BIENVENIDOS A MI MUNDO
Aquí encontraréis escritos tanto míos como otros que encuentre interesantes y quiera compartir con vosotros, leyendas, frases, imágenes... Espero que os guste mi Infierno...
Sufría de un extraño sentimiento que me llenaba de indecisión.
Unos días decidía no hablarle más, sólo dejarle ir;
y otros, sólo moría por verla, necesitaba estar junto a ella.
Creo que estaba enamorado, creo que aún padezco de amor.
Como el resto de los seres mágicos asociados al «entorno de la penumbra», los duendes sólo se manifiestan al anochecer, período en el que desarrollan una intensa actividad. Bromistas y descarados, gustan de gastar bromas pesadas de forma especial a quienes duermen, haciéndoles cosquillas con sus dedos fríos, quitándoles la manta y la sábana o tapándoles la nariz, para dificultar su respiración.
Algunos, como los tardos, son peligrosos para los niños y para los adultos, en tanto que otros apenas pueden hacer otra cosa que dar pequeños sobresaltos a los humanos que encuentran a su paso.
Como, en el fondo, lo que les gusta a los duendes es la diversión, disfrutan bailando por toda la casa, saltando en los tejados, arrojando piedras y arrastrando, a veces, cadenas. En ocasiones, su descaro llega hasta el punto de usar como monturas a los durmientes. Sus lugares favoritos son los desvanes, las cuadras y las cocinas, donde construyen sus entradas o puentes de contacto entre su dimensión astral y nuestra dimensión física. Perezosos y gandules, es cierto que hay pruebas de que ayudan a determinadas personas en las labores de la casa, pero siempre a cambio de algo. En ese sentido, se sabe que se les puede convencer ofreciéndoles un cuenco lleno de leche o dándoles alguna que otra golosina, pero nunca ropa o vestidos, como luego veremos.
Los duendes no abandonan el lugar en el que viven, salvo que los dueños de la casa quiten de la misma todo aquello que pueda hacer que les guste. El problema es descubrir qué es lo que les hizo venir, ya que no debe olvidarse que los duendes pueden ser convocados, consciente o inconscientemente, por el ser humano y, por consiguiente, pueden estar agazapados en espera de encontrar el momento idóneo para manifestarse. Así, una casa puede estar infestada de duendes y éstos no aparecerán hasta el momento en que, por ejemplo, un cambio en la decoración o en el mobiliario la convierta de golpe en un lugar enormemente atractivo para ellos. Estamos hablando de casas rurales y campestres porque, por lo que se refiere a las ubicadas en las grandes ciudades, suelen huir de ellas como gato escaldado. Aborrecen el ruido, la contaminación y todo aquello que no sea puro y natural, aunque existen varios casos célebres de duendes que han desarrollado sus trastadas en viviendas urbanas.
Los autores tenemos serias sospechas de que uno de los elementos que interactúa para que a un duende le sea más atractiva una casa, masía, desván, cocina o establo, con preferencia a otro cualquiera dentro de la misma población, es el relativo a los cruces telúricos (más recientemente llamados redes Hartmann). Así como la reina de un hormiguero elige construir su ciudad en el centro de un cruce de dos líneas telúricas o fuerzas energéticas terrestres, o así como un perro gusta de acostarse en los lugares menos perniciosos o geopatógenos de estas invisibles bandas (al contrario que los gatos, que se recargan con estos focos energéticos), también creemos que los duendes domésticos y otros seres invisibles prefieren aquellos habitáculos que irradien una especial densidad vibratoria que les permite conectar inmediatamente con su longitud de onda y, por tanto, con sus gustos y sensibilidad. Son entradas o lugares que la cultura china llamaba zonas de subida de demonios. No deja de ser curioso que en una de las calles de Barcelona, en concreto la calle Basea, situada en el casco antiguo de la ciudad, y siempre según la tradición popular, se localizase una casa enduendada o encantada, que comunicaba directamente con el «infierno», un lugar por donde los demonios podían entrar y salir libremente, hasta el punto que las gentes que pasaban por dicha calle se persignaban y prohibían a los niños que se acercasen por allí.
