La apenada viuda, Isis, buscó el arca por todo Egipto; al final, valiéndose de sus poderes mágicos, localizó el cuerpo en Biblos. Al saber que el arca y el cuerpo formaban parte del palacio, tuvo que buscar el modo de entrar en él. Se disfrazó de anciana y se sentó ¡unto al arroyo de agua dulce que bajaba hasta la orilla del mar donde las criadas de la reina de Biblos iban a hacer la colada. La encontraron allí y se apiadaron de esa "vieja dama"; le llevaron alimentos y la trataron amablemente. En pago, les enseñó a trenzarse el cabello, si bien no pudo disimular su olor de diosa, y la reina se percató pronto de los nuevos peinados y del perfume y se interesó por estos cambios. Las criadas le hablaron de la dama anciana y solitaria con la que habían hecho amistad a la orilla del mar y que estaba sentada allí día y noche, aparentemente apenada, aunque no les había contado la causa de sus penas.
La reina acababa de dar a luz a un hijo y heredero, y estaba buscando una niñera. La anciana dama parecía la persona ideal y fue llamada a palacio. Isis (con su disfraz) aceptó el puesto de niñera, a condición de que la dejaran a solas con el niño durante la noche. Aunque a la reina aquello le pareció una petición extraña, dio su consentimiento. Por la noche, la diosa se encerraba en la gran sala, a solas con el niño. Las criadas aseguraban oír un ruido extraño después de anochecer -como el gorjeo de un ave- y se lo comunicaron a la reina.
Una noche, ésta se ocultó detrás de unas cortinas y, cuando oyó el gorjeo, salió y vio a su hijo tendido sobre las brasas candentes del fuego y a una golondrina (Isis se había metamorfoseado) que volaba alrededor de la columna dando voces. Aterrada, la reina tomó al niño en brazos; a continuación, la diosa se dio a conocer y reprendió a la reina acusándola de estar loca, puesto que ella, la diosa, estaba consumiendo en el fuego la mortalidad de la criatura.
Se llamó al rey, y ambos monarcas veneraron a la diosa y le preguntaron qué podían darle. Reclamó la columna del tronco del árbol que encerraba el arca que contenía el cuerpo de su esposo. Como es natural, su petición fue satisfecha, cayó la techumbre de la gran sala, e Isis se llevó el cuerpo de Osiris a Egipto y lo ocultó en las marismas del Delta, donde lo dejó al cuidado de su hermana Neftis.
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