánimos a todos. Era quizá el simple calor animal que infunde el alimento a las personas hambrientas, ya que ninguno de nosotros había comido nada desde la hora del desayuno, o es probable que sentir la camaradería que reinaba entre nosotros nos consolara un poco, pero, sea como fuere, el caso es que nos sentimos después menos tristes y pudimos pensar en lo porvenir con cierta esperanza.

Cumpliendo nuestra promesa, le relatamos a la señora Harker todo lo que había sucedido, y aunque se puso intensamente pálida a veces, cuando su esposo estuvo en peligro, y se sonrojó otras veces, cuando se puso de manifiesto la devoción que sentía por ella, escuchó todo el relato valerosamente y conservando la calma. Cuando llegamos al momento en que Harker se había lanzado sobre el conde, con tanta decisión, se asió con fuerza del brazo de su marido y permaneció así, como si sujetándole el brazo pudiera protegerlo contra cualquier peligro que hubiera podido correr. Sin embargo, no dijo nada hasta que la narración estuvo terminada y cuando ya estaba al corriente de todo lo ocurrido hasta aquel preciso momento, entonces, sin soltar la mano de su esposo, se puso en pie y nos habló. No tengo palabras para dar una idea de la escena. Aquella mujer extraordinaria, dulce y buena, con toda la radiante belleza de su juventud y su animación, con la cicatriz rojiza en su frente, de la que estaba consciente y que nosotros veíamos apretando los dientes… al recordar dónde, cuándo y cómo había ocurrido todo; su adorable amabilidad que se levantaba contra nuestro odio siniestro; su fe tierna contra todos nuestros temores y dudas. Y sabíamos que, hasta donde llegaban los símbolos, con toda su bondad, su pureza y su fe, estaba separada de Dios.

—Jonathan —dijo, y la palabra pareció ser música, por el gran amor y la ternura que puso en ella—, mi querido Jonathan y todos ustedes, mis maravillosos amigos, quiero que tengan en cuenta algo durante todo este tiempo terrible. Sé que tienen que luchar…, que deben destruir incluso, como destruyeron a la falsa Lucy, para que la verdadera pudiera vivir después; pero no es una obra del odio. Esa pobre alma que nos ha causado tanto daño, es el caso más triste de todos. Imaginen ustedes cuál será su alegría cuando él también sea destruido en su peor parte, para que la mejor pueda gozar de la inmortalidad espiritual. Deben tener también piedad de él, aun cuando esa piedad no debe impedir que sus manos lleven a cabo su destrucción.

Mientras hablaba, pude ver que el rostro de su marido se obscurecía y se ponía tenso, como si la pasión que lo consumía estuviera destruyendo todo su ser. Instintivamente, su esposa le apretó todavía más la mano, hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Ella no parpadeó siquiera a causa del dolor que, estoy seguro, debía estar sufriendo, sino que lo miró con ojos más suplicantes que nunca. Cuando ella dejó de hablar, su esposo se puso en pie bruscamente, arrancando casi su mano de la de ella, y dijo:

—¡Qué Dios me lo ponga en las manos durante el tiempo suficiente para destrozar su vida terrenal, que es lo que estamos tratando de hacer! ¡Si además de eso puedo enviar su alma al infierno ardiente por toda la eternidad, lo haré gustoso!

—¡Oh, basta, basta! ¡En el nombre de Dios, no digas tales cosas!, Jonathan, esposo mío, o harás que me desplome, víctima del miedo y del horror. Piensa sólo, querido…; yo he estado pensando en ello durante todo este largo día…, que quizá… algún día… yo también puedo necesitar esa piedad, y que alguien como tú, con las mismas causas para odiarme, puede negármela. ¡Oh, esposo mío! ¡Mi querido Jonathan! Hubiera querido evitarte ese pensamiento si hubiera habido otro modo, pero suplico a Dios que no tome en cuenta tus palabras y que las considere como el lamento de un hombre que ama y que tiene el corazón destrozado. ¡Oh, Dios mío! ¡Deja que sus pobres cabellos blancos sean una prueba de todo lo que ha sufrido, él que en toda su vida no ha hecho daño a nadie, y sobre el que se han acumulado tantas tristezas! Todos los hombres presentes teníamos ya los ojos llenos de lágrimas. No pudimos resistir, y lloramos abiertamente. Ella también lloró al ver que sus dulces consejos habían prevalecido. Su esposo se arrodilló a su lado y, rodeándola con sus brazos, escondió el rostro en los vuelos de su vestido.

