Para el pueblo chino, desmarcado del resto del mundo conocido durante milenios, los fantasmas no sólo son cercanos, sino inevitables representantes del más allá en nuestra propia Tierra.
Cada chino muerto da origen a un fantasma, pero no todos los fantasmas son de la misma categoría. En China hay fantasmas legendarios y divinos, de la misma manera que hay fantasmas hogareños y cotidianos. Desde el malvado Rey Mono, que luchó contra los hombres para adueñarse del reino material de la Tierra, hasta la Dama de la Campana o el fantasma de la casa que se habita, el universo chino está lleno de espíritus que conviven con los hombres a cada momento.
Entre el Cielo y la Tierra de los chinos hay muchos caminos y puentes que permiten a los espíritus descender y ascender constantemente. Los mandarines y los emperadores, los caciques y las princesas, los monjes y los sirvientes, y hasta los limosneros y las prostitutas, son fantasmas en potencia que deberán su presencia fantasmal en el futuro al interés que despierte entre la gente su particular historia.
Por supuesto, no hay fantasma sin leyenda, no hay espíritu sin historia, ni hay alma sin cuento. Cada fantasma debe tener su propio relato, porque este relato es su razón de ser y de permanecer entre los vivos.
Cada emperador y cada doncella eran fantasmas legendarios en potencia. El emperador, como ser divino que era, tenía garantizada en cierta forma su futura leyenda, mientras que la doncella necesitaría, para acceder al mundo legendario, de una historia dramática e interesante.
En el mundo fantasmal chino siempre hay héroes y doncellas, guerreros y concubinas, madres doloridas e hijos triunfantes, emperadores crueles y súbditos sufridos, porque toda la vida fantasmagórica del pueblo chino se basa en su propio y milenario drama vital, y porque, como en el resto de las culturas, los fantasmas representan la extensión de la vida en el más allá.
En tiempos lejanos, un poderoso Emperador que vivía en la Ciudad Prohibida, encontró una gran roca de bronce que había caído del Cielo. La roca de bronce, por haber venido del Cielo, debía tener propiedades divinas que servirían para agrandar su persona en la Tierra, y el Emperador, que quería gozar de esa fuerza divina, llamó a los mejores herreros de China para que fraguaran con la roca celestial una campana que cantara su realeza a los cuatro vientos.
Pero los mejores herreros del Imperio no pudieron fundir la roca de bronce, y cada uno de ellos fueron siendo decapitados por orden del Emperador.
Una vez que palacio se quedó sin herreros, el Emperador mandó a sus generales a buscar por todo el mundo a un herrero que fuera capaz de fundir la roca celestial y fraguar la campana deseada. Así que se hicieron los pregones y se ofrecieron las recompensas por todo el Imperio y otras partes del mundo.
Hasta palacio llegaron herreros y magos de todo el mundo, con ingenios modernos y crisoles mágicos, pero ninguno de ellos lograba fundir la roca de bronce, y uno tras otro terminaban poniendo su cuello a disposición del verdugo.
Un humilde hojalatero no se pudo negar y no tuvo más remedio que enfrentarse a la tarea imposible de fundir la roca del Cielo, llevando como únicas ayudas a su humilde un viejo crisol, un fuelle que apenas si había usado, y a su propia hija como asistente.
El hojalatero no había tenido hijos varones, y miles de veces se había quejado de esta suerte, ya que las manos de su delicada hija no estaban hechas para el duro oficio de hojalatero, pero tenía que conformarse, porque su hija era el único apoyo que le había enviado el Cielo.
El Emperador llamó al hojalatero a su presencia y le dijo que tenía tres días para fundir la roca de bronce. Si lo lograba, sería nombrado herrero del único ser divino que vivía en la Tierra (el propio Emperador), a la vez que recibiría todo tipo de riquezas y de reconocimientos. Si no lo lograba, también podría alegrarse, porque el verdugo le quitaría de sufrir para siempre de su miserable vida.
El humilde hojalatero, a pesar de haber sufrido mucho en la vida, no tenía la más mínima intención de morir, y se puso manos a la obra ayudado por su débil hija. La enorme roca fue puesta en el viejo crisol y el fuelle sopló en las brazas con fuerza durante dos días, pero la roca celestial como en todas las ocasiones anteriores, ni siquiera se calentó.
Las lágrimas del hojalatero se iban haciendo más abundantes a cada momento, y el pobre, en su desesperación, iba maldiciendo su mala suerte al tiempo que insultaba a su débil e inútil hija, cuyos brazos apenas si podían sostener el fuelle.
Los consejeros del Emperador sonreían compungidos al ver los torpes esfuerzos del hojalatero. Sentían lástima por él, pero no podían dejar de reconocer que era el menos calificado de todos los herreros que habían pasado por ahí.
La hija del hojalatero, al ver el sufrimiento de su padre y las burlas de los consejeros, decidió, ya que no podía calentar el crisol con la fuerza de sus brazos al presionar el fuelle, calentar con su propio cuerpo el fondo del mismo y fundir la roca.
En la madrugada del tercer día, cuando todo se preparaba para decapitar al hojalatero, la débil doncella se lanzó dentro del crisol hirviente gritando de dolor. Su padre, al oír los sonoros y terribles gritos, corrió hacia el crisol, estiró la mano con valor, pero lo único que pudo rescatar de su hija fue una zapatilla raída de raso rojo. El cuerpo de la doncella, ante los ojos sorprendidos del hojalatero, empezó a fundirse junto con la roca celestial, y entre lágrimas y sollozos pudo por fin fraguar la campana que el Emperador deseaba.
La campana fue colocada en la torre de la ciudad prohibida, el hojalatero se convirtió en el más triste herrero real, y el fantasma de la doncella sacrificada, cada vez que sonaba la campana, salía de su encierro a buscar su zapatilla ante el espanto de los habitantes de palacio. Y el mismo tañido de la Campana Celestial es tan amedrentador y poderoso, porque en su potente sonido se encuentran los terribles gritos de la doncella sacrificada.
Leyendas como ésta viven en la conciencia colectiva de los chinos, quienes, a pesar del budismo y del comunismo, siguen conviviendo con el mundo fantasmal de sus más antiguas tradiciones. El pueblo llano de China, como los pueblos llanos del resto del mundo, se han desmarcado siempre de las imposiciones religiosas y políticas, y han mantenido sus creencias populares. Y esto no podría ser de otra manera si tomamos en cuenta que en China pervive un animismo que otorga personalidad (y con la personalidad el fantasma subsecuente) al hielo, las nieves, el frío, el calor, la muerte, los animales, los pantanos, el viento, las artes, la tierra, el árbol, la luz, la oscuridad, etc.
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