Lo cierto es que en España, sobre todo en las zonas donde la tradición de las hadas no está tan arraigada, venía muy bien este estereotipo de hada para los cuentos infantiles. Incluso una escritora española como María Luisa Gefaell, de origen austríaco, casada con el poeta Luis Felipe Vivanco, gran conocedora de las leyendas europeas, publicó en 1953 un libro titulado Las hadas, donde nos presenta unas diminutas e idílicas hadas que bailan entre el romero y las amapolas, que brincan sobre los arroyos, alegrando el paisaje de Castilla. Ahonda en la imagen nórdica de las hadas y las hace ser una especie de musas (cualidad que dicen que tienen las sílfides) porque inspiran al hombre. En uno de sus cuentos, Las hadas del sol, narra cómo una de estas hadas, que está enamorada de un hombre mortal, recibe permiso para amarlo y lo describe de esta manera tan poética:
Pero como el Padre-Sol es muy bueno, permitió a la hadita que se quedara en casa de su amor. Y una mañana ella entró por la ventana, sin hacer ruido, y se posó en las manos del hombre, que pensaba. El hombre no se fijó en ella, pero sintió calor en las manos y, dejando de pensar, cogió la pluma y se puso a escribir palabras hermosas.
Esta imagen idealizada, tal vez, es la que más se ajusta a la verdadera naturaleza de las hadas: espirituales, etéreas, efímeras, bonachonas, inspiradoras, amorosas, ecológicas, dulces… pero son características que poco tienen que ver con toda la extensa familia de hadas que surgen en el folclore de Europa. Las que aparecen en nuestras leyendas presentan muchas veces manifestaciones más humanas que sobrehumanas (salvo por los poderes que ostentan), y algunas de ellas suelen exteriorizar sentimientos poco sublimes. A veces son muy ancianas, ambiciosas, egoístas, rencorosas, pasionales e incluso asesinas. Pero en la misma medida son generosas, hermosas, encantadoras, románticas… en definitiva, son hadas con una naturaleza tan contradictoria y versátil como la pueden tener los seres humanos, pero con una diferencia significativa: forman parte de nuestros sueños, de nuestra evolución y de nuestra naturaleza.
El inicio de la novela del escritor argentino Manuel Mújica Lainez, titulada El unicornio, cuya protagonista y narradora es el hada Melusina (de la que hablaremos extensamente más adelante), nos aclara un poco este maravilloso aspecto:
Es la historia de un hada, que quien no crea en las hadas cierre este libro y lo arroje a un canasto o lo reduzca al papel suntuoso de relleno de su biblioteca, lamentando el precio que habrá pagado por su gruesa estructura. Lo siento de antemano por él: hay distintos modos de andar por la Tierra: tildándola de insípida, aburriéndose, dejándose morir de monotonía y de tedio; y uno de ellos —tal vez el más tonto— consiste en negarse a probar la sal y la pimienta ocultas que la sazonan de magia.
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