Van Helsing nos hizo una seña y salimos todos de la habitación, dejando a aquellos dos corazones amantes a solas con su Dios.

Antes de que se retiraran a sus habitaciones, el profesor preparó la habitación para protegerla de cualquier incursión del vampiro, y le aseguró a la señora Harker que podía descansar en paz. Ella trató de convencerse de ello y, para calmar a su esposo, aparentó estar contenta. Era una lucha valerosa y quiero creer que no careció de recompensa. Van Helsing había colocado cerca de ellos una campana que cualquiera de ellos debía hacer sonar en caso de que se produjera cualquier eventualidad.

Cuando se retiraron, Quincey, Arthur y yo acordamos que debíamos permanecer en vela, repartiéndonos la noche entre los tres, para vigilar a la pobre dama y custodiar su seguridad. La primera guardia le correspondió a Quincey, de modo que el resto de nosotros debía acostarse tan pronto como fuera posible. Arthur se ha acostado ya, debido a que él tiene el segundo turno de guardia. Ahora que he terminado mi trabajo, yo también tengo que acostarme.»
A continuación otro fragmento de la misma obra, aquel en que matan al conde sus perseguidores, aunque Bram Stoker tuvo buen cuidado de no dar al conde por totalmente fallecido... tal vez en previsión de una segunda parte que jamás llegó a escribir. En este fragmento pueden apreciarse diversas supersticiones relacionadas con los no-muertos o vampiros legendarios.

Este fragmento forma parte del Diario de Mina Harker, la protagonista de la novela, amenazada constantemente por la lujuria desenfrenada y la ardiente sed de sangre del nefasto conde.

«6 de noviembre.—Estaba ya bastante avanzada la tarde cuando el profesor y yo nos pusimos en marcha hacia el este, por donde sabía yo que se estaba acercando Jonathan. No avanzamos rápidamente, debido a que el terreno era muy en pendiente y teníamos que llevar con nosotros pesadas pieles y abrigos, porque no deseábamos correr el riesgo de permanecer sin ropas calientes en medio del frío y de la nieve.

Además, tuvimos que llevarnos parte de nuestras provisiones, ya que estábamos en una comarca absolutamente desolada y, en toda la extensión que abarcaba nuestra mirada, sobre la nieve, no se veía ningún lugar habitado. Cuando hubimos recorrido aproximadamente kilómetro y medio, me sentí cansada por la pesada caminata, y me senté un momento a descansar. Entonces, miramos atrás y vimos el lugar en que el altivo castillo de Drácula destacaba contra el cielo, debido a que estábamos en un lugar tan bajo con respecto a la colina sobre la que se levantaba, que los Cárpatos se encontraban muy lejos detrás de él. Lo vimos en toda su grandeza, casi pendiente sobre un precipicio enorme, y parecía que había una gran separación entre la cima y las otras montañas que lo rodeaban por todos lados. Alcanzábamos a oír el aullido distante de los lobos. Estaban muy lejos, pero el sonido, aunque amortiguado por la nieve, era horripilante. Comprendí por el modo en que el profesor van Helsing estaba mirando a nuestro alrededor, que estaba buscando un punto estratégico en donde estaríamos menos expuestos en caso de ataque. El camino real continuaba hacia abajo y podíamos verlo a pesar de la nieve que lo cubría.

Al cabo de un momento, el profesor me hizo señas y, levantándome, me dirigí hacia él. Había encontrado un lugar magnífico; una especie de hueco natural en una roca, con una entrada semejante a una puerta, entre dos peñascos. Me tomó de la mano y me hizo entrar.

—¡Vea! —me dijo—. Aquí estará usted a salvo, y si los lobos se acercan, podrá recibirlos uno por uno.

