miércoles, 23 de agosto de 2017

¿Son gnomos o enanos?

Lo decimos sin rodeos: otro de los nombres con los que se designa a los gnomos es el de «enanos».

Ciertamente, algunos autores han tratado de ver diferencias entre unos y otros, pero nosotros, tras
seguirles la pista, tanto en su aspecto físico como en sus costumbres, hemos llegado a la conclusión de que la mente popular y las tradiciones identifica a unos y otros, con la salvedad de que, según las zonas, los denominan de una manera o de otra. Los términos duende, gnomo y enano son usados de forma indistinta, lo que hace muy difícil determinar la naturaleza de un elemental si nos atenemos solamente a la palabra con la que es identificado en un cuento o en la narración de un testigo del suceso. Es frecuente encontrar leyendas de enanos mineros, llamados gnomos o de duendes domésticos llamados enanos. En otras ocasiones se habla de hombrecillos o de gente menuda.

En España el desconcierto respecto a su nomenclatura es similar al del resto de los países europeos,
si bien hay excepciones. Adriano García Lomas, en su excelente trabajo sobre mitología de Cantabria, clasifica en el capítulo de «los genios del hogar y los gnomos del campo» a muchos de los seres a los que nos referimos en este libro. El escritor cántabro utiliza, por lo tanto, la palabra gnomo de forma genérica, tal y como la concibió Paracelso, pero de forma aún más amplia, pues con ella engloba no sólo a elementales de la tierra que custodian tesoros o velan por la riqueza del planeta, sino a otros muchos con formas de vida muy variadas, aunque casi todos ellos bajitos, feos, con abundantes arrugas en su piel y con predilección por cuevas y antros de la peor especie. Eso sí, cuanto más escabrosas y espeluznantes, mejor que mejor…

La escritora María Luisa Vallejo recopiló en los años cincuenta, con gran mérito por su parte,
Leyendas de algunas regiones españolas. En una de ellas hizo una curiosa interpretación del duende
madrileño de la calle Fuencarral (a la que nos referimos en nuestra obra Duendes), adornada para niños con elementos de su cosecha, como la descripción de estos seres, que ella denomina «enanitos», y a los que hace aparecer vistiendo caperuzas, botas y ricas ropas, que obtenían gracias a las «inmensas riquezas que acumulaban en sus talleres subterráneos». En cuanto a su aspecto, todos tienen largas barbas blancas, y el protagonista parece un anciano. La descripción no es sino una mezcla de leyendas sobre seres custodiadores de tesoros con cuentos de origen nórdico.

Los exagerados adornos de los que hacen gala algunos escritores de leyendas adulteran el contenido
originario de las mismas e impiden su comprensión. Un ejemplo de esto lo personifica Manuel Llano,
pues muy frecuentemente engalanó sus historias con leyendas tomadas de otras mitologías europeas, eso cuando no se las inventaba pura y simplemente. No se preocupa de elegir con cuidado la palabra con la que nombra a los diferentes seres que aparecen en sus obras, siendo frecuente que denomine duendes a los enanucos, y viceversa.

El otro factor de confusión es la utilización del término «gnomo» como correspondiente, en exclusiva, a la mitología germánica o escandinava, lo que no es correcto, pues en estas tierras tampoco hay ningún elemental expresamente denominado así, usándose la palabra gnomo para identificar a una multitud de seres diversos, lo que añade más confusión, si cabe, al problema. Así, por ejemplo, Ramón Baragaño, en su obra sobre mitología asturiana, recoge la idea sobre el trasgu asturiano de Menéndez Pelayo y dice que «el trasgo es de origen céltico-romano, y procede de aquellos gnomos, silfos, kobolds, etc., que surgieron como antiguas mitologías en el norte de Europa cuando las viejas divinidades célticas fueron arrinconadas por el cristianismo».


¿Son gnomos o son enanos? Lo cierto es que en las leyendas de todo el mundo que hablan de ellos no distinguen bien estas dos acepciones, porque sencillamente están hablando de los mismos personajes con distintos nombres.

Esta tesis está tan extendida que ha sido aplicada o recogida por multitud de autores, siendo, sin
embargo, incorrecta. Los silfos son seres del aire, los kobolds no son otra cosa que los duendes
domésticos de Europa central, siendo parientes de los trasgos, con análogas costumbres, en tanto que
«gnomos» no corresponde en Europa a ningún ser en especial, sino que la palabra se aplica a una gran variedad de seres míticos. Igualmente, Rogelio Jove y Bravo, mucho antes que él, incurre en idéntico error y considera a los gnomos unos pequeñitos y vaporosos seres sajones, como si en realidad su nombre sólo pudiese aplicarse a elementales del norte de Europa.

Este término es más confuso de lo que parece a primera vista. Arrowsmith y Moorse no utilizan en su
libro sobre los elfos europeos la palabra gnomo para identificar ni a uno solo de ellos, ya que, como
sabemos, el término no surge hasta el siglo XVI, razón por la cual fue usado por cultos escritores
conocedores de la obra de Paracelso y sólo en tiempos muy recientes por el pueblo llano, cuando un gran número de cuentistas —en el mejor sentido de la palabra— habían utilizado ya dicha palabra en sus narraciones.

Como ejemplo sirva la obra de Katharine Brigss, una de las mejores conocedoras de la mitología y el
folclore de las Islas Británicas, quien hace referencia a los gnomos de la siguiente forma:

Los gnomos de las Shetland (trows o trolls) son parecidos a los pequeños gnomos escandinavos, por supuesto que no a los gnomos gigantes de varias cabezas, sino a aquellas criaturas más pequeñas que los humanos, traviesas y malignas, que se convierten en piedra a la luz del sol, aunque les hace menos daño que a sus parientes escandinavos. Si, por equivocación, la salida del sol les sorprende sobre la superficie de la tierra, no pueden escaparse durante todo el día, y permanecen asustados, con ganas de esconderse y refunfuñando para sus adentros, porque, para gran sorpresa, temen tanto a los hombres como los hombres los temen a ellos.

La autora británica identifica a los gnomos con los trolls, seres peludos y pérfidos, enemigos de los
bondadosos y pacíficos protagonistas de la obra de Huygen y Poortvliet. En realidad, el folclore
escandinavo no sólo usa la palabra gnomo como término genérico, sino que lo mismo hace con la palabra «troll», sobre todo en Suecia, donde originariamente casi todos los seres de los bosques se englobaban bajo el nombre de trolls.

La mayor parte de los seres que Brigss identifica como gnomos son pequeños, vestidos de gris,
semejantes a las «hadas y a los duendes comunes y, como todos estos personajes, grandes amantes de la música». Respecto a lo poco que habla de sus costumbres, éstas no parecen diferir de las de los duendes, lo que nos hace suponer que, como ocurre frecuentemente, Brigss está tan desconcertada con el uso de la palabra gnomo como todo el mundo que se ocupa de ellos.

Tal vez, si se pudiera acceder al mundo de los elfos, se podría ver claramente estas diferencias, pero
desde la documentación y los conocimientos actuales que tenemos creemos que sería bastante más
caótico intentar hacer clasificaciones y diferencias entre gnomos y enanos que asimilarlos a una misma categoría, con las pequeñas diferencias que se irán indicando en cada momento.

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