sábado, 18 de marzo de 2017

Cosas que se deben saber sobre los Duendes domésticos (I): Su confusión con los Fantasmas

Con el nombre genérico de duendes se denomina, en España y resto de Europa, a un grupo de seres
relativamente originales, por cuanto que tienen entre sus características principales su apego por determinados lugares en los que se instalan, siendo casi imposible expulsarlos. Estos lugares son siempre
casas u hogares humanos, habitados o deshabitados.

Respecto a su remoto origen, decir lo que usualmente se dice del resto de los elementales: que forman
parte de aquella legión de ángeles caídos que no fueron lo suficientemente buenos para salvarse ni lo
suficientemente malos para condenarse, por lo que se les permitió vivir en la Tierra, junto a los hombres, pero en una civilización paralela.

Es casi seguro que esta sub-raza de seres llamados duendes domésticos eran hace siglos habitantes de zonas agrestes, boscosas y montañosas, viviendo en el interior de cuevas y grutas hasta que, de forma paulatina, se fueron acercando a los hogares humanos, al principio como curiosidad por conocer a los del «otro lado», es decir, a nosotros, y después realizando diversas tareas domésticas (poniendo orden en la cocina, ayudando al ganado y actividades similares), con el único objetivo de divertirse, cogiendo poco a poco el gustillo por todo lo relativo al hombre y sus quehaceres. En ciertas zonas, la relación duendehombre fue tan intensa que se llegaron a convertir en una especie de parientes o familiares (aunque esta palabra tiene también otras connotaciones, como veremos), con visitas asiduas —siempre por la noche —, serviciales, traviesos, manifestando sentimientos de agrado y de enfado según su comportamiento con ellos. Su presencia en una casa, viviendo en su interior o muy cerca de ella, se hacía notar inmediatamente pues no les gustaba pasar desapercibidos. Para el reverendo Kirk, no había muchas dudas sobre su origen: eran miembros de un pueblo, que él llamaba subterráneos, y no espíritus malignos o diablos, porque si bien arrojan a los que habitan en ellas (las casas) grandes piedras, fragmentos de madera y terrones del suelo, no los golpean, como si su forma de actuar no fuera la maligna de los diablos, sino la burlona de los bufones y payasos.

Lo que singulariza a los duendes de sus otros congéneres es que aquéllos se vinculan siempre, de diversas maneras y manifestaciones, a las casas y a los seres humanos que las habitan. Equivaldrían, dentro de la antigua mitología romana, a los espíritus protectores del hogar y de los campos, es decir, a los dioses Lares. Algunos psicólogos y antropólogos opinan que este culto es una prolongación y reminiscencia de la veneración y respeto que tenían al jefe de familia ya fallecido que, desde el más allá, seguía protegiendo a los suyos. Esta explicación, respecto a los duendes ibéricos, no es nada satisfactoria, pues entre sus actitudes y labores no está precisamente la de custodiar y proteger a los propietarios de una casa, sino a veces todo lo contrario. Por esta razón, también existían en la mitología de Roma, al lado de los espíritus protectores o dioses Lares, los espíritus malhechores: los Larvae o Lemures, considerados como las almas perversas de ciertos difuntos, que erraban por los viñedos, los pozos y las estancias del hogar molestando a criadas, niños y animales, así como propinando buenos sustos y amargos sinsabores. Para las Larvas o Larvaes existía un rito ejecutado por el «pater familias», consistente en arrojarles habas negras (legumbres consideradas muy negativas tanto por griegos como por romanos), con el fin de que se entretuvieran recogiéndolas y dejaran en paz a la familia; aunque mucho más perversos eran los Lemures, de los que se suponía que eran las sombras de aquellos que habían muerto antes de su momento, bien ajusticiados o bien asesinados. El padre Feijoo, al hablar de los duendes en su Cartas eruditas, escribía categóricamente: «No son ángeles buenos ni ángeles malos, ni almas separadas de los cuerpos, sino unos espíritus familiares, semejantes a los lemures de los gentiles».


Desde siempre, a los duendes se les ha considerado seres intermedios entre los espíritus más elevados (los ángeles y similares) y el hombre. Los ocultistas medievales, procedentes en su mayoría de la Cábala, dividían a los seres invisibles en:
  • Los ángeles y toda su jerarquía celeste (incluidos los «dioses» de los pueblos antiguos).
  • Los diablos y toda su corte demoníaca (así como a los llamados «Ángeles Caídos», situados en una categoría distinta a estos
  • demonios).
  • Las almas de los muertos o fantasmas.
  • Los Espíritus Elementales de la Naturaleza.
Dándose la curiosidad de que a los duendes, según diversos autores y según zonas geográficas, se les ha encuadrado en las cuatro categorías, aunque preferentemente como demonios de poca monta y, sobre todo, como elementales o espíritus de la naturaleza, vinculados especialmente al elemento tierra, tanto de la superficie como de su interior.

