domingo, 4 de febrero de 2018

El aquelarre

Antes de seguir adelante, y con objeto de comprender lo que podría llamarse la filosofía de la brujería, hay que referirse a los aquelarres, así como a los filtros y a los hechizos.

Indudablemente, el aquelarre o sabbat se remonta a épocas muy antiguas. Hasta el años 1000, en que el pueblo bajo era capaz de crear sus santos y leyendas, la vida diurna tenía cierto interés para el siervo. Los sábados nocturnos eran tan sólo como una reliquia del paganismo. El hombre del pueblo bajo temía a la Luna que influía sobre las cosas de la Tierra.

Las ancianas adoraban a la Luna y le encendían cirios. Pero hacia el años 1000, la iglesia quedó casi clausurada para los siervos, y en 1100 los oficios se tornaron ininteligibles. De cuanto se representaba en los atrios de los templos, lo que mejor recordaba el siervo eran las partes cómicas, como el buey y el burro...

Pasaron los años. Los reyes, incluso el poder eclesiástico, se hizo sentir cada vez con mayor peso sobre los siervos, sobre el hombre de la calle, como diríamos hoy en día. ¿Cómo podía liberarse el siervo de esta carga tan ominosa? No podía rebelarse contra el señor feudal, menos aún contra el rey... ¡Imposible pecar mortalmente atacando a la Iglesia! Entonces... sólo quedaba un recurso: atacar a Dios, a ese Dios que le abandonaba, que le entregaba atado de pies y manos al señor feudal, al rey, a la Iglesia...

¿Y cómo atacar a Dios? Sencillamente, adorando a su enemigo mortal, al diablo. Volviendo la mirada hacia Lucifer, hacia el mal representado por éste, es decir, la brujería, a la hechicería...


En 1793 el pueblo de Francia hizo la Revolución Francesa. En 1300 esto era impensable. Pero era preciso efectuar una revolución, algo que liberara al siervo de sus pesares, de todas sus angustias, algo que le hiciera sentirse vengado de los que le oprimían, de aquellos que violaban a las hijas de los pobres campesinos, que robaban sus míseras cosechas, que les negaban todo derecho de una vida mejor.

¡Y el diablo estaba al acecho! ¡El diablo daba libertad, daba honores, riquezas... o al menos las prometía, a cambio del alma! El alma, algo que los siervos apenas comprendían qué podía ser.

Y así nació, o mejor dicho renació, la brujería, así nacieron los aquelarres, remedo de las saturnales romanas, de las fiestas dedicadas a la diosa de la Fecundidad, Astarté, y de las fiestas dionisíacas.

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