Títono era un mortal hijo de Laomedonte, rey de Troya.
Como su hermano Ganímedes, Títono era de una belleza deslumbrante y la diosa Eos se enamoró de él.
La bella Eos de dedos rosados lo raptó, se lo llevó al Olimpo y le pidió al padre de los dioses, Zeus, que le concediera la inmortalidad.
Pero a la diosa se le olvidó pedir también la juventud eterna, de modo que Títono fue haciéndose cada vez más viejo, encogido y arrugado.
Para compensar los achaques seniles alimentó a Títono con la ambrosía celeste, sustancia que según la tradición hacía que los cuerpos fueran incorruptibles. Pero todo su esfuerzo fue vano.
Llegó un momento en que ya ni siquiera podía salir del tálamo nupcial y la pobre Eos se conformaba con escuchar su voz, y así siguió marchitándose cada vez más hasta que llegó a caber, como los bebés, en una pequeña cesta.
Por fin, Eos terminó con la agonía de su amado y le transformó en cigarra.
Desde entonces cada vez que Eos se despierta por la mañana y llora produciendo el rocío con sus lágrimas, Títono se alimenta de las mismas, según la creencia antigua, y cuando le preguntan qué desea, responde en latín: Mori, mori, mori... que significa estar muerto.
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