Algunos investigadores, profundizando más en las íntimas conexiones de todos estos seres y apoyándose en las antiguas enseñanzas, dicen que al ser humano, desde casi el mismo momento que tiene un alma individualizada, le siguen tres entidades:
  1. Su ángel de la guarda o custodio, a modo de Pepito Grillo o la voz de la conciencia, que le acompaña durante toda su vida.
  2. Su diablillo particular, encargado del lado oscuro de su mente, que asimismo le acompaña toda su vida.
  3. Su espíritu elemental, o genio individual (generalmente un duende o un hada), que le acompaña hasta la edad aproximada de siete años y que le sugiere, a modo de voz interior, aquello que debe evitar por ser peligroso para su vida. A partir de esa edad, este papel lo cumple a la perfección su particular ángel de la guarda, ya que es el momento en el que se encarnan sus principios superiores.
Esta trinidad juega un papel equilibrante, al estar conectado cada ser a un eje de la existencia humana, que, desde el enfoque cristiano, serían: los cielos, los infiernos y la tierra.

No hay que olvidar que siempre han tenido la consideración de ser los dueños o señores de las casas (aunque molestos), y etimológicamente así se han considerado en el País Vasco. El vocablo duende parece derivar de la voz duendo, y ésta a su vez del céltico deñeet (domesticado, familiar), existiendo dos acepciones distintas del mismo:
  • La de duende, propiamente dicho, ser fantástico de pequeña estatura.
  • La de fantasma, espíritu o aparecido que se materializa en determinadas circunstancias y que viene a ser una especie de doble energético de una persona fallecida.
Y, como veremos, el mundo de los muertos es muy difícil de desligar del mundo de los duendes o de los elementales, entre otras cosas porque los dos proceden del llamado mundo astral, dimensión ésta poco conocida con la que estamos, sin embargo, íntimamente interrelacionados al decir de algunos esoteristas, pues un componente esencial de nuestro organismo, el cuerpo astral, también participa de esta dimensión, por otros llamada «cuarta dimensión», pero teniendo claro que no se trata de un lugar lejano, sino de «este» lugar y cuyo proceso es inmanente a nosotros.

Tan imbricados están los duendes con las almas en pena, que en aquellas zonas donde no existe una clara creencia popular en duendes, follets o trasgos, se atribuye a las almas de los antepasados familiares ya muertos los ruidos nocturnos del hogar y los fenómenos anómalos que se produzcan (como ocurre, por ejemplo, en la comarca del Pallars o en algunos pueblos de Vizcaya). Para el gran folclorista asturiano
Constantino Cabal, no hay ninguna duda de que los duendes eran muertos: «Consta, porque son muertos
todavía en numerosos lugares y así, en los pueblos del Norte, los juzgan almas en pena que vivieron sin rienda en este mundo y están ahora condenadas a peregrinar por él», y muertos son también para Caballos
enanos, los gnomos, las hadas, los diaños… apreciación ésta con la que no podemos estar totalmente de
acuerdo.

Hemos utilizado la terminología genérica de duendes domésticos para referimos a grupos tan diferenciados como los trasgos, los füllets, o al resto de duendes, con sus respectivos y numerosos nombres locales de los que hemos podido tener constancia al realizar nuestra investigación — aproximadamente unos setenta—, poniendo sobre aviso al lector respecto a tres importantes cuestiones:
  1. Todos los duendes domésticos que vamos a mencionar proceden originariamente del grupo llamado «elementales de los bosques» que, en un momento dado, decidieron voluntariamente separarse de sus congéneres más allegados (como los «Diablos burlones») y acercarse a los hogares humanos, movidos en gran parte por su curiosidad y por los adelantos tecnológicos que apreciaban en los hombres. Al estar dotados de inteligencia y sensibilidad, pueden llegar a coger odio a una familia o, por el contrario, desarrollar una cierta simpatía o afecto hacia la misma, hasta el punto que la pueden seguir de un lugar a otro. Este carácter ambivalente del duende es una constante en todas las historias en las que intervienen: son leales con la casa que escogen e incluso aman (en el sentido que ellos lo entiendan) a sus miembros, pagando sus atenciones y sus ofrendas con todos los beneficios que un duende puede dispensar, que son muchos si quiere. En cambio, si lo maltratan verbal o físicamente se puede convertir en el ser más vengativo que uno pueda imaginarse y procurará hacer la vida imposible a la familia. Encontraremos varios ejemplos de este proceder, muy característico de todos los «elementales», siendo el más extremo el del Gorri Txiqui vasco.
  2. Este desmedido afecto por algunas familias, que les obliga a seguirlas, es lo que ha provocado la extensión y difusión de los duendes por zonas de España poco recomendables y propicias para ellos a priori, al estar exentas de las características de sus hábitats de origen, o sea, de vegetación y frondosidad, pero lo cierto es que evolucionaron y se acomodaron con mucha rapidez a los cambios sufridos y hoy podemos hablar de duendes, en sus más diversas, categorías, repartidos por toda la geografía española (así como por la del resto de Europa e Hispanoamérica) con la utilización de este singular método.
  3. La distribución geográfica de las apariciones de duendes en España es bastante curiosa, pues, por lo general, van disminuyendo en dirección Norte a Sur, así como de Este a Oeste. En las zonas megalíticas costeras y en los litorales son, generalmente, mucho más abundantes, siendo más pobres, en cuanto a sus leyendas, en las dos mesetas centrales, en Aragón y La Rioja. Esta singularidad geográfica es muy similar respecto al resto de seres sobrenaturales, especialmente de las hadas.

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