He aquí lo que la virgen Laquesis, hija de la Necesidad, decía, dirigiéndose a las almas en la antigua Grecia:
"Almas pasajeras, vais a comenzar una nueva carrera y a entrar en un cuerpo mortal. Un genio no os escogerá, sino que cada una de vosotras escogerá el suyo... La virtud no tiene dueño; se une a quien la honra y huye del que la desprecia. Cada cual es responsable de su elección, porque Dios es inocente".
Sin embargo, en Grecia, la creencia en la reencarnación no formaba parte de la religión popular. Contrariamente a los países orientales, en donde incluso esta filosofía degeneró en posiciones ridículas por su difusión, en la Grecia antigua o clásica se mantuvo dentro del ámbito de las iniciaciones esotéricas, y en el esoterismo se la reconocía únicamente a través de algunos mitos como, por ejemplo, el de Perséfona.
Perséfona fue cedida por Zeus a Plutón, dios del más allá, sin que Demeter (su madre) tuviera conocimiento de este acuerdo. Demeter, furiosa por la pérdida de su hija, juró que no volvería al Olimpo ni consentiría que las semillas volviesen a germinar sobre la tierra hasta que Perséfona no le fuese devuelta. Zeus, a través del mensajero Hermes, cerró un nuevo trato con Plutón: Perséfona pasaría en la tierra dos tercios del año; el resto debería permanecer con Plutón en los Infiernos.
Es evidente que Perséfona (el Cuerpo) hijo de Demeter (el Alma) en la concepción Helena, volvía periódicamente a la tierra, renacía en el mundo y tenía una continuidad vital.
La ciudad de Eleusis, situada en el Atica, entre el Pireo y Mejara, tuvo en la historia del Ocultismo, y por relación en las doctrinas reencarnacionistas, una gran influencia en el mundo occidental. Pericles hizo erigir en esta ciudad un templo en el que se tributaba culto a la diosa Demeter, y con el tiempo ese culto se extendió también a Perséfona y a Triptolemo. Allí se practicaban los estudios y ceremonios iniciáticas, que constaban de dos grados: en el primero, el aspirante se convertía en MYSTE (de ahí el nombre de misterio); en el segundo grado, el candidato ascendía a la categoría de EPOPTO.
En estos misterios eleusinos, la doctrina impartida durante el período iniciático abarcaba, sin imágenes míticas, los grandes principios de la sabiduría oculta de todos los tiempo, que consistía en: la unidad de Dios, la inmortalidad del Yo superior, la ley del Karma y la reencarnación como camino de perfección.
Si es posible considerar la leyenda como un relato del que se pueden exprimir datos auténticos, tendremos que remitirnos forzosamente, en cuanto al sistema metafísico de la antigua Grecia, a Orfeo.
Hacia el año 4.250, el Rey de Tracia, Eagro, tuvo de su mujer, Caliope, un hijo al que impuso el nombre de Orfeo. Creció éste educado por maestros militares y expertos jinetes, de los cuales aprendió las artes de la guerra. Pero su sentido de la armonía y de la belleza le empujaron hacia caminos de espiritualidad que ni siquera sus deberes filiales podían superar. La expresión de esta vocación se manisfestaba a través de la musicalidad de su lira, instrumento que llegó a manejar con tanta perfección que, cuentan las historias, hasta el bosque y sus habitantes permanecían en silencio cuando Orfeo tocaba.
En aquella época los ejes de la cultura, a la que aspiraban todas las noblezas, se hallaban situados en Egipto. Allí las escuelas sacerdotales mantenían la luz del Conocimiento para cuantos seres dispuestos por la voluntad se aceraban a su encuentro.
Orfeo partió hacia Egipto, en donde había de aprender lo que su pueblo, unificado posteriormente bajo su guía, heredaría.
A su vuelta, y después de largas peregrinaciones por toda la península, estableció en Delfos los más antiguos misterios griegos. Allí enseñó a los hombres de su tiempo no sólo los principios fundamentales de la Ética, de la Estética, de la Ciencia y de la Filosofía, sino que también se ocupó de hacer comprender a toda la fraternidad órfica la relación entre las Estaciones, sus reglas de vida y muerte sobre la tierra, y su similitud con los ciclos de Vida y Muerte del ser humano.
El hombre vuelve, como la Primavera, y debe dar en cada período de encarnación un fruto más perfecto, debe adquirir una experiencia unificadora del cuerpo, la mente y el espíritu.
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