antiguos de la Tierra, cuando todavía estaban en formación los montes y los océanos y aún no había
surgido el primer homo sapiens. Vivían en un lugar determinado del planeta, aunque no tardaron en
extenderse por zonas y regiones cada vez más alejadas entre sí, al tiempo que se iban formando las
montañas, los mares y los ríos, y aparecía el hombre primitivo.
Para explicar su remoto origen, existen una serie de leyendas que entroncan casi todas ellas con una
fuente común: la «caída» de los ángeles. Veamos algunas:
- Los celtas y los eslavos aseguran que estos seres descienden de los ángeles rebeldes, los cuales fueron obligados a vivir en el mar, en el aire o en los profundos abismos de la tierra.
- La tradición bretona puntualiza mucho más diciendo que, después de la Guerra de los Cielos, los ángeles «buenos» se quedaron aquí, y los ángeles rebeldes fueron arrojados al infierno, en compañía de Lucifer, mientras que los que permanecieron neutrales se quedaron en la Tierra como hadas y elfos. Esto trajo problemas con su alma, como veremos un poco más adelante.
- Otros pueblos piensan que las hadas no son más que las almas de los antiguos antepasados o niños muertos sin haber recibido el bautismo, asociando el Reino de las Hadas al Reino de los Muertos.
el que hallábase Eva lavando a sus hijos en las orillas de un río cuando Yahvé le habló. Asustada,
escondió a los hijos que no había lavado todavía, y le preguntó Yahvé si estaban allí todos sus hijos, y
ella le contestó que sí. Como no le convenció esta respuesta, advirtió a Eva que aquellos que le había
ocultado quedarían ocultos al hombre también. Estos niños se convirtieron en elfos o hadas, y en los
países escandinavos se les denominó como la raza huldre. Las jóvenes huldre son de una gran belleza, pero provistas con largas colas de vaca o apareciendo con las espaldas hundidas, y sólo son hermosas de frente, respondiendo así al engaño de su origen.
Lo cierto es que todas las culturas y todos los pueblos primitivos han adorado a viejos espíritus de la
naturaleza, suscitados por el animismo creencia religiosa que considera que todo ser viviente y todo
objeto alberga un espíritu o fuerza interior, que más tarde dieron nacimiento, entre los babilonios y los griegos, a deidades terrestres y acuáticas, con toda una sofisticada genealogía de dioses. Se han
formulado muchas teorías sobre la posible etimología de las hadas, haciéndolas algunos descender de
antiguas divinidades celtas (la diosa Dana) y otros de las Dianas romanas. En realidad, tanto su origen como sus posibles etimologías se pierden en la noche de los tiempos al tratarse de seres que se han ido adaptando a las circunstancias de las épocas, pues no siempre se han llamado hadas, ni ninfas, ni lamias, ni elfos… pero siempre han permanecido con nosotros, eso sí, con diversas apariencias y revestidos de numerosos nombres.
Entre los pueblos germánicos y celtas, la evolución de estas creencias arcaicas originó una multitud
de seres fabulosos con los que se poblaron los bosques y selvas de la vieja Europa, alcanzando una
mayor popularidad entre todos ellos los enanos (recordemos a los Nibelungos) y las hadas. Se ha creído ver en estas criaturas el recuerdo de algunas razas humanas de menor tamaño que hace mucho tiempo (el érase una vez… de los cuentos) habrían habitado la Tierra y que, huyendo de las razas de hombres de mayor estatura, se refugiaron en las regiones más inaccesibles (sobre todo en el interior del planeta), pero conservando ciertos poderes que de alguna manera los hacían superiores al resto de los humanos.
Con el paso de los milenios, las hadas se dispersaron y vieron cómo tomaban forma los ríos, las
fuentes y los seres vivos. A continuación se especializaron. Unas, las hadas de los bosques y de las
llanuras, se transformaron en protectoras de los seres vivos, de las plantas, de los animales y, por
supuesto, del hombre, al que apoyaron en sus difíciles comienzos. Se dice que con su ayuda se levantaron los dólmenes, situados en lugares especiales para controlar las fuerzas telúricas y mejorar la agricultura o controlar a las fuerzas de la naturaleza, como el desbordamiento de los ríos y arroyos o los efectos de los terremotos. Las hadas de las fuentes se establecieron junto a los ríos o en los lagos y facilitaron el agua a las tierras vecinas; las de las montañas cuidaron de los desprendimientos y de los aludes, y las del subsuelo cuidaron de los tesoros de la tierra.
Paso a paso, las hadas controlaron sus formas, que adaptaron en nuestro mundo a nuestra imagen,
pareciéndose a los seres humanos, pero siendo mucho más hermosas. Sin embargo, sus subespecies son infinitas y es imposible recopilarlas, dado que aparecen en todas las culturas y en todo el mundo, con características diferenciales.
La mayor parte de los folcloristas y autores que han estudiado el mundo de los elementales utilizan el
término hada de forma muy amplia e incluso genérica, para denominar a todos los tipos de mujeres
sobrenaturales de los cuentos y leyendas. Este fenómeno no es sólo propio de nuestro país, sino que se extiende a toda Europa, donde la palabra «hada» puede incluso llegar a utilizarse como sinónimo de cualquier elemental (por ejemplo, en Francia e Inglaterra las palabras fée —hada— y elf —elfo— se usan habitualmente como equiparable a «Gente Menuda», por eso se habla de mundo feérico o de mundo élfico). Esto puede aceptarse cuando la referencia se hace sobre el mundo en el que viven estos seres mágicos, que es universalmente conocido como «el País de las Hadas», pero debe limitarse cuando de quien hablamos es de las hadas como tales, a las que podríamos definir como espíritus de naturaleza femenina, vinculadas a las más bellas manifestaciones de la vida, en especial a las flores, a los ríos, a las fuentes, a los bosques y a los niños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario