jueves, 11 de mayo de 2017

Las principales víctimas de la brujería... Las Brujas

Las principales víctimas de la brujería fueron, desde luego, las propias brujas, las infelices mujeres acusadas de brujería. Durante la Edad Media y la Moderna miles de presuntas hechiceras fueron conducidas a las llamas. En Alemania, por ejemplo, las últimas brujas fueron quemadas en Qurzburgo en el año 1749, en Endigen (Brisgavia) en 1751, en Kempten en 1755 y en Glorus en 1782.

Durante más de dos siglos, niños y ancianos, hombres y mujeres, sabios y gentes del pueblo, pobres y ricos, feos y hermosos, fueron llevados a la cámara de tortura y a la hoguera...

Dos razones fundamentales explican el extraordinario incremento de los procesos de brujas durante aquel tiempo. Por una parte, la incompetencia y el fanatismo de los jueces. En los procesos de brujas se había incluido además el procedimiento inquisitorial en virtud del cual cualquier juez estaba autorizado o incluso obligado a buscar brujas y a detener a los sospechosos, aun sin mediar denuncia del perjudicado. La venganza y la codicia -los bienes de los acusados pasaban a poder de los acusadores- hicieron que las denuncias se multiplicasen. Cierto que las personas acusadas de brujería disponían de un defensor, pero, ¿qué podían esperar aquellos infelices de un defensor que ni siquiera se atrevía a hacer una defensa demasiado calurosa por miedo a ser acusado de brujo?

La seguda de las razones fue la tortura. A principios del siglo XIV fueron consideradas pruebas de convicción todas las confesiones hechas bajo tortura. La brujería era tenida por delito de excepción (delitum exceptum) y cualquier medio que la pudiese demostrar era considerado lícito.

A la vista de la terrible cámara de tortura, ¿quién era el que no se confesaba culpable de los más espantosos delitos? ¿Quién era el que tenía suficiente entereza para resistir los tormentos y negar su culpabilidad hasta el fin? ¿Qué muchachita, ante la perspectiva de tener que dormir sobre montones de huesos -una de las torturas empeladas por los jueces parisinos- no confesaba una y mil veces haber sostenido relaciones sexuales con el diablo?

A su confesión seguía la muerte en la hoguera, pero la muerte, comparada con la refinada gama de tormentos que aplicaban los verdugos, era sólo una compañera piadosa.


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