Como el resto de los seres mágicos asociados al «entorno de la penumbra», los duendes sólo se manifiestan al anochecer, período en el que desarrollan una intensa actividad. Bromistas y descarados, gustan de gastar bromas pesadas de forma especial a quienes duermen, haciéndoles cosquillas con sus dedos fríos, quitándoles la manta y la sábana o tapándoles la nariz, para dificultar su respiración.
Algunos, como los tardos, son peligrosos para los niños y para los adultos, en tanto que otros apenas pueden hacer otra cosa que dar pequeños sobresaltos a los humanos que encuentran a su paso.
Como, en el fondo, lo que les gusta a los duendes es la diversión, disfrutan bailando por toda la casa, saltando en los tejados, arrojando piedras y arrastrando, a veces, cadenas. En ocasiones, su descaro llega hasta el punto de usar como monturas a los durmientes. Sus lugares favoritos son los desvanes, las cuadras y las cocinas, donde construyen sus entradas o puentes de contacto entre su dimensión astral y nuestra dimensión física. Perezosos y gandules, es cierto que hay pruebas de que ayudan a determinadas personas en las labores de la casa, pero siempre a cambio de algo. En ese sentido, se sabe que se les puede convencer ofreciéndoles un cuenco lleno de leche o dándoles alguna que otra golosina, pero nunca ropa o vestidos, como luego veremos.
Los duendes no abandonan el lugar en el que viven, salvo que los dueños de la casa quiten de la misma todo aquello que pueda hacer que les guste. El problema es descubrir qué es lo que les hizo venir, ya que no debe olvidarse que los duendes pueden ser convocados, consciente o inconscientemente, por el ser humano y, por consiguiente, pueden estar agazapados en espera de encontrar el momento idóneo para manifestarse. Así, una casa puede estar infestada de duendes y éstos no aparecerán hasta el momento en que, por ejemplo, un cambio en la decoración o en el mobiliario la convierta de golpe en un lugar enormemente atractivo para ellos. Estamos hablando de casas rurales y campestres porque, por lo que se refiere a las ubicadas en las grandes ciudades, suelen huir de ellas como gato escaldado. Aborrecen el ruido, la contaminación y todo aquello que no sea puro y natural, aunque existen varios casos célebres de duendes que han desarrollado sus trastadas en viviendas urbanas.
Los autores tenemos serias sospechas de que uno de los elementos que interactúa para que a un duende le sea más atractiva una casa, masía, desván, cocina o establo, con preferencia a otro cualquiera dentro de la misma población, es el relativo a los cruces telúricos (más recientemente llamados redes Hartmann). Así como la reina de un hormiguero elige construir su ciudad en el centro de un cruce de dos líneas telúricas o fuerzas energéticas terrestres, o así como un perro gusta de acostarse en los lugares menos perniciosos o geopatógenos de estas invisibles bandas (al contrario que los gatos, que se recargan con estos focos energéticos), también creemos que los duendes domésticos y otros seres invisibles prefieren aquellos habitáculos que irradien una especial densidad vibratoria que les permite conectar inmediatamente con su longitud de onda y, por tanto, con sus gustos y sensibilidad. Son entradas o lugares que la cultura china llamaba zonas de subida de demonios. No deja de ser curioso que en una de las calles de Barcelona, en concreto la calle Basea, situada en el casco antiguo de la ciudad, y siempre según la tradición popular, se localizase una casa enduendada o encantada, que comunicaba directamente con el «infierno», un lugar por donde los demonios podían entrar y salir libremente, hasta el punto que las gentes que pasaban por dicha calle se persignaban y prohibían a los niños que se acercasen por allí.
De todo lo expuesto hasta aquí, se infiere que, a pequeñas y grandes escalas, estas zonas especiales existen en todas las partes del mundo, algunas de tal envergadura sociológica que se ha afirmado que son lugares mágicos porque habitan los llamados «genius locis», o genios locales, debido a que en ellos se producen en mayor medida esas confluencias de energías cosmotelúricas que les hace susceptibles de provocar cualquier tipo de manifestaciones paranormales.
Por último, también pensamos que para que un duende se manifieste en una determinada vivienda, haciéndose sentir con todas sus consecuencias, se requiere al menos una materialización parcial de este ser, pues es evidente que los objetos se mueven por la acción de algún ente que, si bien invisible para nosotros, debe estar suficientemente materializado o corporeizado para llevar a cabo sus fines en este medio físico, por lo que sólo pueden producirse dichas manifestaciones en presencia, o bajo los efectos, de un ser vivo (que puede ser el dueño de la casa, el hijo, la criada, o quien fuere), dotado de condiciones mediúmnicas. Estas personas, junto con las demás circunstancias descritas, son los que, a nuestro juicio, hacen de puente entre nuestro mundo y el suyo, los cuales, recordemos, están superpuestos.
Cuanto mayor sea el poder psíquico del viviente —del que la gran mayoría de las veces no es consciente —, mayor grado de presencia en la casa tendrá el duende en cuestión y más fácilmente será visible su cuerpo energético para el resto de la familia y otros eventuales testigos.
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