Llevó al interior todas nuestras pieles y me preparó un lecho cómodo; luego, sacó algunas provisiones y me obligó a consumirlas. Pero no podía comer, e incluso el tratar de hacerlo me resultaba repulsivo; aunque me hubiera gustado mucho poder complacerlo, no pude hacerlo. Pareció muy entristecido. Sin embargo, no me hizo ningún reproche. Sacó de su estuche sus anteojos y permaneció en la parte más alta de la roca, examinando cuidadosamente el horizonte. Repentinamente, gritó:

—¡Mire, señora Mina! ¡Mire! ¡Mire!

Me puse en pie de un salto y ascendí a la roca, deteniéndome a su lado; me tendió los anteojos y señaló con el dedo. La nieve caía con mayor fuerza y giraba en torno nuestro con furia, debido a que se había desatado un viento muy fuerte. Sin embargo, había veces en que la ventisca se calmaba un poco y lograba ver una gran extensión de terreno. Desde la altura en que nos encontrábamos, era posible ver a gran distancia y, a lo lejos, más allá de la blanca capa de nieve, el río que avanzaba formando meandros, como una cinta negra, justamente frente a nosotros y no muy lejos…, en realidad tan cerca, que me sorprendió que no los hubiéramos visto antes, avanzaba un grupo de hombres montados a caballo, que se apresuraban todo lo que podían.

En medio de ellos llevaban una carreta, un vehículo largo que se bamboleaba de un lado a otro, como la cola de un perro, cuando pasaba sobre alguna desigualdad del terreno.

En contraste con la nieve, tal y como aparecían, comprendí por sus ropas que debía tratarse de campesinos o de gitanos. Sobre la carreta había una gran caja cuadrada, y sentí que mi corazón comenzaba a latir fuertemente debido a que presentía que el fin estaba cercano. La noche se iba acercando ya, y sabía perfectamente que, a la puesta del sol, la cosa que estaba encerrada en aquella caja podría salir y, tomando alguna de las formas que estaban en su poder, eludir la persecución. Aterrorizada, me volví hacia el profesor y vi consternada que ya no estaba a mi lado. Un instante después lo vi debajo de mí. Alrededor de la roca había trazado un círculo, semejante al que había servido la noche anterior para protegernos. Cuando lo terminó, se puso otra vez a mi lado, diciendo:

—Al menos, aquí no tenemos nada que temer de él.

Me tomó los anteojos de las manos, y al siguiente momento de calma recorrió con la mirada todo el terreno que se extendía a nuestros pies.

—Vea —dijo—: se acercan rápidamente, espoleando los caballos y avanzando tan velozmente como el camino se lo permite —hizo una pausa y, un instante después, continuó, con voz hueca—: Se están apresurando a causa de que está cerca la puesta del sol. Es posible que lleguemos demasiado tarde. ¡Que se haga la voluntad del Señor!

Volvió a caer otra vez la nieve con fuerza, y todo el paisaje desapareció. Sin embargo, pronto se calmó y, una vez más, el profesor escudriñó la llanura con ayuda de sus anteojos. Luego, gritó repentinamente:

—¡Mire! ¡Mire! ¡Mire! Vea: dos jinetes los siguen rápidamente, procedentes del sur. Deben ser Quincey y John. Tome los anteojos. ¡Mire antes de que la nieve nos impida ver otra vez! Tomé los anteojos y miré.

Los dos hombres podían ser el señor Morris y el doctor Seward. En todo caso, estuve que Jonathan no se encontraba lejos; mirando en torno mío, vi al norte del grupo que se acercaban otros dos hombres, que galopaban a toda la velocidad que podían desarrollar sus monturas. Comprendí que uno de ellos era Jonathan y, por supuesto, supuse que el otro debía ser Arthur. Ellos también estaban persiguiendo al grupo de la carreta. Cuando se lo dije al profesor, saltó de alegría, como un escolar y, después de mirar atentamente, hasta que otra ventisca de nieve hizo que toda visión fuera imposible, preparó su Winchester, colocándolo sobre uno de los peñascos, preparado para disparar.

—Están convergiendo todos —dijo—. Cuando llegue el momento, tendremos gitanos por todos lados.

