El mundo de los devas, ángeles, duendes y hadas parece resurgir de nuevo; se está poniendo de moda,
y así lo ponen de manifiesto muchos indicios actuales. La gente se avergüenza cada vez menos de
reconocer que cree en estos seres e incluso que los ha visto —con los ojos del cuerpo o con los del alma—. Cada vez se escriben más artículos y libros sobre ellos, y hasta llegan a decirnos cómo invocarlos, cómo contactar con ellos y cómo descubrirlos, pero lo curioso es que este interés casi súbito por conocerlos no es nada nuevo. La historia nos demuestra que es cíclica en algunos de sus acontecimientos, y a lo largo de otras épocas el olvido por estos personajes ha sido estremecedoramente constante.
En España, al menos desde el siglo XIV, la creencia en las hadas se puso en tela de juicio, razón por
la cual para la doctrina escolástica era la mejor prueba de que éstas existían. En estas lejanas épocas, al parecer, su creencia era tal y sus prácticas estaban tan extendidas, que un cronista de la Corte de
Alfonso XI tuvo que escribir un libro didáctico contra las supersticiones relacionadas con estos seres,
denominado Tratado contra las hadas, cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca de El Escorial. El autor de dicho libro fue Alfonso de Valladolid (1270-1349). Eso no impidió que las hadas se siguieran manifestando masivamente, sobre todo en los siglos XVI y XVII, en los cuales, por cierto, la penetración de los elementales fue intensísima en todos los rincones de Europa, para ir progresivamente decayendo a partir del siglo XVIII.
Las hadas, a pesar de que a algunos les moleste su presencia y a pesar del tiempo transcurrido, siguen
interesando a los hombres y se sigue hablando de ellas (este libro es una clara muestra). No caen nunca en el olvido. En todo caso, es su apariencia y su actitud la que cambia respecto a nosotros. Permanecen agazapadas en la invisibilidad y en los cada vez más reducidos espacios naturales y frondosos de la naturaleza. Se transforman en animales, se metamorfosean en nubes o en vientos, se confunden deliberadamente con otras entidades. Permiten formar parte de cuentos distorsionados donde no quedan muy favorecidas, e incluso aceptan de buen grado ser las protagonistas de chistes, bromas o juegos de palabras.
Las hadas han sido vistas en contadas ocasiones porque no tienen costumbre de dejarse observar en
lugares cuyo entorno natural originario esté deteriorado. Al ser consideradas como espíritus de la
naturaleza, protectoras de las flores, de los árboles, de sus aromas y sus esencias, les duele en el alma
ver los bosques talados y calcinados indiscriminadamente, los viejos robles arrancados, las fuentes —
antaño de agua cristalina— sucias, los ríos contaminados y los peces muertos. Sufren enormemente con el deterioro progresivo de nuestra naturaleza, ya que ellas están estrechamente vinculadas a la misma; por tal razón, han ido abandonando poco a poco nuestros bosques, ríos y montes.
Las hadas no podían seguir contemplando totalmente impasibles todo lo que estamos haciendo a
nuestro planeta Tierra, porque nuestro mundo —no lo olvidemos— es el suyo también. En él viven y en él mueren. En la medida que su estado de conservación sea el adecuado, esta raza de seres sobrenaturales sobrevivirá en el tiempo y se seguirán manifestando a su modo, porque están vinculadas tan íntimamente a nuestro planeta que forman parte de su conciencia.
Es cierto que ya no se oyen sus dulces susurros entre los hayedos o junto a los arroyos. Las etéricas
hadas se han ido marchando, y las plantas marchitas o los árboles dañados ya no reciben sus protecciones y sus caricias. Las setas ya no brotan en círculo a sus pies cuando danzan, y en los montes no se siente su presencia acompañada de un suave aroma y un ligero viento.
Apenas se menciona a las xanas en Asturias, salvo por algún entrañable autor que siente y anhela su
presencia. Hace más de cien años que en Cantabria no existen testimonios de haberse visto alguna anjana.
La que vieron por última vez, según Manuel Llano, fue en un atardecer a la orilla de un río. Llevaba un vestido blanco y sobre su cabeza portaba una corona de flores. Al ser descubierta por un aldeano, éste logró retenerla, pero ella le susurró suavemente estas palabras:
Dios me jizo paEl aldeano la dejó marchar y le dio algo de comida. Desde entonces ninguna anjana, en su manera
jacer el bien
de noche y de día.
Que tengas alegría
pa toa la vida
si no jaces el mal.
Que Dios te castigue
con el tou su poder
si no me dejas volver.
tradicional, se ha dejado ver. No obstante, para los soñadores y los poetas, las hadas siempre han estado vivas, y si, por azar, no hubieran existido nunca, ellos las hubieran creado. El poeta nicaragüense Rubén Darío lo expresó así en un pequeño poema infantil:
Las hadasUna leyenda sitúa su declive en el advenimiento del cristianismo. Hasta entonces, las hadas reinaban
las bellas hadas,
existen, mi dulce niña.
en las Galias felices y despreocupadas, sin hacer caso de la nueva religión que empezaba a extenderse
gracias a los apóstoles. Incluso las que habitaban en Bretaña no dejaron por eso de bailar, cantar e hilar.
La consecuencia moral es que fueron castigadas y condenadas a vivir reducidas de tamaño hasta el día del juicio final. Algunas, como la reina Mab, son tan pequeñas que caben en una cáscara de nuez. En España igualmente existen varias leyendas que identifican la extinción de las lamias con la llegada del cristianismo, a las cuales tendremos ocasión de echar un vistazo cuando hablemos de ellas en su capítulo correspondiente.
Aun así, las nuevas creencias no consiguieron desplazar del todo a estas criaturas, y su rescoldo se
hace notorio a través del entramado religioso de cualquier época. Están tan extendidas por las leyendas y el folclor de todo el mundo que incluso han servido como fuente de inspiración para un género tan moderno como es la literatura de ficción científica.
De todas formas, el misterio de la desaparición de las hadas a finales del siglo XIX está aún sin
resolver. En Francia, los campesinos de Bretaña consideran que se fueron porque, según explicaron ellas mismas, se aproximaba un terrible siglo «invisible» (el siglo XX). En los pueblos cántabros y astures dicen que se marcharon porque el hombre era egoísta y cruel, y no querían ver la muerte de los bosques, retornando a sus hermosas y subterráneas moradas y a sus lechos resplandecientes de oro y cristal.
Después de mediados del siglo XIX, todos los autores de cuentos y folcloristas de prestigio de Francia e Inglaterra se mostraban de acuerdo en que esta gentecilla se hacía cada vez más tímida a medida que la civilización avanzaba.
James Barrie, el autor de Peter Pan, tiene una personal explicación, mucho más poética y posiblemente mucho más real, sobre la desaparición paulatina de estas entidades: «Cuando un niño dice que no cree en las hadas, cae muerta una de ellas, por eso van quedando tan pocas».
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