Yo tiritaba,
mas lo provocaba tu sonrisa.
Tu cuerpo me abrigaba,
tu boca sobre mi cuello
de ardor me inundaba,
con tus huellas por mi piel,
más que tibia,
yo ardía.
Y me hiciste tuya,
como el fuego al leño,
para transformarme en incendio.
Ahora pasa el tiempo,
cambian las estaciones,
y sin embargo,
yo, que a diario rozo el infierno,
puedo asegurarte
que desde tu adiós,
nunca ha dejado de ser invierno...
Anaïs Églises
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