He aquí una conocida tradición que nos habla de ello:
La esposa, bruja, atiende las súplicas de su marido y le conduce por los aires a una reunión de brujas. Existe el próposito de servir a todos una espléndida cena, pero no pueden preparar la comida porque la bruja que ha de llevarles la sal todavía no ha llegado. Se impone una espera insoportable y cuando el novicio está a punto de desfallecer, llega por fin la bruja.
- ¡Gracias a Dios! - exclama el hombre, palmoteando jubilosamente.
Las brujas no pudieron impedirlo. Ni siquiera la que estaba más cerca pudo taparle la boca a tiempo. Inmediatamente después de pronunciadas estas palabras, y luego de un breve terremoto, las brujas se desvanecen. El novato, amedrentado, se oculta entonces detrás de una cuba y espera a que alguien venga a sacarle de su refugio.
De la misma forma, las brujas no pueden oír pronunciar la palabra "domingo" sin montar en cólera. La explicación que se ofrece es clara: el domingo es el día consagrado por los cristianos a Nuestro Señor Jesucristo. Nombrar ese día equivale a recordarles la infinita gloria de Dios. ¿Cómo van, pues, a permanecer impasibles?
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