martes, 9 de enero de 2018

La Brujería

Fue el 5 de diciembre de 1484 cuando el papa Inocencia VIII publicó la bula «Summis desiderantes effectibus», en la que la Iglesia católica reconocía oficialmente la existencia de la brujería.


Naturalmente, hay que aclarar que en aquella fecha todavía se creía que la Tierra no era redonda, y que más allá del mar ignoto vivían sátiros y arimaspos.

Un sátiro es uno de los compañeros itifálicos de Dioniso con características equinas,
incluyendo una cola, oreja y, a veces, hasta falo de caballo. 


Los arimaspos eran una tribu legendaria de jinetes de un solo ojo del norte de Escitia que vivía en colinas de los montes Ripeos, identificados con los Urales o los Cárpatos.


 De acuerdo con esta bula la brujería era una realidad y se basaba en un pacto con el demonio.

Y ese pacto significaba la negación de la fe cristiana.

No era nada nuevo. La gente llevaba siglos, tal vez milenios, creyendo en la existencia de unos poderes maléficos y satánicos. El cristianismo había convertido, además, en demonios a los dioses paganos, desterrándolos al Infierno, pero la superstición continuó arraigada en el corazón de la gente humilde y simplona.

A partir del siglo XIII, el panorama es más siniestro. El fracaso de las Cruzadas decepcionó de tal modo a los cristianos, que muchos empezaron a dudar de la fortaleza de Dios. De lo contrario, ¿por qué los infilees habían vencido a los que adoraban al Dios verdadero? ¿Cómo podía seguir en poder de los seguidores de Mahoma, la ciudad santa, Jerusalén?

Se dudó de la fe cristiana, y se atacó a la Orden de los Templarios, acusada de renegar de Cristo y entregarse a prácticas reñidas con la moral.

En resumen, la Humanidad está dejada de la mano de Dios -como sucede en estos días- vuelve sus miradas a la superstición, que es como un lenitivo para tantos pesares, para tantos desengaños. Y en Europa cae bajo una oleada de supersticiones que amenazan con ahogarlo todo. Y lo mismo los plebeyos que los más ilustrados caen en el mismo error. Es entonces cuando empiezan los procesos contra las brujas, y centenares de desdichados son condenados al fuego.

Se trata de una locura colectiva. Los jueces se vanaglorian de sus sentencias, y así, uno de ellos se alaba de haber hecho quemar a 800 hechiceros.


Fue solamente en el siglo XVIII, bajo el influjo de la Ilustración, cuando cedió parcialmente la obsesión por la brujería. Sin embargo, en 1751 aún había en el Código de Baviera anotaciones sobre la forma en que puede existir un trato sexual entre hombres y demonios. Porque no hemos de olvidar que casi todas las supersticiones -y la brujería figura en primer lugar en este respecto-, se apoyan en la sexualidad.

Aquí cabe recordar las historias de hechicería tan frecuentes en la Edad Media, los procesos instruidos contra los adoradores de Lucifer y las acusaciones que se les hacían.

Entre ellas había la de las imágenes de cera a fin de perjudicar a un ser humano, a cuya semejanza se hacía la fijurilla. Éste era un crimen de brujería, castigado con la pena de muerte, como casi todas las demás prácticas de hechicería.

En la actualidad, tales hechos, de acuerdo con la moderna psicología, se clasifican bajo el marbete del histerismo y las aberraciones mentales, por lo que cuesta mucho creer que en épocas más antiguas los cerebros más ilustres creyeran a pies juntillas en tales supersticiones, llegando a condenar a inocentes al fuego purificador de la hoguera.

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