Saqué mi revólver y lo mantuve a punto de disparar, ya que, mientras hablábamos, el aullido de los lobos sonó mucho más cerca. Cuando la tormenta de nieve se calmó un poco, volvimos a mirar. Era extraño ver la nieve que caía con tanta fuerza en el lugar en que nosotros nos encontrábamos y, un poco más allá, ver brillar el sol, cada vez con mayor intensidad, acercándose cada vez más a la línea de montañas. Al mirar en torno nuestro, pude ver manchas que se desplazaban sobre la nieve, solas, en parejas o en tríos y en grandes números… Los lobos se estaban reuniendo para atacar a sus presas.

Cada instante que pasaba parecía una eternidad, mientras esperábamos. El viento se hizo de pronto más fuerte y la nieve caía con furia, girando sobre nosotros sin descanso. A veces no llegábamos a ver ni siquiera a la distancia de nuestros brazos extendidos; pero en otros momentos, el aire se aclaraba y nuestra mirada abarcaba todo el paisaje.

Durante los últimos tiempos nos habíamos acostumbrado tanto a esperar la salida y la puesta del sol, que sabíamos exactamente cuándo iba a producirse. No faltaba mucho para el ocaso. Era difícil creer que, de acuerdo con nuestros relojes, hacía menos de una hora que estábamos sobre aquella roca, esperando, mientras los tres grupos de jinetes convergían sobre nosotros. El viento se fue haciendo cada vez más fuerte y soplaba de manera más regular desde el norte. Parecía que las nubes cargadas de nieve se habían alejado de nosotros, porque había cesado, salvo copos ocasionales. Resultaba bastante extraño que los perseguidos no se percataran de que eran perseguidos, o que no se preocuparan en absoluto de ello. Sin embargo, parecían apresurarse cada vez más, mientras el sol descendía sobre las cumbres de las montañas. Se iban acercando…

El profesor y yo nos agazapamos detrás de una roca y mantuvimos nuestras armas preparadas para disparar. Comprendí que estaba firmemente determinado a no dejar que pasaran. Ninguno de ellos se había dado cuenta de nuestra presencia. Repentinamente, dos voces gritaron con fuerza:

—¡Alto! Una de ellas era la de mi Jonathan, que se elevaba en tono de pasión; la otra era la voz resuelta y de mando del señor Morris.

Era posible que los gitanos no comprendieran la lengua, pero el tono en que fue pronunciada esa palabra no dejaba lugar a dudas, sin que importara en absoluto en qué lengua había sido dicha. Instintivamente, tiraron de las riendas y, de pronto, lord Arthur y Jonathan se precipitaron hacia uno de los lados y el señor Morris y el doctor Seward por el otro. El líder de los gitanos, un tipo de aspecto impresionante que montaba a caballo como un centauro, les hizo un gesto, ordenándoles retroceder y, con voz furiosa, les dio a sus compañeros orden de entrar en acción. Espolearon a los caballos que se lanzaron hacia adelante, pero los cuatro jinetes levantaron sus rifles Winchester y, de una manera inequívoca, les dieron la orden de detenerse.

En ese mismo instante, el doctor van Helsing y yo nos pusimos en pie detrás de las rocas y apuntamos a los gitanos con nuestras armas. Viendo que estaban rodeados, los hombres tiraron de las riendas y se detuvieron. El líder se volvió hacia ellos, les dio una orden y, al oírla, todos los gitanos echaron mano a las armas de que disponían, cuchillos o pistolas, y se dispusieron a atacar. El resultado no se hizo esperar.

El líder, con un rápido movimiento de sus riendas, lanzó su caballo hacia el frente, dirigiéndose primeramente hacia el sol, que estaba ya muy cerca de las cimas de las montañas y, luego, hacia el castillo, diciendo algo que no pude comprender. Como respuesta, los cuatro hombres de nuestro grupo desmontaron de sus caballos y se lanzaron rápidamente hacia la carreta. Debía haberme sentido terriblemente aterrorizada al ver a Jonathan en un peligro tan grande, pero el ardor de la batalla se había apoderado de mí, lo mismo que de todos los demás; no tenía miedo, sino un deseo salvaje y apremiante de hacer algo. Viendo el rápido movimiento de nuestros amigos, el líder de los gitanos dio una orden y sus hombres se formaron instantáneamente en torno a la carreta, en una formación un tanto indisciplinada, empujándose y estorbándose unos a otros, en su afán por ejecutar la orden con rapidez.

