En la sombría penumbra de una antigua habitación, se escucha el
alarido de un ser angelical, una divinidad que se oscurece con la sola
presencia del ser más demoníaco que le acompaña. Ambos fusionándose en
un beso apasionado. Sólo la Luna sabe que aquellos seres opuestos son
enemigos en batalla, pero amantes en las noches, donde entregan su amor
bajo la luz de aquella diosa tan perfecta; la Luna.
Pues una vez bajó al infierno el ángel más esplendoroso, buscando aventuras dignas de ser recordadas, pero se encontró con algo más que un recuerdo, se encontró con la razón de su destierro.
Leijan era el nombre de aquel ángel, quien vió surgir de las cascadas de lava hirviendo a Leyonni, un demonio femenino que con sus curvas delicadas hacía suspirar hasta al mismísimo Lucifer. Era el símbolo de la lujuria y la vanidad, pero también era astuta.
Durante sus aventuras, ella siempre le recordó al ángel que había sido él quien bajó a buscarla, y que nunca olvidara que ella no sería capaz de amarlo jamás. Que sólo buscaba saciar su sed de placer, pero él nunca se dió por vencido.
El día del destierro de Leijan, el ángel la vió a los ojos y le susurró lo mucho que la amaba, un traidor había sido el culpable de que a ambos los descubrieran mientras se entregaban el uno al otro en el bosque de secuoyas en el mundo de los humanos.
Cuando Leyonni vió alejarse a Leijan hacia la hoguera, algo dentro de ella se detuvo… se situaba en el lugar del corazón, un fuerte retortijón le hizo entender que quizás había una pizca de amor en su ser, pero Leyonni lo negó.
Leijan veía el rostro perdido de Leyonni, y fue al momento de su cabeza ver caer que Leyonni soltó un grito ahogado.
Ella realmente lo había amado.
Pues una vez bajó al infierno el ángel más esplendoroso, buscando aventuras dignas de ser recordadas, pero se encontró con algo más que un recuerdo, se encontró con la razón de su destierro.
Leijan era el nombre de aquel ángel, quien vió surgir de las cascadas de lava hirviendo a Leyonni, un demonio femenino que con sus curvas delicadas hacía suspirar hasta al mismísimo Lucifer. Era el símbolo de la lujuria y la vanidad, pero también era astuta.
Durante sus aventuras, ella siempre le recordó al ángel que había sido él quien bajó a buscarla, y que nunca olvidara que ella no sería capaz de amarlo jamás. Que sólo buscaba saciar su sed de placer, pero él nunca se dió por vencido.
El día del destierro de Leijan, el ángel la vió a los ojos y le susurró lo mucho que la amaba, un traidor había sido el culpable de que a ambos los descubrieran mientras se entregaban el uno al otro en el bosque de secuoyas en el mundo de los humanos.
Cuando Leyonni vió alejarse a Leijan hacia la hoguera, algo dentro de ella se detuvo… se situaba en el lugar del corazón, un fuerte retortijón le hizo entender que quizás había una pizca de amor en su ser, pero Leyonni lo negó.
Leijan veía el rostro perdido de Leyonni, y fue al momento de su cabeza ver caer que Leyonni soltó un grito ahogado.
Ella realmente lo había amado.