viernes, 22 de septiembre de 2017

Vicent Verzeni, el vampiro italiano

Si hemos de atenernos a un caso clásico de vampirismo, tenemos que citar el de Vicent Verzeni, que cometió sus horrorosos crímenes en Italia, hacia 1870.

Verzeni llegaba al orgasmo cogiendo a sus víctimas por la garganta, estrangulándolas e infligiéndoles heridas con los dientes, y luego bebiendo su sangre. En el vampirismo es casi tan importante asir a la víctima por la garganta como chupar la sangre.

Verzeni, al ser juzgado, fue acusado de dos asesinatos, varios asaltos de vampirismo e intentos de asesinato. La primera de sus víctimas fue una tal Joana Motta, de 14 años, que una mañana de diciembre salió en dirección a una aldea cercana a la suya y no regresó. Su cuerpo fue descubierto cerca de su pueblo, al lado de un camino. Estaba desnuda y mutilada, con la boca llena de tierra. Su asaltante le había desgarrado los muslos con los dientes, y le había arrancado los intestinos y el aparato genital, todo lo cual fue encontrado no muy lejos de allí. Bajo un montón de paja fue hallado un pedazo de pantorrilla.

8 meses más tarde, una mujer casada que se llamaba Fregeni de unos 28 años de edad, salió una mañana con intención de trabajar en el campo, pero al anochecer no había regresado todavía. Fue entonces cuando, muy alarmado, su marido salió a buscarla y no tardó en hallar su cadáver.

Estaba desnuda y mutilada, y el cuello mostraba aún señales de la correa que había servido para estrangularla. El asesino le había arrancado pedazos de carne con los dientes, desgarrándole el vientre, seguramente para extirparle los intestinos.

Al día siguiente, María Previtali, prima de Verzeni, con 19 años, salió al campo y se fijó en que su primo la iba siguiendo. María, a causa del crimen del día anterior, se amedrentó. Verzeni llegó junto a ella, la arrojó a tierra y rodeó su garganta con las manos, pero la joven logró zafarse de la presa, se puso de pie y convenció a su primo para que la dejase en paz. Naturalmente, al instante puso el hecho en conocimiento de la policía.

A continuación, la transcripción de la confesión de Vicent Verzeni, según Krafft-Ebing:
«Verzeni confesó finalmente sus hazañas y sus motivos. La comisión de los crímenes le producía un indescriptible placer, acompañado de erección y eyaculación. Tan pronto como asía a su víctima por el cuello experimentaba sensaciones sexuales. En este caso, lo mismo daba que la víctima fuese joven o vieja, guapa o fea. Usualmente, ya le satisfacía sólo apretar la garganta, en cuyo caso les perdonaba la vida; pero en sus dos casos de asesinato la satisfacción se retrasó y continuó apretando hasta que sus víctimas murieron.

Las magulladuras de los muslos de Joana Motta fueron causadas por los dientes, al chuparle la sangre con sádico placer. Desgarró parte de una pantorrilla (la derecha) y se la llevó para asarla en su casa, mas por el camino la ocultó en un pajar, temiendo que su madre sospechase de él. También llevó restos de ropa e intestinos a cierta distancia, pues le ocasionaba un intenso placer olerlos y tocarlos. En los momentos de vampirismo y sadismo se veía ayudado por una fuerza enorme. Jamás sintió remordimientos de conciencia ni se le ocurrió violar a sus víctimas. Se contentaba con succionarles la sangre.

En realidad, Verzeni no era tonto, por lo que resultó muy difícil arrancarle la confesión, y sólo lo hizo al ver destruidas sus coartadas. Poseía, en efecto, una inteligencia normal, sin muestras de psicosis. En la cárcel repitió varias veces que, caso de estar libre, repetiría sus experiencias y se mostró de acuerdo cuando el jurado lo condenó a cadena perpetua.»
A los 12 años, Verzeni experimentaba un inefable placer retorciéndole el cuello a una gallina, habiendo matado a muchas, achacando después sus muertes a las comadrejas. Pero más adelante ya necesitó gargantas humanas.

Según él:
«Experimentaba una inefable delicia al estrangular a las mujeres y durante tales operaciones gozaba placeres de carácter sexual. También me complacía chupar la sangre... Y el mayor de todos mis goces fue quitar los alfileres de las cabelleras de mis víctimas...

Jamás se me ocurrió mirar o tocar los genitales, pues sólo me satisfacía coger a las mujeres por la garganta, apretar y chupar su sangre.»
Esta última declaración está en desacuerdo con el hecho de haber hallado el aparato genital de Joana Motta lejos del cádaver de la niña.


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