De todo lo expuesto hasta aquí, se infiere que, a pequeñas y grandes escalas, estas zonas especiales existen en todas las partes del mundo, algunas de tal envergadura sociológica que se ha afirmado que son lugares mágicos porque habitan los llamados «genius locis», o genios locales, debido a que en ellos se producen en mayor medida esas confluencias de energías cosmotelúricas que les hace susceptibles de provocar cualquier tipo de manifestaciones paranormales.
Por último, también pensamos que para que un duende se manifieste en una determinada vivienda, haciéndose sentir con todas sus consecuencias, se requiere al menos una materialización parcial de este ser, pues es evidente que los objetos se mueven por la acción de algún ente que, si bien invisible para nosotros, debe estar suficientemente materializado o corporeizado para llevar a cabo sus fines en este medio físico, por lo que sólo pueden producirse dichas manifestaciones en presencia, o bajo los efectos, de un ser vivo (que puede ser el dueño de la casa, el hijo, la criada, o quien fuere), dotado de condiciones mediúmnicas. Estas personas, junto con las demás circunstancias descritas, son los que, a nuestro juicio, hacen de puente entre nuestro mundo y el suyo, los cuales, recordemos, están superpuestos.
Cuanto mayor sea el poder psíquico del viviente —del que la gran mayoría de las veces no es consciente —, mayor grado de presencia en la casa tendrá el duende en cuestión y más fácilmente será visible su cuerpo energético para el resto de la familia y otros eventuales testigos.
Al contrario de las antiguas religiones y tradiciones, el catolicismo se declaró, como ya hemos dicho, antireencarnacionista en el II Concilio de Constantinopla.
Entiende esta filosofía que el alma ha sido creada por Dios y que no posee cualidades divinas, al ser una sustancia aparte de su creador.
Es ésta una de las pocas doctrinas que es trinitaria con respecto a la divinidad y dual con respecto al hombre. Para el catolicismo, el ser humano está formado de cuerpo y alma; muy al contrario del primitivo cristianismo que afirmaba la Trinidad del hombre. Al menos así leemos en la epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, capítulo 5º, versículo 23: «Que Él, el Dios de la paz os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma, y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida.»
Afirma esta religión que después de una sola y única existencia, el alma del hombre recibe según su pasado comportamiento, un premio (cielo) o un castigo (infierno), definitivos, para toda la eternidad. Sin embargo, en su propio catecismo se lee, por ejemplo, que después de la vida viene: «Muerte, Juicio, Infierno y Gloria». Extraña redacción (debiera ser: «Muerte, Juicio, Infierno o Gloria») que no puede ser aclarada desde el prisma oficial.
La interpretación católica del más allá es similar a la de los fariseos. La vida eterna se adquiere a través de un nuevo nacimiento después de concluida la existencia; entre la vida en el mundo y la vida ultraterrena no hay una continuidad. Sólo a través de este renacimiento se llega a la Divinidad. Pero no sólo eso: para lograr la trascendencia no son suficientes las acciones humanas en su avance hacia la perfección; el hombre necesita de la gracia de Dios. La salvación es un regalo de lo Alto porque el alma humana no es esencialmente inmortal.
Sólo a partir del siglo XVII se aplica el nombre de genio al talento intuitivo o creador de los seres humanos en sus manifestaciones más altas. Pero mucho antes, los llamados «genios» eran otra cosa.
El genius era una divinidad tanto de los griegos como de los romanos, que regía el nacimiento de cada mortal. Vivía unido a él durante el transcurso de su vida, conocía todos sus pensamientos y le guiaba en todas sus acciones. Cada individuo tenía dos genios: uno bueno que lo inclinaba al bien y otro malo que hacia lo propio en el signo contrario. En la antigua Roma, los genios (del latín gignere = engendrar) llegaron a representar las entidades espirituales de cada ser: persona, deidad, lugar o grupo social. Su misión era protectora. Al principio, en cambio, sólo representaban la virilidad en los hombres (las mujeres tenían junos), por eso el lecho nupcial se llamaba lectus genialis, porque el concepto primordial de genio es una fuerza divina que engendra. Aun cuando las funciones del genio fueron ampliándose, uno de ellos siempre velaba por la fertilidad de la pareja. Cada individuo, cada provincia, cada país, cada casa, cada montaña… tenía su propio Genii, y para cada uno existían diferentes símbolos y representaciones. También el pueblo (populus) tenía su genio protector: Genius Populi.
