En 1873, un zapatero llamado James Burne Worson, que residía en Leamington, Inglaterra, fue retado por Barham Wise, un tejedor, mientras los dos hombres apuraban unos tragos en una taberna. Worson tenía la costumbre de considerarse uno de los mejores atletas aficionados de la nación, y Wise, viejo amigo suyo, decidió que le haría quedar en ridículo. Apostó con Worson a que era incapaz de correr todo el camino hasta Coventry y volver, o sea una distancia de unos 60 km. El zapatero aceptó la apuesta, y se puso en marcha al instante, acompañado por Wise, un fotógrafo llamado Burns, que inmortalizó el hecho, y otro individuo, cuya identidad se desconoce.
Worson resistió varios kilómetros sin dar nuestras de fatiga, demostrando gran resistencia, y gritando, admirado de sí mismo. Sus tres amigos le seguían en carricoche, animándole o insultándole, según su humor.
Pero ninguno estaba preparado para lo que sucedió a continuación. En mitad de la carretera, a unos 10 metros del carricoche, y con tres pares de ojos fijos en él, Worson cayó, lanzó un alarido terrible... y desapareció.
Más tarde, al declarar ante el juez, los tres amigos insistieron en que Worson no había tocado el suelo, sino que se había desvanecido antes de llegar al mismo.
Los tres testigos de la desaparición de Worson eran bien considerados en la comunidad y nada ocurrió que desacreditase su versión de lo ocurrido. De haber conspirado para deshacerse del zapatero, la coartada concertada para ocultar la verdad de los hechos habría más bien llamado la atención hacia su crimen. Porque lo cierto es que aquella desaparición tan repentina avivó las investigaciones de la policía, sin que lograran encontrar el menor rastro de Worson.
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