El hecho que os voy a relatar ocurrió en el siglo XVIII, en la Baja Silesia, Alemania. No muy lejos de una aldea había unas minas de hierro, en las que los obreroa guardaban turnos de trabajo las 24 horas del día.
Unos de esos obreros era Hans Schulzter, quien, cuando le tocaba el turno de noche, hacía que su única hija, Marien, le llevase la merienda y la cena, cosa que la agraciada muchacha hacía gustosamente, hacia las cinco de la tarde. Claro que hay que tener en cuenta que en la región a que nos referimos, a las cinco de la tarde ha caído ya el negro manto de la noche.
Para llegar hasta la mina donde trabajaba su padre, Marien tenía que atravesar un denso bosque en el que, sin embargo, no había alimañas ni otros animales más o menos peligrosos. Cuando Marien pasaba por aquel bosque sólo oía el canto de los grillos junto a los árboles del camino, el croar de las ranas en las charcas, y los últimos cantos de los pájaros, dispuestos ya a dormir hasta el amanecer del siguiente día.
Pero aconteció que en uno de tales viajes, Marien regresó a su casa en la aldea en un estado sumamente lastimoso. En efecto, llevaba el vestido desgarrado, en unos de sus senos se veía claramente la huella de unos colmillos que, afortunadamente, no habían hecho más que arañar ligeramente la piel, y había magulladuras en diversas partes de su cuerpo.
- Marien, ¿qué te ha ocurrido, hija mía? - se atribuló su madre ante el desdichado aspecto de la joven.
- ¡Oh, madre, madre! - sollozó ella, arrojándose en los brazos de la asustada mujer.
- ¡Ha sido un lobo! ¡Un lobo...!
- ¿Un lobo? ¡Si por aquí nunca los ha habido...!
- Es que no fue un lobo, madre... ¡Fue un hombre-lobo!
- ¿Un hombre-lobo? ¡Que horror, hija mía!
Todo el mundo había oído hablar de los hombres que, convertidos en lobos, merodeaban por ciertas regiones de Alemania por las noches, y aunque en las cercanías de la aldea jamás se había visto a ningún licántropo, nadie ponía en duda la veracidad de su existencia.
Marien, acto seguido, le contó a su madre cómo al regresar de llevarle la cena a su padre, había sido atacada por un hombre-lobo, con tanta ferocidad que ella había caído al suelo. A causa del susto y la sorpresa, Marien se había desvanecido, por lo que ignoraba qué había hecho el lobo con ella, aunque las magulladuras, y especialmente los arañazos del pecho, indicaban a las claras algunas de sus maniobras.
Como es natural, al día siguiente y los sucesivos, fue la madre la que llevó la cena a su marido en la mina. Sin embargo, en todos sus viajes nunca se vio atacada por ningún hombre-lobo. Lo mismo ocurrió con las demás mujeres y jovencitas que solían, a una u otra hora, llevar comida a los obreros, o que simplemente se paseaban por el bosque.
Transcurrieron varias semanas y finalmente, Marien, ya repuesta de su espanto, y ante la imposibilidad de que su madre fuese hasta la mina por hallarse algo enferma, volvió a cruzar el bosque.
- ¡Madre, madre! - gritó al llegar a su casa en peor estado que la primera vez.
La historia que le relató a su madre fue realmente espantosa... ¡porque en esta ocasión Marien no se había desmayado y, sin poder defenderse, había visto cómo el hombre-lobo, al que describió como provisto de unos largos y afilados colmillos y un mentón alargado y lleno de pelos, no sólo la había mordido... sino que la había violado ferozmente!
¡El deshonor había caído sobre la pobre familia! ¡Todos, en la aldea, no pudieron por menos que compadecerse de la infeliz Marien, que había sido violada por un hombre-lobo!
Se organizaron batidas de día y de noche, se recorrió el bosque y sus aledaños centenares de veces, se registraron las cuevas y las oquedades del monte cercano... ¡Todo en vano! El lobo u hombre-lobo no fue encontrado... ni él ni huella alguna.
Y a medida que el tiempo pasaba una cosa se hacía patente: ¡Marien estaba encinta! Y lo que era peor, ¡encinta de un hombre-lobo!
Por esta causa, sin embargo, nadie podía atribuir culpa alguna de lo ocurrido a la pobre muchacha, y menos que nadie su padre que, de haber quedado su hija embarazada por un medio más natural, sin duda la habría arrojado de su casa. ¡Pero la culpa era de un hombre-lobo... algo que escapaba a la justicia terrena!
Por fortuna, en la aldea había un joven leñador, llamado Christian que, enamorado desde tiempo atrás de Marien, se ofreció a casarse con ella y a cuidar del futuro hijo como si fuese suyo.
Ya nunca más volvió a ser visto el hombre-lobo (que en realidad sólo había sido avistado y sufrido por Marien). Los jóvenes se casaron, fueron felices y a su debido tiempo nació la criatura. Era hermosísima y se trataba de un niño sin el menor parecido con un lobo, como todo el mundo había temido. Incluso, lo cual era una suerte, tenía el cabello rubio como su padre adoptivo, el joven Christian.
Sin embargo, con el paso de los años, la pareja tuvo que emigrar a otras tierras, porque infortunadamente, cuando el niño llegó a la edad de 7 años, su parecido con Christian era tan grande que la gente, incluidos los padres de Marien, empezó a sospechar la verdad.
En efecto, entre Marien y Christien habían inventado la comedia del hombre-lobo para que los padres de ella y de él no se enfureciesen y los arrojasen de sus respectivos hogares. Además, de esa manera Christian, transcurrido algún tiempo, podría ofrecerse como marido de Marien, ofrecimiento que los padres aceptarían encantados en vista de las circunstancias.
Y así quedó destruida una leyenda sobre los hombres-lobo, muchos de cuyos casos suelen tener fundamentos parecidos al del relato.
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