En todos aquellos lugares donde los romanos se asentaron es frecuente encontrar testimonios epigráficos dedicados a las diferentes clases de genios, como ocurre en Asturias y en León.
El culto de los genios tendía a confundirse con el de los dioses lares de origen etrusco, encargados de velar por el recinto doméstico y vigilar las encrucijadas, y también con el de los manes, en su origen genios tutelares de la casa y luego almas de los antepasados. La entidad griega que corresponde en cierto modo al genio romano es el daimon que hablaba a Sócrates. En el cristianismo se corresponde con el Ángel de la Guarda.
En ocultismo, los genios son identificables con espíritus de la naturaleza; son fuerzas dinámicas que animan objetos y producen fenómenos. Se admite que existen genios guardianes de ciertos lugares que no deben ser profanados (el genius loci). El equivalente a los «elementales», o genios de la tradición judeocristiana, serían los jinn o jinas de la tradición musulmana, que es incluso anterior a ella.
Sabemos que casi todas las religiones hunden sus raíces en revelaciones recibidas de entidades no humanas, pero el islam además ha profundizado en el conocimiento de las mismas describiendo, con lujo de detalles en ocasiones, algunas de sus manifestaciones, en concreto de los denominados «jin» o «djinn», palabra que proviene, según Roso de Luna, de la misma raíz de la que procede la palabra «genio», que encontramos en todas las lenguas arias con el significado de «divinidad menor» o «espíritu de la naturaleza».
La mitología musulmana no cree que Adán haya sido el primer ser racional que habitó el mundo, sino que tan sólo lo considera como el padre de los seres humanos. Esto, que a primera vista parece contradictorio, se explica porque ellos piensan que la Tierra estaba poblada anteriormente, unos 2000 años antes, por seres superiores al hombre que eran denominados «genios» o jinas, de los cuales existían dos clases:
1. Los peris, o genios bienhechores. 2. Los devas, o genios maléficos, entre los que destacan los genn o jinas.
Es decir, se trataría de una raza preadámica (anterior al Homo sapiens) que en un momento dado se rebeló contra Dios y fue alejada a lugares distantes. Como puede observarse, estas leyendas tienen puntos en común con las tradiciones escandinavas de las Eddas y con las teorías cabalísticas, en el sentido de que:
Todos ellos los consideran una raza anterior al hombre.
Están a mitad de camino entre los ángeles y los hombres.
Se diferencian en dos grupos nítidos.
Tienen un gran poder, pero a la vez son sumamente ingenuos.
Se equiparan a almas de difuntos o con entidades del bajo astral.
La historia sobre su origen mítico es esencialmente la misma.
Para la mitología árabe, los djinn son demonios o espíritus malignos que pueblan los desiertos árabes, y su existencia, así como su creencia, es muy anterior al islam, siendo respetada esta tradición por Mahoma. Los semitas ya consideraron a los jinas como fantasmas pertenecientes a pueblos derrotados Y desaparecidos.
Según Borges, siguiendo en su exposición a la tradición islámica, Alá hizo a los ángeles con luz, a los jinas con fuego y a los hombres con polvo. Al principio, se muestran como nubes o como altos pilares indefinidos; luego, según su voluntad, asumen la figura de un hombre, de un chacal o de una culebra. Suelen tirar piedras a los hombres, raptan a mujeres hermosas y moran en ruinas, casas deshabitadas, en los ríos y los desiertos. Los egipcios pensaban que son la causa de las trombas de arena. Iblis o Eblis sería su padre y su jefe, considerado además el jina rebelde que se sublevó contra la orden de Alá de postrarse ante Adán.
