sábado, 23 de enero de 2016

Leyenda: Una madre fantasmal en la Mezquita-Catedral de Córdoba

Algunos testimonios hablan de una misteriosa presencia que correspondería a una dama medieval.



Serían las tres de la madrugada. Un vigilante nocturno hacía una ronda por la Mezquita-Catedral, cuenta José Manuel Morales Gajete en su libro «Enigmas y misterios de Córdoba», que acaba de publicar Almuzara. No era una persona sugestionable, pues llevaba muchos años haciendo el trabajo, pero de pronto empezó a notar como si alguien le siguiera muy de cerca. Llegó a escuchar su respiración a poca distancia y se estremeció. ¿Un fantasma en el gran monumento de Córdoba?

Diego lo contó así a José Manuel Morales y no era el primero. Otro compañero, en una ronda nocturna, vio algo moverse, pero en un primer momento no detectó a nadie. Tardó poco en ver una sombra que surgía como de la nada y que, tras caminar hacia él, se desvanecía tan misteriosamente como había surgido. Varios vigilantes de la Mezquita-Catedral cuentan haber visto luces extrañas y la figura de una dama con un vestido largo que camina diez centímetros por encima del suelo.

Un camino


Su ruta es casi siempre igual, porque rodea el altar mayor y desaparece junto a la misma capilla, allí donde está enterrado Enrique de Castilla y Sousa, que murió en el siglo XIV. ¿A quién correspondería esta legendaria presencia? Para José Manuel Morales, sería doña Juana de Sousa, una noble cordobesa que fue amante del rey Enrique II de Castilla, llamado «El Magnífico», con quien compartió lecho durante diez años en el Alcázar. Tuvieron un hijo, Enrique de Castilla y Sosua, que nació en 1378.

Como no era extraño, el Rey terminó por dejar a doña Juana por otra dama y a su hijo bastardo le dio los títulos de Duque de Medina Sidonia y conde de Cabra, además de un palacio en la casa número 13 de la calle que hoy se llama Rey Heredia. A su antigua amante le buscó un marido rico, como era costumbre, pero ella lo rechazó y vivió sólo para su hijo. La desgracia todavía no había terminado con ella, porque Enrique de Castilla murió joven, en 1404.

"El hijo de doña Juana murió joven y el dolor terminó por transtornar a su madre"

El dolor de la madre fue tan grande que según sus contemporáneos perdió la cordura y hasta estuvo varios días encerrada con el cadáver de su hijo. Se le enterró en la Mezquita-Catedral y ella pidió al Cabildo tener una habitación cerca de la tumba, a la izquierda del altar mayor. Se sabía que por las noches deambulaba sin rumbo fijo por el templo y la leyenda y ciertos testimonios insisten en que, seis siglos después, sigue haciéndolo. Como dice José Manuel Morales en el libro, ¿será que doña Juana continúa buscando a su hijo para darle un maternal beso de despedida?

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