martes, 22 de agosto de 2017

La Licantropía entre los antiguos

¿Qué es la licantropía? La transformación de un hombre o una mujer en lobo, bien por medios mágicos, para permitirles disfrutar del sabor de la carne humana, bien por sentencia de los dioses, para castigar algún delito grave.

Ésta es la definición popular. En realidad se trata de una forma de locura, como se puede comprobar en la mayoría de los manicomios. Entre los antiguos, esta clase de demencia recibía los nombres de «licantropía», «kuantropía» o «boantropía», porque quienes la padecían creían transformarse en lobos, perros o vacas. Pero, como veremos, la forma de lobo en el norte de Europa y la de hiena en África, son a menudo las preferidas. ¡Simple cuestión de gusto! Según Marcelo Sidetes, de cuyo poema περὶλυκαυθρώπου existe un fragmento, esta locura atacaba a los hombres sobre todo a comienzos de año, y se volvían más violentos en febrero; se retiraban por las noches a cementerios solitarios y vivían exactamente como perros y lobos.

Escribe Virgilio en su Égloga octava:
Has herbas, atque hæc Ponto mihi lecta venena
Ipse dedit Moeris; nacuntur plurima Ponto.
His ego sæpe lupum fieri, et se conducere sylvis
Moerim, sæpe animas imis excire sepulchris,
Atque satas alio vidi traducere messes. 
Y Heródoto: «Al parecer, los neuros son brujos, si se da crédito a los escitas y a los griegos establecidos en Escitia, porque cada neuro cambia su forma por la de lobo una vez al año, y permanece con esta forma durante varios días, después de los cuales recupera su antigua forma» (libro IV, cap. 105).

Véase también Pomponio Mela (libro II, cap. 1): «Hay un momento preciso en el que los neuros, si quieren, se transforman en lobo, y vuelven otra vez a su estado anterior». Pero, entre los antiguos, la historia más sobre Licaón, rey de Arcadia, que invitó un día a Júpiter y para poner a prueba su omnisciencia puso ante él un pedazo de carne humana, después de lo cual el dios lo:
En vano intentó hablar; desde ese mismo instante
sus mandíbulas se llenaron de baba, y su sed sólo la sangre
podía saciar, y rugía entre las ovejas y ansiaba matar.
Su ropa se convirtió en piel, sus miembros se encorvaron;
un lobo… aún conserva vestigios de su antigua faz,
canoso es como antes, su expresión rabiosa,
los ojos relumbran salvajes, imagen de la furia.
Plinio cuenta, tomado de Evantes, que en la fiesta de Júpiter Liceo, se elegía al azar a un miembro de la familia de Anteo y se le conducía a la orilla del lago de Arcadia. Allí colgaba sus ropas de un árbol y se metía en el agua, tras lo cual se transformaba en lobo. Si al cabo de nueve años no había probado la carne humana, era libre de volver a sumergirse y recuperar su forma anterior, que entre tanto, había envejecido como si la hubiera gastado nueve años.

Agriopas cuenta que Demeneto, tras asistir a un sacrificio humano a Júpiter Liceo, comió de la carne, e inmediatamente se convirtió en lobo, en cuya forma vagó durante unos diez años, después de los cuales recuperó su forma humana y participó en los Juegos Olímpicos.

La historia que sigue es de Petronio:
«Mi amo había ido a Capua a vender ropas viejas. Aprovechando la oportunidad, persuadí a nuestro huésped para que me acompañara hasta el quinto miliario; era soldado, y tan audaz como la muerte. Salimos con el canto del gallo, y la luna iluminaba como el día, cuando, al llegar a unos monumentos, mi hombre comenzó a invocar a las estrellas, mientras yo trotaba cantando y contándolas. Al rato volví la vista hacia él, y vi que se desnudaba y dejaba su ropa en el borde del camino. El corazón se me subió a la garganta instantáneamente, y quedé como muerto cuando, de repente, se transformó en lobo. No creáis que bromeo: no os mentiría ni por todo el oro del mundo. 
»Pero continúo: una vez convertido en lobo, lanzó un aullido y huyó al bosque. Al principio yo no sabía si me encontraba cabeza arriba o cabeza abajo; pero después fui a recoger sus ropas: las hallé convertidas en piedra. […] Empecé a sudar, y pensé que no iba a sobreponerme nunca. Melisa se extrañó de que llegara tan tarde. “Si hubieras venido un poco antes”, dijo, “habrías podido echarnos una mano, porque ha entrado un lobo en la granja y nos ha matado todo el ganado; pero aunque ha escapado, no ha sido cosa de risa para él, porque uno de nuestros criados lo ha atravesado con una lanza”. Después de oír esto no pude pegar ojo, pero en cuanto fue de día corrí a casa como un vendedor ambulante al que le han aligerado la carga. Al pasar por el lugar en el que las ropas se habían convertido en piedra, no vi sino un charco de sangre; y cuando llegué a casa, encontré a mi soldado echado en la cama, como un buey en el establo, y a un cirujano vendándole el cuello. Comprendí enseguida que se trataba de un sujeto que podía cambiar de piel), y ya nunca pude sentarme a la mesa con él, ni aunque me matasen. Los que piensen distinto sobre el caso, que digan lo que quieran, ¡Que los genios me confundan si miento!» 
Como todos sabemos, Júpiter se transformaba en toro, Hécuba en perra, Acteón en ciervo, los compañeros de Ulises fueron convertidos en cerdos, y las hijas de Preto corrían por los campos creyéndose vacas, y no dejaban que se les acercase nadie, no fuera que las atrapase y las unciese, que conoció a una anciana de la que se decía que convertía a los hombres en asnos con encantamientos, en la que el héroe, al utilizar de manera imprudente un ungüento mágico, se transforma en dicho animal de largas orejas.

Hay que señalar que el principal lugar de la licantropía es Arcadia, y se ha sugerido muy verosímilmente que la causa podría atribuirse a la siguiente circunstancia: los naturales eran un pueblo de pastores, y sin duda sufrían frecuentes ataques y depredaciones de los lobos. Establecieron un sacrificio para conseguir la liberación de esa plaga y protección para sus rebaños. Este sacrificio consistía en la ofrenda de un niño, y fue instituido por Licaón. Debido a que el sacrificio era humano, y dada la particularidad del nombre de su creador, surgió el mito.

Pero, por otra parte, la historia está demasiado extendida como para que le atribuyamos un origen accidental, o una fuente local.

Medio mundo cree, o creía, en los hombres lobo, y quienes nunca habían tenido ni siquiera una remota relación con Arcadia pensaban que vagaban por los bosques de Noruega: probablemente la superstición había arraigado profundamente entre los escandinavos y teutones años antes de la existencia de Licaón; y no tenemos más que echar una mirada a la literatura oriental para verla firmemente grabada en la imaginación de los orientales.

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