Cabe preguntarnos, con cierta lógica, si estos genios árabes son exactamente iguales a aquellos ángeles caídos del cristianismo, y la respuesta nos la dan los cabalistas y ocultistas. Para ellos, los genios son otra clase de espíritus inferiores que están a las órdenes de los ángeles (serían los «daemones» de los griegos), y serían aquellos que en la época medieval fueron llamados «elementales», pero sin que puedan identificarse con los ángeles caídos, al menos de una forma absoluta.
Ya hemos visto que es fácil identificar a los genios con los elementales y con las almas de los difuntos, pero tal vez alguien se sorprenda que esta identificación llegue a terrenos estudiados por la ufología. El investigador inglés del fenómeno OVNI Gordon Creighton realizó hace algunos años un profundo estudio sobre estos seres, cuyas conclusiones publicó en su revista Flying Saucer. Nos comunica que los mahometanos creen en dos clases de espíritus: los ángeles y los jinas. Los primeros serían espíritus puros que, como ocurre en el cristianismo, intervienen lo menos posible en la vida de los hombres. Pero los jinas, inferiores en rango, están mucho más cerca de nosotros, entrometiéndose a veces en nuestras vidas. Expone varias características que les son comunes, las cuales ya nos resultan familiares y aplicables por entero a les seres «elementales»:
En su estado normal no son visibles para el hombre, aunque son capaces de materializarse y de presentarse en nuestro mundo físico.
Pueden cambiar de tamaño y aparecer con cualquier disfraz, grande o pequeño, o en forma de animales.
Son eternos mentirosos. Les encanta confundir a los humanos con todo tipo de juegos, invenciones y embustes.
Les gusta raptar a algunos humanos y transportados por el aire, devolviéndolos, aturdidos, en lugares distantes.
Les encanta tentar a los humanos en asuntos sexuales con el fin de tener relaciones de este tipo con ellos.
Al parecer, en la jurisprudencia inuslín se admite que una mujer haya podido ser violada por un «jin». También se decía que las jinas o gennias (genios femeninos) nunca perdían la virginidad, la cual se reconstituía al poco rato de haber tenido un contacto carnal con los hombres, lo que no les impedía tener hijos.
Algunos humanos, gracias a un extraño favor, han vivido en armonía con los jinas, obteniendo de ellos algún pacto por el que recibieron poderes y se convirtieron en hombres privilegiados. Creighton pone como ejemplo el caso de un librero parisino, especializado en libros raros y agotados, que tenía una especial amistad con un silfo, el cual le decía dónde podía encontrar los libros que necesitaba.
Tienen un tremendo poder telepático y de encantamiento, bajo el que sucumbe cualquier mortal, pero al mismo tiempo suelen ser ingenuos y caer en los engaños que les tienden los humanos.
En las traducciones de los cuentos orientales (en concreto de Las mil y una noches), se citan a los jinas como genios. Hay diversas clases de jinas que habitan el aire, la tierra, el mar, los bosques, las aguas dulces y el desierto. Lo que indica que, además de genios buenos y malos (siempre desde el punto de vista humano), existen diversas especies en las dos grandes familias: genios de las entrañas de la tierra (los subterráneos y los gnomos), de los bosques (faunos y hadas), de las aguas (ondinas, napeas, ninfas), de los aires (sílfides), del mar (sirenas), del fuego (salamandras), etcétera.
Una muñeca que se encuentra en la tumba de una niña que falleció hace más de 12 años mantiene en vilo a los vecinos de la localidad argentina de Chañar, en la provincia de Córdoba.
Los empleados del cementerio dieron la voz de alarma en fechas próximas al día de Todos los Santos al descubrir, para su sorpresa, que el juguete que adorna la tumba lloraba de forma inexplicable. La noticia corrió como la pólvora y, numerosos habitantes, decidieron corroborar por sí mismos la veracidad del fenómeno. Las fotografías, difundidas a través de las redes sociales, se volvieron virales el día de los muertos, cuando mucha gente acudió al cementerio para visitar las tumbas de sus familiares fallecidos.
La muñeca está resguardada tras un cristal, al igual que el resto de los juguetes que los familiares depositaron en la tumba de la niña.
La hermana de la niña fallecida, comentó al periódico riojano el Fénix que su madre advirtió el hecho hace un mes atrás pero que ella siente temor ante el llanto de la muñeca y prefiere no indagar demasiado en el tema.
