También nos podríamos preguntar si nosotros mismos existimos de verdad. ¿De verdad estamos vivos? ¿De verdad estamos aquí? ¿O acaso será éste un mundo paralelo en el que nos encontramos por puro accidente? ¿Quién puede tener la certeza de que ésta es una existencia válida y real? Quizá somos, en realidad, sombras fantasmales que se mueven por un mundo irreal.
Para el budismo este mundo no es otra cosa que una ilusión (Maya), un sueño por el que nos movemos sin saber a dónde vamos, de dónde venimos ni quiénes somos. Se han repetido tantas veces estas palabras que ya nos suenan a tópico, a repetición de una creencia desvelada, pero no por ello dejan de ser menos ciertas ni dejan de tener un sentido que nos lleva a preguntarnos otras cosas, por ejemplo, ¿qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido tiene la existencia?
Y si el sentido de la vida y la existencia se pueden poner en tela de juicio, más fácilmente se puede poner en tela de juicio algo tan etéreo e irracional como la existencia de los fantasmas.
¿Pero qué es lo que existe en realidad? Quizá son los fantasmas los que en realidad existen, mientras nosotros no somos más que un sueño que aspira a convertirse en uno de ellos.
Una de las cosas que dan fuerza a la idea de que posiblemente estemos vivos y existamos, es precisamente nuestra capacidad de hacernos preguntas a nosotros mismos. «Pienso, luego existo», reza la famosa frase filosófica.
Pero, ¿y si los fantasmas también piensan y se cuestionan las cosas? ¿Y si ellos también debaten el sentido de la existencia? ¿Dónde quedamos nosotros? ¿De qué lado quedamos?
Otra de las cosas que nos permite percibir nuestra propia existencia es la capacidad de sentir. El ser humano es eminentemente emocional. Es más, nuestra existencia terrenal transcurre más entre sensaciones y emociones que entre pensamientos elevados y cuestionamientos. «Siento, luego existo» es una frase que se ajusta más a nuestra verdadera percepción de la vida y la existencia.
El ser humano piensa, pero es más emocional que pensante y reacciona más ante las sensaciones que ante el raciocinio, y una de sus sensaciones más fuertes es la presencia de su propia vida, la sensación de su propia existencia.
El filósofo se pregunta si se puede fiar de sus sensaciones, pero el ser humano no acepta sus sensaciones como una realidad más, como algo cierto. El filósofo intenta encontrar las causas de sus sensaciones, el ser humano llano simplemente las siente. El científico, además de buscar las causas, intenta explicar los fenómenos con leyes dentro del marco de la metodología y la repetición, pero el fenómeno de la vida y la existencia se le sigue escapando.
La realidad y la fantasía se mezclan constantemente en esta experiencia que llamamos existencia, y, a pesar de que la realidad tiene un mayor peso específico por sus características materiales, la mayoría de las veces la fantasía es la que perdura, mientras que la realidad poco a poco va perdiendo vigencia.
En una conferencia, el escritor argentino Jorge Luis Borges defendió la existencia del unicornio comparándola con la dudosa existencia de la guerra de Vietnam, arguyendo que la figura del unicornio permanecerá en el inconsciente de los hombres durante miles de años, mientras que la realidad de la guerra de Vietnam desaparecerá tarde o temprano de la mente de los hombres. Y, por cruel y descabellado que parezca, Borges hablaba con perfecta lucidez y razón, porque desde que el hombre es hombre, los mitos han sobrevivido a las culturas y a los pueblos, a las guerras y a los tiempos de paz. La guerra de Vietnam sólo era una guerra más, pero el unicornio es único, mítico, preexistente y eterno.
Los conceptos de la vida y la existencia van más allá de nuestras particulares vidas y existencias. Que uno de nosotros muera no quiere decir que desaparezcan la vida y la existencia. La vida y la existencia continuarían por sí mismas a pesar de que la humanidad entera feneciera, porque la vida y la existencia no necesitan del concurso de los hombres para seguir su propio camino.
Sólo dos cosas tiene seguras el ser humano. La primera es su nacimiento y la segunda es su muerte. Nacer y morir es nuestra función principal, lo de reproducirse no siempre está garantizado, como tampoco están garantizados los demás aspectos de la vida.
Por encima del nacer y el morir se encuentra la existencia, o el existir si lo miramos desde una perspectiva particular, e internamente el hombre siente su existencia más allá del nacimiento y de la muerte.
Por supuesto, nuestro nacimiento es en cierta forma un acto inconsciente decidido por otras personas, nuestros padres. Pero la muerte es una constante, un término real y palpable con el que tendremos que enfrentarnos tarde o temprano, y ante su cercanía renace, necesariamente, la sensación de una existencia que se extiende más allá de la vida y de la muerte, y es aquí precisamente donde entran todas las ideas mágicas y religiosas al respecto, todas las preguntas y cuestionamientos, todas las dudas y los temores, todas las esperanzas y todos los desalientos.
Si la existencia rebasa a la vida en el espacio y el tiempo, si en realidad la existencia va más allá de la muerte y el nacimiento, ¿qué pasa antes de que vengamos a la vida y qué pasa después de que nuestros cuerpos han muerto?
Cada cultura y cada pueblo ha dado su propia respuesta, es más, cada ser humano se explica se explica a sí mismo, como puede, lo que hay antes de nacer y después de morir, y eso nos lleva de forma inevitable al mundo de los fantasmas y los espíritus.
Podemos esperar tranquilamente a la muerte para saber qué es lo que hay detrás de su velo, pero raras veces lo hacemos. Somos demasiado curiosos y, en cierta forma, necesitamos saber qué es lo que nos va a pasar en el futuro, qué es l oque nos va a pasar después de muertos.
En próximos posts intentaremos adentrarnos un poco en los caminos de la muerte, para descubrir, en la medida de nuestras posibilidades, qué es lo que nos espera una vez que nuestros cuerpos hayan dejado de respirar para siempre.
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