En medio de ellos, alcancé a ver a Jonathan que se abría paso por un lado hacia la carreta, mientras el señor Morris lo hacía por el otro. Era evidente que tenían prisa por llevar a cabo su tarea antes de que se pusiera el sol. Nada parecía poder detenerlos o impedirles el paso: ni las armas que les apuntaban, ni los cuchillos de los gitanos que estaban formados frente a ellos, ni siquiera los aullidos de los lobos a sus espaldas parecieron atraer su atención. La impetuosidad de Jonathan y la firmeza aparente de sus intenciones parecieron abrumar a los hombres que se encontraban frente a él, puesto que, instintivamente, retrocedieron y lo dejaron pasar. Un instante después, subió a la carreta y, con una fuerza que parecía increíble, levantó la caja y la lanzó al suelo, sobre las ruedas. Mientras tanto, el señor Morris había tenido que usar la fuerza para atravesar el círculo de gitanos. Durante todo el tiempo en que había estado observando angustiada a Jonathan, vi con el rabillo del ojo a Quincey que avanzaba, luchando desesperadamente entre los cuchillos de los gitanos que brillaban al sol y se introducían en sus carnes. Se había defendido con su puñal y, finalmente, creí que había logrado pasar sin ser herido, pero cuando se plantó de un salto al lado de Jonathan, que se había bajado ya de la carreta, pude ver que con la mano izquierda se sostenía el costado y que la sangre brotaba entre sus dedos. Sin embargo, no se dejó acobardar por eso, puesto que Jonathan, con una energía desesperada, estaba atacando la madera de la caja, con su gran, para quitarle la tapa, y Quincey atacó frenéticamente el otro lado con su puñal. Bajo el esfuerzo de los dos hombres, la tapa comenzó a ceder y los clavos salieron con un chirrido seco. Finalmente, la tapa de la caja cayó a un lado y a merced de lord Arthur y del doctor Seward, habían cedido y ya no presentaban ninguna resistencia.

El sol estaba casi escondido ya entre las cimas de las montañas y las sombras de todo el grupo se proyectaban sobre la tierra. Vi al conde que estaba tendido en la caja, sobre la tierra, parte de la cual había sido derramada sobre él, a causa de la violencia con que la caja había caído de la carreta. Estaba profundamente pálido, como una imagen de cera, y sus ojos rojos brillaban con la mirada vengadora y horrible que tan bien conocía yo. Mientras yo lo observaba, los ojos vieron el sol que se hundía en el horizonte y su expresión de odio se convirtió en una de triunfo. Pero, en ese preciso instante, surcó el aire el terrible cuchillo de Jonathan. Grité al ver que cortaba la garganta del vampiro, mientras el puñal del señor Morris se clavaba en su corazón.

Fue como un milagro, pero ante nuestros propios ojos y casi en un abrir y cerrar de ojos, todo el cuerpo se convirtió en polvo, y desapareció.

Me alegraré durante toda mi vida de que, un momento antes de la disolución del cuerpo, se extendió sobre el rostro del vampiro una paz que nunca hubiera esperado que pudiera expresarse.»

Así termina, según Bram Stoker, el conde Drácula. Sin embargo, si antes hemos observado que el autor se reservó un as en la manga posiblemente para poder "resucitar" a su héroe (como se vio obligado a hacer Sir Arthur Conan Doyle con su famoso Sherlock Holmes), es porque según la mejor de las tradiciones, a los vampiros (no-muertos) sólo es posible matarlos atravesándoles el corazón con una estaca, no con un cuchillo.

De la fama de la Drácula son buen testimonio toda la literatura escrita sobre tal personaje, tanto sobre su realidad, como sobre su leyenda, así como las diversas películas, tanto serias como cómicas, que sobre el tema se han producido desde la primera y célebre versión realizada por el actor Bela Lugosi, quien años más tarde falleció en un manicomio, gritando destempladamente que él era el veradero conde Drácula, el auténtico vampiro creado por Bram Stoker.