Según el rotativo los familiares admitieron que intentaron limpiar las “lágrimas” pero no se las pudieron sacar. “Es un líquido que le salió de los ojos”, dijeron.
Un día le dije a un supuesto ángel, que quería ser el demonio de sus desvelos...
Pero ni era un ángel, ni estaba destinado a ser para esta Demonia.
Me siguió ocultándo tras máscaras de amor, hasta que por fin voló solo y yo lo vi marchar.
Me deslumbró su luz en medio de tanta oscuridad en la que estaba sumergida, pero ya aprendí la lección...
Ahora sólo me dejo iluminar por los ojos en los que puedo ver el alma...
¿Serás tú el dueño de esos ojos? ¿Serás tú ese Ángel?
El fantasma de Ana Bolena, puede fácilmente ser uno de los más famosos de todos los tiempos; aunque su espectro fue visto por última vez en 1933, sus apariciones sobrepasaron los 30.000 mil avistamientos desde el día de su muerte el 19 de mayo de 1536.
Ana Bolena, nació en 1507 en Norfolk, era hija del conde de Wiltshire, Thomas Bolena y de Elizabeth Howard y fue reina al convertirse en la segunda de seis esposas del monarca Enrique VIII, el 25 de enero de 1533. Pero la historia de este matrimonio fue corta, Ana trajo al mundo una niña como primer hijo; ella fue Elizabeth, quien luego sería la única hereda al trono. El rey se sintió muy decepcionado ante este hecho y su descontento aumentó, cuando más tarde la reina concibió un varón, el cual nació muerto.
No pasó mucho tiempo, para que se ideara la manera de deshacerse de ella, y así fue acusada de tener amoríos con un músico y su propio hermano George. Fue juzgada y condenada a muerte bajo los delitos de adulterio e incesto, y decapitada el 19 de mayo de 1536, para después ser enterrada en la Torre de Londres.
Fueron siglos y siglos en los cuales las personas declararon ver el fantasma de Ana Bolena vagando por los calabozos de la Torre de Londres, siendo la más impresionante de sus apariciones aquella que se dio el invierno de 1864.
Un guardia de la Torre fue hallado inconsciente, y lo acusaron de quedarse dormido en su puesto, por este motivo lo sometieron a un tribunal militar. En su declaración el guardia dijo que se había topado con una figura blanca que emergía de una neblina espesa, tal presencia no tenía cabeza y caminaba directo hacia él. Como parte de su deber, el soldado mencionó las advertencias requeridas, sin embargo la figura no se detuvo en ningún momento y se vio en la necesidad de atravesarla con su bayoneta, siendo él quien resultara herido, al recibir una descarga que viajó por su arma dejándolo tirado en el suelo sin conciencia.
En un principio no fue posible que creyeran su testimonio, pero también un oficial y varios soldados declararon la visión del espectro en la ventana del cuarto donde Ana Bolena pasó su última noche. Tras estas declaraciones el tribunal optó por liberar al guardia.
Aunque el fantasma fue visto por última vez hace mucho tiempo, tal vez se trata solo de un periodo de descanso y en cierto momento se escuchará de nuevas apariciones, ya sea sola como acostumbraba hacerlo o en procesión hacia la Capilla de San Pedro como se le vio un par de veces.
Una leyenda narra que en Löven se sirvieron de unos kaboutermannikins para levantar el campanario de una iglesia. Una vez realizado el trabajo, los ciudadanos de la población aportaron cada uno varias monedas de oro y plata con las que pagaron a los mannikins. Estos, entusiasmados ante aquella catarata de monedas se escondieron en su cueva reforzada con vigas de madera, y allí permanecieron durante muchos años, contando aquel tesoro una y otra vez.
Unos siglos más tarde, carcomidas por la humedad las vigas de la caverna, un buen día cedieron, y la techumbre rocosa se derrumbó, sepultando a los mannikins y su tesoro. Desde entonces, han sido numerosos los que han intentado encontrar dicho tesoro, sin ningún éxito.
También en España existen diversas leyendas relativas a los gnomos, siendo una de las más curiosas la siguiente:
Cuando el Moncayo se cubre de nieve, los lobos, arrojados de sus guaridas, bajan en rebaño por su falda, y más de una vez los hemos oído aullar en horroroso concierto, no sólo en los alrededores de la fuente sino en las mismas calles del lugar; pero no son los lobos los huéspedes más terribles del Moncayo; en sus profundas simas, en sus cumbres solitarias y ásperas, en su hueco seno, viven unos espíritus diabólicos wue durante la noche bajan por sus vertientes como un enjambre, y pueblan el vacío, y hormiguean en la llanura, y saltan de roca en roxa, juegan entre las aguas o se mecen en las desnudas ramas de los árboles. Ellos son los que aúllan en las grietas de las peñas; ellos los que forman y empujan esa inmensa bola de nieva que baja rodando desde los altos picos y arrolla y aplasta cuando encuentra a su paso; ellos los que llaman con el granizo a nuestros cristales en las noches de lluvia, y corren como llamas azules y ligeras sobre el haz de los pantanos.
Entre estos espíritus que, arrojados de las llanuras por las bendiciones y los exorcismos de la Iglesia, han ido a refugiarse en las crestas inaccesibles de las montañas, los hay de diferentes naturalezas y que, al parecer, a nuestros ojos se revisten de formas variadas. Los más peligrosos, sin embargo, los que se insinúan con dulce palabras en el corazón de las jóvenes y las deslumbran con sus promesas magníficas, son los gnomos. Los gnomos viven en las entrañas de los montes; conocen sus caminos subterráneos y, eternos guardadores de los tesoros que encierran, velan día y noche junto a los veneros de los metales y las piedras preciosas.
¿Veis esa inmesa mole coronada aún de nieve? Pues en su seno tienen sus moradas esos diabólicos espíritus. El palacio que habitan es horroroso y magnífico a la vez.
Hace muchos años que un pastor, siguiendo a una res extraviada, penetró por la boca de una de esas cuevas, cuyas entradas cubren espesos matorrales y cuyo fin no ha visto ninguno. Cuando volvió al lugar estaba pálido como la muerte; había sorprendido el secreto de los gnomos; había respirado su envenenada atmósfera y pagó su atrevimiento con la vida; pero antes de morir refirió cosas estupendas. Andando por aquella caverna adelante, había encontrado al fin unas galerías subterráneas e inmensas, alumbradas con un resplandor dudoso fantástico, producido por la fosforescencia de las rocas, semejantes allí a grandes pedazos de cristal cuajado de mil formas caprichosas y extrañas. El suelo, la bóveda y las paredes de aquellos extensos salones, obra de la naturaleza, parecían jaspeados como los mármoles más ricos; pero las vetas que los cruzaban eran de oro y plata, y entre aquellas vetas brillantes se veían incrustadas multitud de piedras preciosas de todos los colores y tamaños. Allí había jacintos y esmeraldas en montón, diamantes, rubíes, zafiros y otras muchas piedras desconocidas que él no supo nombrar; pero no tan grandes y tan hermosas, que sus ojos se deslumbraron al contemplarlas. Ningún ruido exterior llegaba al fonde de la fantástica caverna; sólo se percibían a intervalos unos gemidos largos y lastimosos del aire que discurría por aquel laberinto encantado, un rumor confuso de fuego subterráneo que hervía comprimido, y murmullos de aguas corrientes que pasaban sin saberse por dónde.
El pastor, solo, perdido en aquella inmensidad, anduvo no sé cuantas horas sin hallar la salida, hasta que por último tropezó con el nacimiento del manantial cuyo murmullo había oído. Éste brotaba del suelo como una fuente maravillosa, como un salto de agua coronado de espuma, que caía formando una vistosa cascada produciendo un murmullo sonoro al alejarse resbalando por entre las quebraduras de las peñas. A su alrededor crecían unas plantas nunca vistas, con hojas anchas y gruesas las unas, delgadas y largas como cintas flotantes las otras. Medio escondidos entre aquella húmeda frondosidad discurrían unos seres extraños, en parte hombres, en parte reptiles, o ambas cosas a la vez, pues transformándose continuamente, ora parecían criaturas humanas, deformes y pequeñuelas, ora salamandras luminosas o llamas fugaces que danzaban en círculos sobre la cúspide del surtidor. Allí, agitándose en todas direcciones, corriendo por el suelo en forma de paredes, babeando y retorciéndose en figura de reptiles, o bailando en apariencia de fuegos fatuos sobre el haz del agua, andaban los gnomos, señores de aquellos lugares, cantando y removiendo sus fabulosas riquezas. Ellos saben dónde guardan los avaros esos tesoros que en vano buscan después los herederos; ellos conocen el lugar donde los moros, antes de huir, ocultaron sus joyas; y las alhajas que se pierden, las monedas que se extravían, todo lo que tiene algún valor y desaparece, ellos son los que lo buscan, lo encuentran y lo roban, para esconderlo en sus guaridas, porque ellos saben andar todo el mundo por debajo de la tierra y por caminos secretos e ignorados. Allí tenían, pues, hacinados, un montón de toda clase de objetos raros y preciosos. Había joyas de un valor inestimable, collares y gargantillas de perlas y piedras finas; ánforas de oro de forma antiquísima llenas de rubíes; copas cinceladas, ricas armas, monedas con bustos y leyendas imposibles de conocer o descifrar; tesoros, en fin, tan fabulosos e inmensos, que la imaginación apenas puede concebirlos. Y todo brillaba a la vez lanzando unas chispas de colores y unos reflejos tan vivos, que parecía como que todo estaba ardiendo y se movía y temblabla. Al menos, el pastor refirió que así le había parecido.
En el momento en que la avaricia, que a todo se sobrepone, comenzaba a disipar el miedo del pastor, y alucinado a la vista de aquellas joyas de las cuales una sola bastaría para hacerle poderoso, iba a apoderarse de algunas cuando oyó claro y distinto en aquellas profundidades, y a pesar de las carcajadas y las voces de gnomos, del hervidero subterráneo, del rumor de las aguas, como si estuviese al pie de la colina en que se encuentra, el clamor de las campanas que hay en la ermita de Nuestra Señora del Moncayo.
Al oír la campana que tocaba el Ave María, el pastor cayó al suelo invocando a la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, y sin saber cómo ni por dónde se encontró fuera de aquellos lugares, y en el camino que conducía al pueblo, echado en una senda y presa de un gran estupor, como si hubiera salido de un sueño.
Desde entonces se explicó a todo el mundo por qué la fuente del lugar trae a veces entre sus aguas como un polvo finísimo de oro; y cuando llega la noche, en el rumor que produce, se oyen palabras confusas, palabras engañosas con que los gnomos que la corrompen desde su nacimiento procuran seducir a los incautos que les prestan oídos, prometiéndoles riquezas y tesoros que han de ser su condenación.
La vida austera no suele gustar a quien tiene en mente una forma de vida más desahogada que la que le ha tocado vivir. Cualquier persona quiere avanzar economica y socialmente, y llegar a ser lo suficiente solvente para poder tener todo aquello que desea y que su nivel económico le impide conseguir.
Ahora, bien, ¿hasta donde se puede llegar para conseguir la anhelada posición?
Brynhilde Paulsetter Sorenson lo tuvo claro.
Nacida en el seno de una familia de granjeros en Noruega el año 1859, Brynhilde comenzó a labrarse el oficio de malabarista, gracias a que su progenitor obtenía ingresos extra trabajando en variaos espectáculos ambulantes de los que recorrían el país en ese siglo XIX.
Fue esa labor paterna la que valió a la familia Pulsetter una cierta fama en el pais escandinavo, y con el dinero obtenido, la joven decidió viajar hasta la prometedora América para triunfar y conseguir una más que merecida, pensaba ella, fortuna.
Con 19 años, parte de los trabajos que realizó para mantenerse fueron proporcionados por algunos compatriotas residentes en Estados Unidos.
Pero los escasos dólares que la joven percibía por sus labores no eran suficiente para acallar la voz codiciosa que le hablaba en su interior.
En poco tiempo se casó con un sueco llamado Mads Sorenson, con el que consiguió cierta estabilidad. La amargura no tardó en aparecer, ya que la noruega no se quedaba embarazada. El matrimonio decidió entonces adoptar a tres pequeñas: Jenny, Myrtle y Lucy.
La familia mantenía un nivel social modesto, pero suficiente para no pasar penurias y mantener un cierto nivel de vida.
Para tranquilizar a su mujer, que vivía, al parecer, atemorizada por un futuro incierto si el marido moría, este firmó dos pólizas de seguro, por si algún mal privaba a la familia de la persona que traía dinero a casa.
A los pocos días de firmar, Mads moría, según los médicos, por un ataque al corazón.
La viuda cobró los 8.500 dólares de las pólizas y al percibir que los familiares de Mads parecían sospechar algo extraño en la muerte del hombre, se trasladó hasta Austin, Texas, donde compró una casa de huéspedes.
Al poco tiempo de abrir, la casa comenzó a perder clientes. La comida ofrecida por la noruega no era todo lo buena que se esperaba, y el trato dejaba bastante que desear.
Aseguró el local, afortunadamente, unos pocos días antes de que ardiera presa de un misterioso incendio. En esta ocasión fueron 4.000 dólares los que pasaron a engrosar la hacienda de Brynhilde.
Idéntica suerte corrió el siguiente negocio montado por la mujer, que se cambió de nuevo de ciudad.
En La Porte, Indiana, compró una pequeña granja. Abatida, conoció en aquella época a Peter Gunnes, un noruego con el que se casó, y del que, sorprendentemente a los 44 años, quedó encinta.
Belle, como se dio por llamar en los Estados Unidos, era muy habilidosa con las herramientas propias del trato con el ganado, en especial con los relacionados con el oficio de matarife.
Fue uno de estos utensilios el que, desgraciadamente, cayó sobre la cabeza del desprevenido Peter, matándolo en el acto. Fue unos días después de firmar una jugosa póliza de seguros, claro.
La hija mayor, Jenny, comenzó a decri que su padre había sido asesinado por su madre, pero ¿quién iba a creer a una niña de diez años?
La jovencita desapareció de la granja, rumbo a una mejor educación en California, decía su madre.
Belle comenzó a insertar anuncios en los periódicos de la zona, ofreciéndose para compartir su vida con algún solterón o viudo. A cambio ofrecía su belleza y sus ciudados.
Antes, claro, tuvo que adecentar su estropeada boca, eliminando las pocas piezas que le quedaban y cambiándolas por una dentadura de oro.
Los anuncios tuvieron éxito, y fueron muchos los que acudieron a la granja. La condición para recibirles era sencilla: cada prentendiente tenía que aportar, en efectivo y en ese momento, una cantidad de 5.000 dólares.
Los hombres iban desapareciendo uno tras otro, sin dejar rastro ni sospecha, pero ni siquiera en el mal comunicado país de principios del siglo XX tal cantidad de desaparecidos pasaban desapercibidos.
Al notarse asediada a preguntas, ya que las pistas de alguno de los pretendientes llegaban hasta su granja, Belle comenzó a fraguar su último crimen.
El 28 de abril de 1908 la población cercana se levantó conmocionada al descubrir como ardía la granja de Belle. Al llegar hasta allí, descubrieron con horror los cuerpos sin vida y carbonizados de las dos niñas y el niño que había tendo con Peter. Junto a ellos, el cuerpo decapitado de quien parecía Belle. Las sospechas afloraron ya que el cuerpo encontrado no se correspondía con la envergadura de la noruega, y se inició una investigación.
Alrededor de la casa se encontraron restos de unas catorce personas. Entre ellas, la pequeña Jenny.
Se detuvo a un antiguo amante de Belle, quien confesó la terrible verdad: el cuerpo era de una camarera, asesinada por la mujer para hacerla pasar por ella, y desaparecer con su fortuna, en pos de nuevas víctimas. A día de hoy se ignora si realmente ocurrió esto así, y si la Viuda Negra continuó su tenebrosa labor a lo largo de los Estados Unidos de preguerra, pero su nombre figura en la lista negra de la Historia.